¿Por qué elegí esta ilustración?

Ilustracion: Georges de La Tour Magdalena Penitente 1625-1650 Metropolitan Museum Nueva York

¿Por qué elegi esta ilustración?

Una habitación a oscuras, una única fuente de luz, una gran figura que llena todo el cuadro. Una mujer sentada. Aún es joven, ni su rostro que apenas vemos, ni su cuello y escote, ni sus manos delatan todavía la huella destructiva del tiempo. Solo tres colores, los más antiguos, los que han acompañado a los humanos desde la remota prehistoria: el blanco, la luz, el rojo, la vida, el negro, la muerte.
Georges de La Tour (1593 – 1652), pintor lorenés, hijo de un albañil, casado con una mujer de la nobleza, con ínfulas de noble y odioso a sus vecinos, famosísimo en vida. Habitante del terrible siglo XVII, en una tierra disputada entre el Imperio y el rey de Francia. Georges de La Tour no existía, de su producción de casi quinientos cuadros, quedaron veintitrés originales. Georges de La Tour volverá existir a partir de 1932, cuando la Europa del siglo XX, que ya olvidaba lo que era la oscuridad pronto conocerá las tinieblas.
Los cuadros de Georges de La Tour no tienen título, es decir su título original se ha perdido y el que tienen es posterior al redescubrimiento del pintor. Volvamos al cuadro. ¿Esta mujer es María Magdalena? María Magdalena, santa muy popular en la Edad Media, fue un motivo muy repetido desde el Renacimiento, pues en un cuadro de temática religiosa es posible pintar a una hermosa mujer, poder exhibir ricos ropajes, desnudez femenina sin que hubiera censura. Magdalena a partir del Renacimiento es casi siempre rubia, de larga y rizada cabellera. Incluso o sobre todo, cuando de trata de Magdalena penitente, es posible apreciar la sensualidad del personaje. María Magdalena siempre fue una santa incómoda, ambigua, turbadora. No era virgen, no era esposa, no era madre, pero es una de las valientes mujeres que asiste a la Crucifixión y el primer testigo de la Resurrección. La Iglesia no tuvo más remedio que tolerarla.
Magdalena está sola en una habitación despojada como una celda, mira hacia el espejo aunque no vemos su reflejo ¿se ve ella misma? Quizá se mira por última vez. Quizá nunca más volverá a ver su rostro iluminado intensamente por la única fuente luz, ese candelabro con esa vela lujosa de cera, en ese espejo de marco tallado. Ha dejado el collar de perlas sobre la mesa, las perlas que en el siglo XVII indican liviandad, se asocian con las cortesanas y la prostitución. En el suelo hay otras joyas. Magdalena se está despidiendo, en silencio, en soledad absoluta. Pero Magdalena aún es quien ha sido, la mujer que ha conocido el placer y la libertad. Aún calza lujosamente y su falda roja como los zapatos es de rico tejido. Ese color rojo que lleva siglos tiñendo los vestidos de novia, los vestidos de fiesta, los vestidos de las prostitutas. Es cierto que lleva una sencilla camisa, la camisa es esa época una prenda interior, pero su larga melena, no rubia ni rizada, sino oscura y lisa, está cepillada como la de una dama de la época Heian. Y en otras o posterioresversiones, Magdalena, que ya ha renunciado, que ya no se ilumina con velas sino con candiles de aceite, que ya es penitente, mantendrá esa lisa y perfecta cabellera de dama japonesa.
Un universo casi monócromo, una austeridad total, habitaciones despojadas, personas humildes, nada bellas, unos volúmenes geométricos, incluso en los rostros. El ser humano solo, ante sí mismo, a la luz de una vela, de un candil, de una llama. En nuestro mundo de hoy hace mucho que perdimos la oscuridad. No podemos imaginar lo que es vivir solo a la luz de día, que luminarias como candiles, velas, antorchas, solo eran algo para hacer el tránsito a la noche, a la oscuridad total. Dije más arriba que cuando se redescubrió a Georges de La Tour en 1932 Europa estaba a punto de recordar las tinieblas. No las tinieblas metafóricas de vivir una era de guerra como la que vivió el pintor, sino las reales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las ciudades europeas bajo la amenaza de la destrucción de los bombardeos aéreos, volvieron a ser lo que habían sido durante siglos: lugares de oscuridad, incertidumbre y miedo.
Magdalena, seria, sola en esa habitación desnuda, con los restos de su pasado, con el espejo que el que no se volverá a mirar, rozando con sus dedos el cráneo amarillento de frente huidiza que tiene en el regazo pero al que no mira todavía. Magdalena es la imagen de la melancolía, muy parecida a la deDomenico Fetti, contemporánea suya. La melancolía de quien sabe que no volverá a haber amores, ni fiestas, ni alegría, ni belleza, porque todo es pasajero. Cuando Magdalena apague esa vela y se haga la oscuridad total en la habitación para el sueño de la noche, ese sueño será el hermano de la muerte que están acariciando sus dedos.

miércoles, 14 de junio de 2017

Natasha Tiniacos: “La mujer es el género del futuro”


Natasha Tiniacos: “La mujer es el género del futuro”
Serie “Nuevo país de las letras”. Banesco. Natasha Tiniacos: “La mujer es el género del futuro”. Texto: Faitha Nahmens / Fotos: Ricardo Gómez Pérez




Ricardo Gómez Pérez
Natasha Tiniacos
Por FAITHA NAHMENS
05 DE JUNIO DE 2017
Premiada y celebrada poeta, nacida en Maracaibo, en 1981. Estudió Letras y luego concluyó un posgrado en Carolina del Sur. Sus dos poemarios publicados hablan de un verbo rotundo y sensual, de pinceles y píxeles, que enumera ganancias y pérdidas. Es una observadora de fino oído, que añora los viajes. En el cuerpo lleva tierra del sol amada, y en la maleta el Ávila.
Piel blanca, cabello negro, labios rojos. La descripción, contenida en un celebérrimo libro editado en Italia, en 1636, y suscrito por Charles Perrault, alude a Blancanieves, la joven de envidiada hermosura que casi muere al morder una manzana envenenada. El príncipe salvador que la besa, la lleva bosque adentro para que siete solidarios enanos se rindan ante su embeleso. En el juego de espejos –y de espejos va el cuento–, las señas coinciden con las de la poeta Natasha Tiniacos, que no salió de la tinta de nadie, pero que a la tinta va. Una, personaje creada, y otra, creadora de personajes. Las palabras construyen una imagen tangible que se espejea, un puente: ficción que nutre la cotidianidad. En palabras del poeta Miguel Marcotrigiano, no hay distancias, ni tiempo “que nos separe de nada y de nadie”. Queda claro que el había una vez se transforma en un absoluto hay, ojalá de múltiples versiones.
La comparación divierte a la poeta de lenguaje experimental, cuyo verbo bebe de la realidad ineludible, de las circunstancias recientes y de reminiscencias que reviven como ecos. Los cuentos de hadas nunca la han entusiasmado –aunque sí los espejos–, ni siquiera en su infancia. Para entonces leía con predilección enciclopedias y libros de tapa dura, pues la aproximación al objeto sería un inicio de culto que empezaba por el tacto, por el placer de tener entre las manos una caja de sorpresas. Lejos de ronroneos monotemáticos e historias melosas, en tiempos iconoclastas no descarta de plano ningún género. “Me interesa transgredir los límites, mezclarlos. Por ejemplo, apropiarme del registro periodístico y usarlo en un poema… No deseo tener estilo sino vivir una suerte de constante vértigo de las capacidades expresivas”, le ha dicho en una entrevista a la poeta Jacqueline Goldberg.
Cuando se le pregunta sobre su celebrado poemario Historia privada de un etcétera, responde: “Resumir un libro es una pequeña traición para el poeta”. Y sin embargo, se enfoca en la palabra etcétera para recordar a los hermanos Grimm: “Etcétera es lo que Hansel y Gretel dejaron como migajas de pan en el camino de vuelta a casa. El mío viene de todo eso y, además, de todo lo que he leído y vivido. Etcétera es una reconciliación con el asombro”. Según Marcotrigiano, la justificación se explicaría en estos términos: “De manera que el azúcar que se hace grumo en el fondo de la taza, la información nutricional que aparece al dorso de un alimento empacado, un pequeño cactus al pie de la ventana, el hidrante que chorrea en plena calle, las hormigas que transitan por los trastos de la cocina, el recibo telefónico o el sombrero que se despide de su portador, van configurando una galaxia en expansión a partir de los signos del desgaste”. Y precisamente en el poema “Galaxia mínima” se lee: “Cuando el cuerpo entra a su nicho / sabe cuánto espacio basta y cuánto merma / con el encorvamiento de los años, / sabe que el mundo es para el descarrío / sin salida de emergencia / ni control climático / pero al llegar a su galaxia mínima, / al jarrón que lo contiene / mientras no sea polvo, bajo tierra, / o sobre un pañuelo perdido en el azar del otoño / o sobre un árbol que no sacude sus ramas, / se refugia en el peltre de su bañera / que rechina de soledad como su cama / y poco a poco se inclina en reverencia al yo / y va perdiendo así, / la persona humana, / (su color) / cual lienzo del desgaste”.
Atenta a los sentidos, y de por sí curiosa ante la realidad contigua, ante la escena ínfima, que desbroza o desmenuza, Natasha avanza por los derroteros de un verbo preciso y paradójico, pulido y realista, fino y filoso. Lo sirve en una vajilla decorada con flores y mariposas, marca Susan Williams-Ellis, noble dama que fue ahijada de Rudyard Kipling y cuyos padres frecuentaban a Virginia Woolf. Las palabras se beben calientes en las hermosas tazas, que pueden imaginarse rebosantes de chocolate. “Contra lo empalagoso y lo sublime, nosotros los románticos de la sobriedad”, deja caer sobre la servilleta.
Obra cercana a la aventura, a lo épico, no sería descabellado imaginarla en el espejo de Ulises. Escribir necesita de arresto, y más si en un contexto nacional tan desprovisto logra la hazaña de publicar en 2011 su citado poemario, Historia privada de un etcétera, que ahora va por la reedición. “Ulises se propone continuar su viaje, no rendirse; ya eso es demostración de resistencia”, confirma quien también apuesta al vuelo: se radicará por un tiempo en Nueva York, su particular Ítaca.
Su afán perceptivo, su devoción por el acontecer, no la perfilan como alguien de sentimientos engavetados. Muy al contario, conoce las aguas de la ensoñación amorosa. La muy sensible Natasha fue flechada, por primera vez, jovencísima, por la música. Se enamoró de su profesor de piano, a quien esperaba cada martes para una clase de pálpitos. Tal sería el agobio, que luego necesitó pinzas para extraer lo que la atenazaba. Vino entonces, en su auxilio, la poesía, que la llevó a otro teclado. Como la música, las palabras se despeñan, exigen pausa, apremian la respiración, producen vértigo. A su modo, a punta de palabras, la alumna intentaría cautivar aquel oído impresionable con su interpretación. Urgida por proclamar aquello que era puro temblor, y en el papel de una George Sand de dieciséis años, Natasha escribe sus primeros poemas para el pianista.
Fueron bien recibidos, desde el primero hasta el último que sirvió de despedida, cuando Natasha decidió partir a Estados Unidos en su primer viaje largo. Fue un único beso, y fue inolvidable. El profesor no se repuso de inmediato: se alejaría caminando por el medio de la calle. Ella tampoco. Pero en verdad, nunca más se repondría de la poesía. “Escribir poesía puede ser un arrebato o un trabajo de joyería. Su construcción depende de lo que exija la intención del tono y el sonido. Con lectura y disciplina, nada queda escondido, y a la larga todo se deja encontrar”.
Viaje al libro
Melómana fervorosa, siempre se interesó por los instrumentos musicales. “Mi mamá me dice que a por ellos iba rauda cuando entraba en una juguetería. Me gustaba que fueran diminutos: tenía tamborcitos, cuatricos, acordeoncitos, guarimbitas… De hecho, todavía tengo una guitarra que es muy pequeña…”. Buscaba selectas rarezas, clásicos, pero también música autóctona o pop, como Whitney Houston. Pero al final, la musicalidad quedaría contenida en la palabra: el hallazgo, la vocación, el destino. Acaso influiría haber nacido un 23 de abril, coincidiendo con Cervantes y Shakespeare. Más que un guiño de los astros, una providencia. Con tales padrinos, es mucho lo que se puede especular.
Hija del publicista y locutor Demóstenes Tiniacos, quien después de enviudar se casa en segundas nupcias con la abogada Marietta Ferrer, Natasha tenía cinco hermanos del primer matrimonio del padre y una del segundo. En el hogar de su infancia ya había una suculenta biblioteca. Allí descubre lo que ofrecen las palabras, que asocia con sentimientos de hospitalidad y orientación. En silencio va buscando hasta encontrar los sonidos de la literatura. Con el ruido de fondo de su Maracaibo natal, pese al encierro necesario de aire acondicionado, que propicia “una vida de interiores que lleva a la introspección”, siempre se colará por las ventanas la vocinglería del vecindario. La televisión siempre está encendida, los hermanos corretean alrededor, las conversaciones discurren en asombroso volumen. Natasha habla de la importancia de oír, de la atención que debe prestar el poeta en la calle. En un viaje reciente a un Festival de Lectura en Bogotá, podía oír cada palabra, cada verso, mientras el sonido de la calle la imantaba desde afuera. “No me desconcentraba, pese a la vulnerabilidad acústica del espacio”.
En un principio, para evitar las resonancias que la desconcentraban, se encerraba en un clóset. Ya estudiando afuera, buscaría sumergirse en un vestier. Leía filosofía, ficción, poesía. Recuerda haberse zambullido en La mujer leopardo, de Alberto Moravia, novela de amor, posesión y celos; también en los textos untuosos de Gabriel García Márquez; o en las obras de las entrañables Emily Dickinson y Virginia Woolf. Anne Carson sería un hallazgo más reciente, que la conmueve visiblemente. Piensa que el libro como objeto es una joya del diseño, con aquellas hojas tan finas como gasas, como encajes, como alas recién nacidas del capullo.
Mudanzas breves y sustantivas
Poeta en ciernes, recibió un encargo escolar para redactar una pieza teatral que estaría basada en textos de Federico García Lorca. Seguidora del autor, a la adolescente no la arredró el compromiso. Sin titubear, se dispuso a hilar tres circunstancias de la vida del granadino en tiempos distintos. Se esmeró en los diálogos, en la trama, en la producción. El proyecto, sin embargo, abortó. “No fue tiempo perdido. Muy al contrario, fue una experiencia fantástica”. Aunque tenía pocas amigas, las volvería intérpretes de su performance. “He sido siempre un tanto solitaria, así como también tímida. Y aún lo soy. Soy eso que significa tener demasiada consciencia de ti misma: cuando cruzas las piernas, cuando te ves la boca, cuando escuchas…”.
Estudió Letras en la Universidad del Zulia y obtuvo su licenciatura en 2005. Antes de regresar de su primer viaje a Estados Unidos, donde va a perfeccionar su inglés, lee con mucha avidez literatura norteamericana. Su diligente madre ha iniciado en su nombre los trámites de inscripción para estudiar Letras. Alumna aventajada, recuerda con profundo afecto a maestros claves del colegio, también de la universidad. Siguió leyendo y estudiando. Y a la postre, en 2008, se hizo con el título de Magíster en Literatura Hispanoamericana y Comparada por la Universidad de Carolina del Sur. Para entonces estaba casada. Luego en 2014 fue invitada como escritora residente al International Writing Program de la Universidad de Iowa. Allí inició un nunca acabado diario virtual, pero también trabajó el collage y escribió mucha correspondencia. “Tenía una semana en Iowa y ya estaba escribiendo el diario. Hice una lectura en la prestigiosa Shambaugh House que me dejó seca, literalmente. Estaba muy nerviosa. Pienso que esa ha sido una de las lecturas más importantes de mi vida. He repasado tanto ese momento que temo gastarlo en mi memoria”.
Mudanzas breves y sustantivas, todo cuanto dice o escribe contiene el país. Frases que se suceden de un poema a otro: “Abro el pequeño libro de Emily Dickinson que compré ayer. Es la primera vez que la leo como la pienso leer. También abrí Cantos de Ezra Pound para que llene mi cuarto”. “Para poner en orden mis intenciones, debo tener la ilusión de las grandes expediciones y lo que quiero lograr en solitario”. “Probé una granola barata y me gustó mucho. No sentí el ímpetu de acaparar leche. Agarré un cambur todavía verde y unos cuantos sobres de azúcar. No me gusta entrar a un supermercado con desespero por encontrar azúcar o aceite de maíz. Eso no tiene sentido”. Su verbo huele a lo que duele. Exuda los efectos, los afectos.
“Está Maracaibo y está el país. Soy venezolana. He escrito mi blog por muchos años y con la ligereza de una publicación que no trascendería. Fue un ejercicio cardiovascular, desarrollado durante mi primera diáspora voluntaria. Me ha permitido el roce con la cotidianidad, la conversación con anónimos que resultaban ser escritores a quienes admiraba mucho. Hoy en día, mi escritura se reserva para los poemas y ensayos, que piden otra ceremonia de creación. Incluso estando afuera, el ruido de esta hermosa locura no nos abandona. Es como tener una conversación con el propio zumbar de nuestros oídos (parafraseando a Mairena). El país está en uno. Es portátil, como bien sabemos. Desde la escritura, reinterpreto una visión que considero válida con respecto al mundo que me rodea: el inmediato, el familiar o el ajeno. Es una pretensión de música e imágenes, por donde la locura de nuestro contexto encuentra su camino. Soy del occidente del país, y eso está muy presente en mi existencia, en lo que hago. Vengo de una tierra caliente en la que todo es, en un considerado porcentaje, más cuesta arriba. Maracaibo experimenta apagones diarios de cuatro horas: desde las cuatro de la mañana hasta las ocho. Además de tener al sol clavado en la nuca, estés adentro o afuera, vivir ahí es como intentar andar con un ancla atada al pie. El calor es un peso, pero el músculo que lo carga es mucho más poderoso, más voraz, más furioso. Soy feliz por haber nacido en otro sitio que no sea la capital, porque vengo de dificultades mayores”.
“También soy feliz por haber nacido mujer, que es el género del futuro. No sé cuántas mujeres de provincia existen, pero quiero pensar que yo soy una. Camino secándome el sol a cuestas, aprendiendo a convivir en una sociedad conservadora y heteronormativa, pero sin hacer de esto una bandera, sino una singularidad de mi existencia. Soy defensora de las mujeres. Quizás por eso escogí un poema llamado ‘Apure’ como cierre mágico del diálogo que entablé con Elías Pino Iturrieta en un Seminario de la Fundación Cisneros. Fue un encuentro entrañable. Delante de la comunidad de arte de nuestro país, teníamos a un gran historiador hablándonos de los viajeros que escribieron sobre Venezuela. Todo esto invitaba a una revisión, incluso desde la ficción, que permee en la memoria. Rever nuestra imagen pero con ojos foráneos. Quise cerrar mi participación con ese poema, pero no solo por la conversación sobre el territorio, sino por ese ardor tácito de los tiempos presentes, en que vemos emigrar a nuestros afectos, e incluso a nosotros mismos, tomamos otros caminos: ‘¿Quién eres? / Soy un jinete. / ¿Qué quieres? / Seguir mi camino. / ¿Qué buscas en estas trochas? / La patria. / ¿Tanto la añoras? / Como a mis muertos. Todos los muertos son de ella. / ¿A qué le temes? / A mi corazón; rebosa de sentimiento. Estallaría. Temo perderme en un desierto. / ¿Sucedería? / No. Conozco el camino’.”
Poesía para danzar
Fue seleccionada en 2016 para leer en la Gala de Poesía de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El cartel incluía a Piedad Bonnett y Freddy Chikangana (Colombia), Abilio Estévez (Cuba), Julián Herbert (México), Luis Muñoz (España), Cees Noteboom (Holanda) y Natasha Tiniacos (Venezuela). También leyó en el Festival de la Lectura de Caracas, participando en el ciclo “Cuéntame un cuento, Caracas” junto a Willy McKey, Ricardo Ramírez Requena y Diego Arroyo Gil. “Me inspira esa energía que prevalece, tangible, en la Plaza de Altamira, cuando estaba hablando sobre ese lugar perdido que es Caracas. Yo estaba en un hermoso espacio público pero hablaba de un contexto por recuperar. Me mueve y conmueve ese deseo nuestro de recuperar la paz. Estamos cargados de ira y frustración, de ruido y pasión, pero hay que encausar todo eso hacia lo positivo, hacia la creación. No puedo negar que el libro que estoy escribiendo está permeado de lo que nos rodea; también Historia privada estaba permeado de realidad. Y la realidad está, en el libro, permeada por nuestra hermosa locura. Hay un verso que dice: ‘Ninguna realidad es insignificante / hemos / presionado el pedal del instante / sujetando el tiempo fugitivo’. Y hay otro más en el que se lee: ‘Los hijos del desarraigo / nacimos / con lágrimas en los pies / y nuestro método de supervivencia es el futuro’.”
También en el Festival de Lectura se presentó la segunda edición de Historia privada de un etcétera, con palabras del crítico Luis Miguel Isava. “Un lujo de tarde, con la esplendidez de Luis Miguel, leyendo como un sabio”. Sus poemas han sido difundidos en publicaciones nacionales e internacionales, y también traducidos al inglés, al árabe y al mandarín. Con Mujer a fuego lento, su primer libro, recibió en 2004 el Primer Premio Universitario de Literatura, Mención Poesía. También en el campo crítico y docente, le tocó pronunciar en 2016 la conferencia inaugural de la XIII Jornada de Jóvenes Críticos en la Universidad Católica Andrés Bello. Dice amar la cátedra, la charla, el contacto con sus estudiantes. Pero en última instancia sueña con la idea de que sus textos sean la música de uno o varios bailarines. Quiere que sus poemas sean incluidos en exhibiciones colectivas, sean transpirados bajo los cenitales, se conviertan en pasos y gestos, en tensores de emociones, en polea de brazos y piernas inquietos.
Paisaje más actual
“Natasha Tiniacos registra galaxias mínimas en donde ninguna realidad es insignificante. Esas constelaciones caóticas formadas por residuos, restos o fragmentos del trajinar humano comienzan a adquirir sentido en cuanto el sujeto intenta darle unidad a lo diverso, es decir, en cuanto el sujeto, desde su posición excéntrica, intenta reconstruir una historia íntima, privada o entrañable de lo que falta: el etcétera de nuestra existencia”, escribe sobre su trabajo el poeta Luis Enrique Belmonte. Ella asiente. Su palabra es imán para lo cotidiano, lleva adherida un clima, fragmentos de objetos brillantes, desechos del todo.
También contiene el paisaje más actual, los escritorios y sus enchufes, las redes que antes pescaban y ahora comunican. Agrega Belmonte: “La literatura tiene que entender que también vivimos a través de las redes sociales, conectados sin presencia. Si la literatura tiene el oído puesto a lo que está pasando, tiene más posibilidades para hacer conexión”. Sus ojos y lengua los ha puesto en la mata de mango frondosa del patio de la abuela, la que cocinaba los mejores postres del mundo; en los domingos de almuerzo en familia; en los recuerdos penosos del tío enfermo con esquizofrenia; en la imagen imborrable de la primera nevada en Washington, que la hizo llorar. “La poesía tiene que tener el oído despierto, tiene que entender la fractura del siglo y poder ver desde la oscuridad. Parafraseando a Giorgio Agamben: ¿cómo se acostumbra la mirada a la oscuridad? Pues habitando en ella”.
Puño y letra
Coleccionista de plumafuentes y bolígrafos antiguos –los limpia con esmero, los hace relucir, los ordena en fila, los coloca en una caja de madera–, acaso tenga obsesiones pero no manías. “Alguna que otra, como el daño colateral que trae la soledad”. Pero distraída, nunca. Se precia de poder mirar con profundidad: reconociendo, esculcando. Lo hace patente en un texto que escribe en 2014, cuando tenía 29 años, en su diario de Iowa: “Me preparo para mi residencia. Serán tres meses en los que estaré escribiendo para mi nuevo proyecto. Tres meses de lectura y dedicación exclusiva a las palabras. Me costará escoger los libros que habrán de acompañarme. Anoche tuve sueños extraños, con gente del pasado que de alguna manera desmitifico al soñarlas. Les quito el polvo de misterio. Es un revelado. Al soñarlas, traigo a esas personas a la cotidianidad, que es el horizonte plano donde casi todo es alcanzable. Lo único que temo es que el tiempo no me baste para decir las cosas que tengo que decir, pero sobre todo leer y descubrir lo que me falta (que es todo, que siempre será el resto, una deuda impagable con la literatura)”.
“Los límites son más difusos cada vez; no solo hablo de fronteras geográficas sino de aquellas que están entre las disciplinas de creación. Es imperativo tener el oído atento a las pulsiones creativas si surgen entre la poesía y el performance, por ejemplo. Es una multitud entre la que nos hacemos paso. Por algún lado se tiene que ver la esquizofrenia de las influencias culturales y sociales, y ese lugar es un rizoma”.
*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016. Compilación: Antonio López Ortega.
El Nacional Papel Literario



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