¿Por qué elegí esta ilustración?

Ilustracion: Georges de La Tour Magdalena Penitente 1625-1650 Metropolitan Museum Nueva York

¿Por qué elegi esta ilustración?

Una habitación a oscuras, una única fuente de luz, una gran figura que llena todo el cuadro. Una mujer sentada. Aún es joven, ni su rostro que apenas vemos, ni su cuello y escote, ni sus manos delatan todavía la huella destructiva del tiempo. Solo tres colores, los más antiguos, los que han acompañado a los humanos desde la remota prehistoria: el blanco, la luz, el rojo, la vida, el negro, la muerte.
Georges de La Tour (1593 – 1652), pintor lorenés, hijo de un albañil, casado con una mujer de la nobleza, con ínfulas de noble y odioso a sus vecinos, famosísimo en vida. Habitante del terrible siglo XVII, en una tierra disputada entre el Imperio y el rey de Francia. Georges de La Tour no existía, de su producción de casi quinientos cuadros, quedaron veintitrés originales. Georges de La Tour volverá existir a partir de 1932, cuando la Europa del siglo XX, que ya olvidaba lo que era la oscuridad pronto conocerá las tinieblas.
Los cuadros de Georges de La Tour no tienen título, es decir su título original se ha perdido y el que tienen es posterior al redescubrimiento del pintor. Volvamos al cuadro. ¿Esta mujer es María Magdalena? María Magdalena, santa muy popular en la Edad Media, fue un motivo muy repetido desde el Renacimiento, pues en un cuadro de temática religiosa es posible pintar a una hermosa mujer, poder exhibir ricos ropajes, desnudez femenina sin que hubiera censura. Magdalena a partir del Renacimiento es casi siempre rubia, de larga y rizada cabellera. Incluso o sobre todo, cuando de trata de Magdalena penitente, es posible apreciar la sensualidad del personaje. María Magdalena siempre fue una santa incómoda, ambigua, turbadora. No era virgen, no era esposa, no era madre, pero es una de las valientes mujeres que asiste a la Crucifixión y el primer testigo de la Resurrección. La Iglesia no tuvo más remedio que tolerarla.
Magdalena está sola en una habitación despojada como una celda, mira hacia el espejo aunque no vemos su reflejo ¿se ve ella misma? Quizá se mira por última vez. Quizá nunca más volverá a ver su rostro iluminado intensamente por la única fuente luz, ese candelabro con esa vela lujosa de cera, en ese espejo de marco tallado. Ha dejado el collar de perlas sobre la mesa, las perlas que en el siglo XVII indican liviandad, se asocian con las cortesanas y la prostitución. En el suelo hay otras joyas. Magdalena se está despidiendo, en silencio, en soledad absoluta. Pero Magdalena aún es quien ha sido, la mujer que ha conocido el placer y la libertad. Aún calza lujosamente y su falda roja como los zapatos es de rico tejido. Ese color rojo que lleva siglos tiñendo los vestidos de novia, los vestidos de fiesta, los vestidos de las prostitutas. Es cierto que lleva una sencilla camisa, la camisa es esa época una prenda interior, pero su larga melena, no rubia ni rizada, sino oscura y lisa, está cepillada como la de una dama de la época Heian. Y en otras o posterioresversiones, Magdalena, que ya ha renunciado, que ya no se ilumina con velas sino con candiles de aceite, que ya es penitente, mantendrá esa lisa y perfecta cabellera de dama japonesa.
Un universo casi monócromo, una austeridad total, habitaciones despojadas, personas humildes, nada bellas, unos volúmenes geométricos, incluso en los rostros. El ser humano solo, ante sí mismo, a la luz de una vela, de un candil, de una llama. En nuestro mundo de hoy hace mucho que perdimos la oscuridad. No podemos imaginar lo que es vivir solo a la luz de día, que luminarias como candiles, velas, antorchas, solo eran algo para hacer el tránsito a la noche, a la oscuridad total. Dije más arriba que cuando se redescubrió a Georges de La Tour en 1932 Europa estaba a punto de recordar las tinieblas. No las tinieblas metafóricas de vivir una era de guerra como la que vivió el pintor, sino las reales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las ciudades europeas bajo la amenaza de la destrucción de los bombardeos aéreos, volvieron a ser lo que habían sido durante siglos: lugares de oscuridad, incertidumbre y miedo.
Magdalena, seria, sola en esa habitación desnuda, con los restos de su pasado, con el espejo que el que no se volverá a mirar, rozando con sus dedos el cráneo amarillento de frente huidiza que tiene en el regazo pero al que no mira todavía. Magdalena es la imagen de la melancolía, muy parecida a la deDomenico Fetti, contemporánea suya. La melancolía de quien sabe que no volverá a haber amores, ni fiestas, ni alegría, ni belleza, porque todo es pasajero. Cuando Magdalena apague esa vela y se haga la oscuridad total en la habitación para el sueño de la noche, ese sueño será el hermano de la muerte que están acariciando sus dedos.

jueves, 8 de marzo de 2012

El doctor Alex Loyd descubridor de los Códigos, el segundo es el doctor Ben Johnson, un médico que participó en el famoso libro y película de El Secre


Alex Loy,psicólogo, descubridor de El Código de Curación

Doctor Ben Johnson, médico que participó en el famoso libro y película de El Secreto.

EL MAYOR DESCUBRIMIENTO EN EL CAMPO DE LA SALUD DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
Personas que afirman haberse curado de diabetes, de asma, de esclerosis, y también de depresión, ansiedad... que afirman haber encontrado en su corazón la paz y el perdón, que han mejorado su vida y sus relaciones.
¿Milagro o estamos ante el mayor descubrimiento en el campo de la medicina?
Esta obra cuenta la historia de cómo un psicólogo descubre El Código de Curación durante un viaje en avión y al día siguiente cura a su mujer en 45 minutos de una depresión de doce años. Narra también como un médico es diagnosticado de una enfermedad incurable y, al poco de practicar El Código de Curación, desaparecen sus síntomas y sana.
Ambos son los autores de este libro, el primero es el doctor Alex Loyd descubridor de los Códigos, el segundo es el doctor Ben Johnson, un médico que participó en el famoso libro y película de El Secreto.
En este libro, ambos ponen a disposición de todo el mundo, en primer lugar las claves de por qué y cómo funciona El Código y después la forma en que cada uno puede ponerlos en práctica.
Cada vez son más las personas que a lo largo y ancho del planeta ya usan El Código y son millares los testimonios que dan fe de su eficacia.
Alexander Loyd se doctoró en Psicología y Medicina natural. Los doce años durante los que investigó un método para curar la depresión de su esposa le permitieron descubrir en 2001 El Código de Curación. Desde entonces, su práctica se
ha convertido en una de las más importantes de este tipo en el mundo. Su método lo utilizan miles de pacientes en Estados Unidos, y en más de 140 países emplean El Código de Curación para tratar el origen de problemas físicos y emocionales, o asuntos vinculados con el éxito y las
El doctor Ben Johnson fue director clínico de la Immune Recovery Clinic, de Atlanta, Georgia. Des-de que en 2004 se curó de la enfermedad de Lou Gehrig utilizando El Código de Curación, ha dado conferencias por todo el mundo sobre el funcio-
namiento del método. Es el único médico que aparece en el popular libro y DVD, El Secreto.

PRÓLOGO

    E L Código de Curación, desarrollado por el doctor Alex Loyd, constituye toda una revelación para cuantos se encuentran buscando desesperadamente una respuesta a los cambios a los que tienen que hacer frente en su vida cotidiana.

    Durante los dos años que duró mi batalla con diversas enfermedades incurables visité a setenta especialistas en Medicina, tanto en la convencional como en la alternativa, tratando desesperadamente de curarme. Tras haber vencido a mis enfermedades, mediante una activa fe en Dios y siguiendo unos principios curativos naturales, me sentí obligado a cumplir la misión de transformar definitivamente la salud de este país y del mundo. En mi búsqueda por encontrar las claves básicas y más eficaces para liberar el potencial de salud del cuerpo, del alma y del espíritu, estudié y probé cientos de métodos curativos, obteniendo en el mejor de los casos resultados bastante inciertos.

    Fue un amigo el que me habló de El Código de Curación, y he de reconocer que, al principio, me mostré un tanto escéptico. Tras haber oído y leído cientos de casos que atestiguaban los cambios increíbles experimentados en la vida de numerosas personas, me enteré de que se había estado trabajando en El Código de Curación durante doce años en los que, además de mantenerse en una continua vinculación con la oración y los principios cristianos, se había ensayado científicamente. Todo ello hizo que me interesase por este método y me hiciese estudiarlo con mayor intensidad. Poco después tuve la oportunidad de conocer y pasar cierto tiempo con el doctor Alex Loyd. Si por entonces todavía albergaba algunas dudas sobre el tema, estas se disiparon por ensalmo. Alex constituye el testimonio viviente del método que él mismo descubrió.
    Alex no se ha limitado solamente a restablecer la salud física y emocional de su propia familia, sino que su espíritu compasivo por ayudar a toda costa a cuantos necesitan de sus servicios lo convierten en la persona más inestimable que haya podido conocer en mi vida. Alex es el ser más feliz, entregado y sereno con el que me haya topa-do. Y he podido comprobar también cómo tanto Alex Loyd como su método de El Código de Curación han logrado mejorar de forma espectacular la salud de amigos y familiares, obteniendo unos resultados espléndidos tanto física, como espiritual, mental y emocionalmente.

    Sin embargo, no fue hasta que tuve que hacer frente a una fuerte crisis personal cuando comprobé el auténtico poder que yace en El Código de Curación. Cuando tuve que habérmelas con algo que tenía todas las trazas de resultar insuperable, me puse a trabajar con Alex durante un periodo de unos cuarenta días, y me entregué de lleno a El Código de Curación para que resolviera y sanara una serie de temas importantes, muchos de los cuales no tenía ni idea de que pudieran existir. Durante este proceso pude enfrentarme, casi sin esfuerzo, a una serie de experiencias del pasado y tener la capacidad de poder perdonar verdaderamente a una serie de personas que me habían hecho daño durante años; y, lo que todavía consideré más importante, logré el perdón de aquellos a los que había dañado. Experimenté también otro milagro, otro don divino, en mi vida, en mi cuerpo, alma y espíritu. Por todo ello siento un profundo afecto y gratitud hacia el doctor Alex Loyd y hacia El Código de Curación.

    Este libro se basa en ese método, y le dará a usted la esencia de lo que lo hace funcionar. El Código de Curación que usted tiene ahora en las manos es mucho más que un simple libro. Con él posee las claves para abrirse al potencial salutífero que Dios le ha concedido.

    Si sabe utilizar los instrumentos que se facilitan en El Código de Curación, podrá conseguir un auténtico perdón, desechar erróneas creencias y sanear aquellos asuntos del corazón que le causan tanta tensión, fracaso e, incluso, enfermedades físicas. No obstante, y a pesar de lo poderosos que son los principios de El Código de Curación, ellos no trabajan por sí solos. Es necesario que usted practique sus técnicas y utilice sus instrumentos, como el Descubridor de los Asuntos
    del Corazón. Le animo a que se tome el tiempo necesario para que pueda desarrollar su propio Código de Curación utilizando los elementos que aparecen en los Capítulos Once y Doce. Se quedará maravillado de lo rápido y eficaz que resulta la técnica del «Impacto Instantáneo», la cual en tan solo diez segundos le eliminará la agitación y las emociones negativas, aumentando su potencial de energía diaria. Pero tenga presente que esta técnica no le servirá para nada a menos que la utilice cuando realmente la necesita.

    En estos días oímos muchas cosas en Estados Unidos y en el mundo sobre la REFORMA de la salud. Si utiliza los poderosos instrumentos que se encuentran en El Código de Curación podrá comprobar cómo se TRANSFORMA por completo su salud y su vida.

    Me siento profundamente beneficiado por la revelación y por la sabiduría recibidas del doctor Alex Loyd. Ahora le ha llegado a usted el momento de iniciar su viaje hacia esa salud extraordinaria con El Código de Curación.

    JORDAN S. RUBIN, NMD, PhD
    Aclamado autor, según el New York Times,
    de más de veinte obras sobre salud y bienestar.
    Presentador del programa de televisión Extraordinary Health.
    Fundador y director ejecutivo de «Garden of Life».

    PREFACIO

    El descubrimiento que lo cambió todo
    ¿Qué es lo que más desea en la vida? ¿Buenas relaciones sentimentales? ¿Tener una magnífica salud? ¿Paz? ¿Obtener final-mente el éxito en aquel campo en el que, pese a su capacidad, siempre se sintió poco reconocido? ¿Logros que pudieran medirse de múltiples formas? ¿Cómo lograr «esas cosas» que le tienen en vela por las no-ches, y que no dejan de agitarle?

    Lo que yo (Alex)´ deseo compartir con usted es la manera de poder conseguir estas cosas; una manera que me fue concedida en 2001, como un regalo de Dios.

    Veamos. Allá, en 2001, yo era una de esas personas que deseaban conseguir todo eso. La historia de mi vida, en los doce años anteriores, había sido un conjunto de tristeza, depresión, frustración, metas fallidas e impotencia; una situación de impotencia que no solamente me acarreó tristeza y angustia a mí, sino también a toda mi familia durante esos doce dramáticos y largos años. Cada vez que daba la impresión que las cosas adquirían un matiz un poco mejor, todo volvía a dar marcha atrás para acarrear la tristeza que presidía toda nuestra existencia.

    ¿En dónde radicaba el problema? Tracey yo nos habíamos dado el «Sí, quiero» en 1986, convencidos de que nuestra vida sería «una eterna luna de miel». Pero al cabo de tan solo seis meses, Tracey se ponía a llorar con cualquier pretexto, se daba auténticos atracones
    de chocolatinas, y con frecuencia se encerraba con llave en el dormitorio. A pesar de que vivir conmigo no era cosa fácil, yo me sentía sumamente preocupado. Nada de esto había sucedido antes, y Tracey no parecía saber por qué se encontraba tan triste, al margen del hecho de estar casada conmigo. Pronto descubrimos que Tracey padecía una fuerte depresión; y que, posiblemente, había sido una persona depresiva durante toda su vida. De hecho, la depresión y la ansiedad eran una especie de marca de fábrica de su familia. Varios familiares se habían suicidado en los últimos treinta años, más o menos.


    BUSCANDO AYUDA DESESPERADAMENTE

    Lo intentamos todo: asesoramiento, terapia, vitaminas, minerales, hierbas, oraciones, técnicas alternativas de relajación, todo. Durante estos dramáticos años, Tracey se leyó toda una biblioteca de libros sobre psicología, autoayuda y espiritualidad. No tengo idea de cuánto dinero nos gastamos durante esos doce años de búsqueda; cuando finalmente hicimos un somero cálculo, llegamos a la conclusión de que nos habíamos gastado decenas de miles de dólares. Algunos de los métodos que pusimos en práctica nos fueron de cierta utilidad, y todavía seguimos practicándolos, pero Tracey seguía con su depresión.

    Llegamos a la conclusión de que lo mejor que se podía hacer era recurrir a los antidepresivos. Pero no me podré olvidar de una noche en que me desperté al escuchar los sollozos de Tracey. Encendí la luz y me quedé horrorizado al ver que estaba sentada en la cama en medio de un charco de sangre. Había sangre en su camisón, en las sábanas, en todas partes. Ella no paraba de llorar. llamé al teléfono de urgencias, convencido de que había sufrido una hemorragia interna. Me preguntaba, al mismo tiempo, cómo iba a poder criar yo solo a mi hijo de seis años, si ella se veía imposibilitada para hacerlo. Pero al cabo de un rato me di cuenta de lo que había sucedido. Mientras dormía, Tracey se había clavado las uñas en las piernas hasta el punto de atravesar la piel y hacerse tanta sangre que había manchado toda la cama. Por supuesto que los antidepresivos tienen muchos efectos secundarios, pero este, en especial, es el peor.
    Los síntomas de su depresión llegaron a hacerse mucho peores. En cierta ocasión Tracey hizo por su cuenta un test, que figuraba en uno de los libros que estaba leyendo, para comprobar hasta qué punto era grave su estado. Cuando leí las respuestas que había dado a las preguntas que se formulaban en el test me quedé horrorizado: había respondido afirmativamente a la pregunta de si sentía con frecuencia ganas de morirse. Entonces me comentó que era demasiado cobarde para suicidarse, pero que a menudo pensaba lo agradable que sería para ella tener un accidente mortal de coche y acabar para siempre con su sufrimiento.

    Su depresión afectó de forma negativa a todos los aspectos de nuestra vida y de nuestra familia. En muchas ocasiones llegamos al punto de no poder soportarlo más. Tanto ella como yo deseábamos acabar de una vez con aquello. Lo único que nos impedía tomar una trágica resolución era la creencia de que Dios debería tener algo mejor que ofrecernos. Tracey y yo renovamos nuestros votos matrimoniales, y muy sincera-mente aceptamos seguir juntos «para lo bueno o para lo malo».

    Lo único que no llegué a perder fue la esperanza. Y esa esperanza me dio fuerzas para seguir luchando y buscar la forma de poder ayudar a Tracey. Traté de encontrar una fórmula que pudiese resultar eficaz haciendo dos programas de doctorado, incontables seminarios y talle-res, y leyendo decenas y decenas de libros sobre el tema. Pero nada nos sirvió para resolver el problema. Nada me daba la respuesta que andaba buscando. ¿Aprendí cosas? Naturalmente. ¿Adquirí una mayor madurez? Hombre, claro. ¿Mantuve la esperanza de que, finalmente, encontraría una solución? Siempre.

    Y entonces sucedió aquello. Duró durante unas tres horas. Fue como si yo fuera la única persona que existiera en la Tierra, aunque hubiera personas a mi alrededor.


    UN PROYECTO PARA LA CURACIÓN

    Había estado en Los Ángeles para asistir a un seminario sobre métodos de psicología alternativa, y me encontraba en el aeropuerto esperando la hora de embarcar en el avión que me llevaría a casa. Entonces
    sonó mi teléfono móvil, pulsé para contestar y escuché una voz que decía «¡Hola!». Nada más oír aquella voz sentí que un estremecimiento recorría todo mi cuerpo. Tracey estaba muy deprimida. Estaba llorando y decía que nuestro hijo, Harry, (que tenía seis años) no entendía aquella forma de estar enferma de su madre. Si yo hubiera estado en ese momento en casa hubiera podido paliar su estado depresivo con algunas de las técnicas que yo conocía. Pero poco podía hacer encontrándome a más de tres mil kilómetros de distancia. Estuve hablando y rezando con ella hasta que se me acercó la azafata para decirme que apagara el teléfono. Entonces hice lo que había venido haciendo, día tras día, desde hacía doce años. Recé por Tracey.

    Lo que pasó a continuación constituye la razón por la que he escrito este libro. Lo mejor que puedo decir es esto: Dios puso en mi mente y en mi corazón lo que ahora llamamos El Código de curación.

    No me interprete mal... no es que hubieran aparecido ángeles celestiales al otro lado de la ventanilla de aquel avión 737. Tampoco había una neblina o un halo misterioso que envolviese el fuselaje del aparato, ni escuché ninguna música celestial. Pero lo que entonces sentí fue algo tan distinto a lo que había vivido hasta entonces que comprendí que era una respuesta a las plegarias hechas, día a día, durante aquellos largos doce años. Vi la respuesta en mi ojo mental con la misma claridad con la que anteriormente había visto otras muchas cosas; sin embargo, aquello no era igual. Usted se dará cuenta de lo que estoy diciendo si alguna vez ha tenido un instante de inspiración y se ha dicho «¡Qué gran idea!». Bueno, esto era algo parecido; solo que parecía que era la gran idea que algún otro había puesto en mi cabeza. Era como si lo estuviera viendo en la televisión. Estaba en mi cabeza, pero no era mío. Estaba «leyendo» el proyecto de un método de curación que jamás había estudiado. Se trataba de la revelación de un mecanismo psico corporal que curaría cualquier tipo de creencia espiritual errónea. Se me estaba mostrando un sistema que explicaba la manera de contrarrestar la auténtica fuente de todos los temas de la vida mediante unos sencillos ejercicios manuales. Así que me puse a copiar y a copiar aquel sistema. Estuve escribiendo hasta que sentí calambres en las manos, y no pude evitar decir en voz alta (recuerdo esto porque eché un vistazo en derredor, avergonzado porque alguien me hubiera podido oír) : «¡Dios mío, dímelo más despacio o tendrás que recordármelo, porque no puedo escribir tan deprisa!».
    Cuando llegué a casa, siguiendo este proyecto que se me había concedido como un don divino, se había eliminado el problema que había estado dominando mi vida durante más de una década. En cuarenta y cinco minutos había desaparecido la depresión clínica que sufría mi esposa. Estoy escribiendo estas líneas más de ocho años después, y Tracey no volvió a tomar otra medicación, sintiéndose perfectamente todos los días. Sí, es cierto que la depresión de Tracey volvió tras aquel tratamiento inicial de cuarenta y cinco minutos, pero al cabo de tres semanas de practicar diariamente «El Código de Curación» su depresión desapareció para siempre. Después de tantos años de sufrimiento en los que no paramos de buscar algo que pudiera aportar un poco de normalidad y de paz a nuestras vidas, no tengo palabras para describir la alegría y el gozo que esto me ha dado tanto a mí como a mi esposa e hijos (ahora tenemos dos). De hecho, en 2006 Tracey cambió legalmente su nombre por el de Hope (Esperanza). Después de todos aquellos años de depresión en los que se sintió desesperada, ya no se considera la misma persona de antes. Ahora ella es Hope.

    Tras aquella profética noche en la que descubrí lo que más tarde habría de llamar El Código de Curación, me sentía tan entusiasmado que la mañana del lunes siguiente me fui a mi consulta privada con una serie de planes en la cabeza para integrar este nuevo protocolo en mi trabajo con decenas de personas, cuyas vidas podrían describirse como similares a la que había padecido yo. Mucho dolor, mucha frustración, muchos dolores de cabeza, muchas personas buscando desesperadamente una solución a sus problemas. A medida que empecé a compartir El Código de Curación con mis clientes sucedió lo que yo esperaba que sucediese: se curaron las depresiones, la ansiedad quedó reemplazada por la paz, los problemas de relación desaparecieron. E incluso problemas mentales y emocionales más graves se curaron de forma satisfactoria y, en la mayoría de los casos, de una manera rápida.


    SE AMPLÍA EL CÍRCULO DE LA CURACIÓN

    Lo que no podía imaginarme fue lo que sucedió seis semanas más tarde. Una de mis apreciadas clientas vino a verme para preguntarme
    si podría hablar conmigo en privado durante unos pocos minutos. Tenía una mirada desconcertante que yo jamás había visto antes. Me dijo que no podía recordar si me había informado en alguna ocasión de que padecía de esclerosis múltiple. Siento decir que inmediatamente me pasó por la cabeza una de mis clases de psicología en las que se estudiaban temas legales, y que me preocupó inmediatamente la idea de que se pudiera presentar algún tipo de querella por informar de algún secreto profesional. En esta situación tan embarazosa me vi obligado a revisar el informe médico que tenía de ella. Le dije que no recordaba haber hablado nunca de ese tema, pero pronto me di cuenta de que la pregunta que me estaba haciendo mi antigua clienta tenía otra razón de ser.

    Dominado por un sentimiento de amor y compasión, cerré el archivo y mirándola fijamente, le dije que no recordaba el tema de que me hablaba y que por qué me lo preguntaba. Entonces ella se echó a llorar de forma incontrolable. Cuando se hubo calmado me dijo que venía del Hospital Vanderbilt, de Nashville, en donde le habían dicho que ya no tenía esclerosis múltiple. Yo me sentí profundamente emocionado por lo que me decía, y tampoco pude reprimir las lágrimas.

    Pero entonces nuestras lágrimas se convirtieron en risas, y empezamos a reírnos los dos abiertamente.

    -¿Cómo pudiste conseguirlo? Dímelo, por favor; para que, si llego a tener otro cliente en esas condiciones, pueda compartir con él tu experiencia ¡Esto es algo maravillosos! ¡Qué feliz me siento por lo que te ha sucedido!

    Y entonces me lo dijo. Me confesó que había sido El Código de Curación, que había estado practicando con ella durante las últimas seis semanas, el causante de su sanación. Tenía que haber sido eso, porque ella no había hecho ninguna otra cosa.

    Bueno, pensé que aquello era una anomalía, una pura excepción. Una de esas cosas que se producen una vez en la vida. Hasta que un par de semanas más tarde tuve noticias de otro caso; en esta ocasión se trataba de un cáncer. Y poco después de este, uno más, un caso de
    diabetes. Y, más tarde, migrañas. Y los primeros estadios de la enfermedad de Parkinson. Y más y más casos.

    Llegado a ese momento me di cuenta de que lo que había recibido en aquel vuelo, a diez mil metros de altura, era más, mucho más que lo que había pedido y por lo que había orado. Comprendí las maravillosas consecuencias que podía tener para la salud en el mundo ente-ro; pero también fui consciente de que nadie iba a creerme tan solo porque yo le dijera. De hecho, estaba seguro que muchas personas no iban a creer en absoluto estas maravillosas curaciones. Parecían demasiado increíbles, demasiado fantásticas, demasiado sensacionalistas. Diariamente nos vemos bombardeados por el término «sensacional» cuando no acabamos de creer algo que se refiere a nuestras vidas o a las circunstancias que vivimos.


    EN BUSCA DE LA CONVALIDACIÓN

    Para que pudiera hacer público mi descubrimiento ante el mundo entero tenía, en primer lugar, que estar convencido, tanto en mi cabeza como en mi corazón, de dos cosas. La primera era que aquello tenía que estar totalmente de acuerdo con mis propias creencias espirituales. Así pues, durante dos o tres semanas «pulsé el botón de parada» y me tomé un tiempo para dedicarme a la meditación y a la oración, para hablar de ello con mi consejero espiritual, y para investigar en los Evangelios si mi trabajo estaban en armonía con ellos. Al final de esta etapa estaba convencido de que este método de curación se halla actualmente más en armonía con ellos que cualquier otro que se ofrezca en las medicinas tradicionales o alternativas.2

    La segunda cosa de la que tenía que estar convencido era que El Código de Curación tenía que ser validado, científica y médicamente. Tenía que hacer esto porque empezaba a darme cuenta de que si era tan bueno como yo pensaba, necesitaría hacer algunos cambios en
    mi vida para decírselos a la gente. Esencialmente, debería abandonar mi consulta privada. Tiene que entender usted que había venido trabajando durante cinco años para conseguir mi doctorado, y esos años habían sido muy duros. No solamente por lo que había tenido que luchar contra la depresión de Tracey, sino porque además tenía otros dos trabajos adicionales: ir a la Facultad a tiempo completo, pagar las clases y mantener una familia que iba aumentando (mi primer hijo nació en estos años). Muchas veces nos veíamos obligados a comer solamente mantequilla de cacahuete, o arroz con alubias. Al cabo de un año de lograr mi graduación tenía una lista de espera de clientes de seis meses. Mi consulta privada de terapeuta estaba progresando y, finalmente, saboreábamos el fruto de nuestro trabajo.

    La curación que yo advertía en Tracey y en mis clientes, gracias a El Código de Curación, me llevó al convencimiento de que el método era tan bueno como parecía ser. Pero yo necesitaba pruebas.

    Durante el siguiente año y medio propuse demostrarme que el método era mejor que todos los que existieran hasta entonces. Decidí someterme a la prueba de HRV, que era el test más válido para medir el estrés existente en el sistema nervioso autónomo. Yo había realizado para entonces una investigación considerable tratando de demostrar que todos los problemas que usted pueda imaginarse, en cualquier momento y en cualquier forma, tienen su origen en el estrés. Creía que si El Código de Curación sanaba realmente casi todo en la forma en que parecía hacerlo, también tendría que eliminar el estrés corporal, porque en la mayoría de los casos los problemas físicos que habían sido curados no habían sido tratados de forma directa. De hecho, los únicos problemas a los que se dirige El Código de Curación, pasados, presentes y futuros, eran los temas espirituales que radican en el corazón.


    RESULTADOS SORPRENDENTES

    Los resultados obtenidos al cabo de año y medio de ser testados con el HRV estaban muy por encima de lo que yo hubiera esperado. Un médico llegó a decirme que los resultados obtenidos no habían sucedido jamás en la historia de la Medicina. ¿Qué resultados eran
    estos? Pues simplemente que El Código de Curación lograba equilibrar el sistema nervioso autónomo en veinte minutos o menos; y que la mayoría de las personas (un 77%) mantenían ese equilibrio al cabo de veinticuatro horas de haber sido examinados. Según la literatura médica existente recogida a lo largo de los últimos treinta años, de acuerdo con las investigaciones realizadas por el doctor Roger Callahan expuestas en su libro Stopping the Nightmares of Trauma, el periodo más corto logrado por cualquier tipo de terapia para eliminar el estrés corporal era de seis semanas. Así pues, parece ser que El Código de Curación elimina del cuerpo en veinte minutos, o menos, el único ele-mento que es la fuente de casi todos nuestros problemas.

    Aunque mis propias pruebas no eran clínicas ni tampoco estudios doble ciego, constituían todo cuanto yo necesitaba para mostrar a las personas de mente abierta que existe esperanza para los problemas que puedan tener. Sabía que había encontrado lo que había estado buscando, y lo que mucha gente creía que era imposible: algo que sanaba el origen del estrés, y no meramente sus síntomas; y, además, algo que perduraba. Tenía, pues, lo que necesitaba para promoverlo fuera de mi consulta privada y para empezar con la organización de El Código de Curación, sin necesidad de publicidad ni de mucho dinero. Ahora sentía la responsabilidad de ayudar a otras personas que sufrieran lo que Tracey y yo habíamos estado sufriendo durante doce años. No tengo palabras para expresar la emoción que siento al poder ofrecerle a usted este don que Dios me concedió un día del mes de mayo de 2001, y con el cual podrá curar su vida del mismo modo que ya lo han hecho muchas personas en todo el mundo.

    Yo (Ben) estoy de acuerdo con esto. De hecho, una de las razones por las que me uní a este proyecto para dar una mayor proyección a El Código de Curación la constituyen los resultados que experimenté en mí, y posteriormente en mis pacientes, al utilizar este método. He aquí lo que me sucedió.
    LA HISTORIA DE BEN

    En 1996 podría decirse que yo me «estaba dando la gran vida» en Colorado Springs, Colorado. Mi consulta médica era excepcional, los
    pacientes eran maravillosos y, por si esto fuera poco, mi negocio adicional de la inmobiliaria había resultado todo un éxito. Disfrutaba plenamente de mi familia y tenía tiempo para ir de caza, de pesca y hacer deportes de invierno. ¡La vida era una gozada!

    En esta época mi padre fue sometido a una triple operación de baipás, y entonces necesitó que su arteria carótida tuviera que ser limpiada porque las arteras de su pierna estaban atascadas. Me preguntó que le informara de algún tipo de terapia no convencional, alguna de esas que todavía no están aprobadas por la FDA*. A medida que fue recuperándose y sus arterias fueron limpiándose, yo me sentí intrigado. Cuanto más estudiaba los efectos de las plantas medicinales y los suplementos nutricionales -al igual que muchos otros productos que no estaban legalizados por la FDA-, más me daba cuenta de que simplemente servían para tratar los síntomas, pero no para restaurar la salud en un proceso patológico.

    Empecé a desilusionarme con los medicamentos y sus múltiples efectos secundarios. Había todo un mundo de terapias eficaces de las cuales nadie me había hablado en mi formación médica. Sabía que tenía que aprender más acerca de ellas. De este modo empezó la aventura.

    Regresé a mi estado natal de Georgia, en donde empecé a devorar todo el material que había podido reunir sobre plantas medicinales, suplementos nutricionales, homeopatía y otras terapias médicas alternativas. ¡De nuevo estaba yendo a la Facultad! Finalmente decidí que ya tenía tanta información que lo que necesitaba era una auténtica preparación de corte práctico. Al cabo, conseguí mi título de graduado en Medicina Natural.

    Desde entonces me he esforzado en ofrecer a mis pacientes lo mejor de los dos mundos terapéuticos. Combino las técnicas médicas convencionales con terapias alternativas, a fin de crear programas sanitarios eficaces para mis pacientes. De este modo he logrado más éxitos
    al tratar enfermedades degenerativas crónicas, incluyendo el cáncer -un campo en el que, finalmente, decidí especializarme-, que cuan-do lo hacía utilizando únicamente la medicina convencional. Pero a pesar de mis importantes logros todavía había casos en los que, utilizase los métodos que utilizase, el paciente no respondía. Y fueron precisamente esos casos los que me obligaron a seguir investigando para conseguir un método de curación que pudiera actuar en cada caso, al margen de la situación en que se encontrara.


    LA ENFERMEDAD ES MÁS QUE UNA ALTERACIÓN FÍSICA

    Uno de los grandes obstáculos a los que he tenido que hacer frente como médico especialista en cáncer es el tema emocional/espiritual que mis pacientes tienen que superar para sentirse bien. He tenido pacientes que murieron después de haber superado el cáncer porque no pudieron superar en su vida sentimientos de ira, de miedo, de falta de amor, de perdón, u otros de parecida índole. Para ayudarlos de forma más eficaz a enfrentarse con sus problemas emocionales/espirituales no resueltos, investigué y me preparé en muchas terapias, incluyendo el asesoramiento convencional, la Thought Field Therapy (TFT) , Emotional Freedom Technique (EFT) , Healing Touch, Tapas Acupressure Technique (TAT), Quantum Techniques, y otras.´ Algunas de estas técnicas ayudaron en cierta medida, unas más que otras. Pero ninguna resultó adecuada para poder resolver, en general, los problemas de los pacientes.

    Lo cierto en todo esto es que raras veces nos encontramos con una terapia que sea verdaderamente nueva, en especial alguna que potencialmente pueda cambiar el panorama médico tal como lo conocemos. Pensemos por un momento en las posibilidades que tendría un mundo en el que no existieran Prozac, Lipitor, insulina o antihipertensivos. Cuando todo esto coincide con nuestras necesidades personales puede constituir con un auténtico fenómeno. Yo no sabía, por entonces, que
    la nueva terapia que estaba buscando fuera El Código de Curación4 descubierto por el doctor Alex Loyd, al que hoy puedo considerar mi amigo y socio.

    En mi clínica del cáncer, en Atlanta, somos muy progresistas. Estudiamos las múltiples causas del cáncer y tratamos de establecer terapias específicas para cada caso. Creo que las causas del cáncer son una combinación de metales pesados, virus, carencia celular de oxígeno, acidosis metabólica y problemas de tipo emocional/espiritual. Podemos trabajar de forma muy eficaz con los metales pesados utilizando una mezcla de agentes intravenosos y orales. Los virus y otros tipos de partículas similares resultan mucho más difíciles de ser tratadas, pero también pueden utilizarse ciertos preparados antivirales y otros productos no aprobados todavía por la FDA. El trabajar con la falta celular de oxígeno (tema que le valió a Otto Warburg el premio Nobel de Medicina en 1932, cuando demostró que la carencia de oxígeno es una importante causa de cáncer) resulta un proceso más lento. Existen agentes intravenosos que modifican la curva de disociación del oxígeno en la hemoglobina. Esto se encuentra íntimamente ligado con la acidosis metabólica y con los cambios en la dieta que resultan absolutamente necesarios. Aunque no es fácil, el trabajar con todos estos problemas es algo que se puede hacer. Pero el mayor obstáculo para el total restablecimiento de mis pacientes lo constituyen los temas emocionales/espirituales. El encontrar una solución para este problema se convirtió para mí en una búsqueda cada vez más importante, a medida que seguía trabajando en mi clínica.


    MI DIAGNÓSTICO MORTAL

    Mientras me esforzaba en encontrar un tratamiento eficaz para mis pacientes empecé a tener ciertos problemas físicos que, al principio,
    revelaron fatiga y fasciculación muscular (una contracción o torcedura involuntaria de las fibras musculares). Inicialmente traté de ignorar estas molestias considerándolas secuelas de un problema que había tenido en la espina dorsal en 1996. Pero a medida que fue pasando el tiempo, mi estado físico empeoró. Mis músculos se agitaban involuntariamente en las pantorrillas y, al mismo tiempo, sentía espasmos musculares en la espalda y en los brazos. Era fácil observar cómo mis músculos se movían bajo la piel. Además, empecé a sentirme muy cansado, incluso me agotaba el subir un corto tramo de escaleras; mi voz se volvió, asimismo, más débil. Decidí que había llegado la hora de consultar a mi cirujano ortopédico, que es un buen amigo. Tras concluir su examen, me dijo con bastante reticencia que su diagnóstico era que padecía una esclerosis lateral amiotrófica (ALS) , enfermedad conocida comúnmente como enfermedad de Lou Gehrig*. Natural-mente el diagnóstico no me hizo demasiado feliz, por lo que inmediatamente visité a otro amigo médico para tener una segunda opinión. El diagnóstico de este otro médico confirmó el anterior.

    Me fui a casa y me volqué sobre mis libros de Medicina. Lo que descubrí en ellos resultó bastante triste. El 80% de las personas que padecían la enfermedad de Lou Gehrig morían a los cinco años de haberse presentado los síntomas ¡Y yo llevaba un año ya con ellos! Por tanto, y de acuerdo con las estadísticas hechas sobre esta enfermedad, ya había vivido entre un 25 a un 50% del tiempo que me quedaba de vida. Muchos de mis enfermos de cáncer tenían una prognosis mejor que la mía.

    Poco después de diagnosticarme la enfermedad asistí a un seminario en el que escuché al doctor Alex Loyd hablar sobre su nuevo trabajo, El Código de Curación. Me resultó sumamente intrigante lo que decía de que a medida que él empezaba a trataba a sus pacientes y estos mejoraban emocionalmente, también se producía una curación física. Era algo que parecía completamente inesperado pero que se había demostrado cierto, al haber comprobado él cómo más y más
    pacientes habían sanado con este método. Con mi diagnóstico en la mano me propuse redoblar mis esfuerzos por investigar el descubrimiento del doctor Loyd.


    ESCUDRIÑANDO EL FUNDAMENTO FILOSÓFICO

    La base filosófica era importante para mí porque si la filosofía resultaba errónea, el trabajo también lo sería. Como en este libro se explicará con más detalle, uno de los conceptos básicos del método de El Código de Curación es que todo recuerdo está almacenado en el cerebro como si fuera una fotografía, y en algunas de esas fotos hay no-verdades, o mentiras, que si no son corregidas se convertirán finalmente en una enfermedad emocional o física. Yo no veía ningún problema en esa teoría de los recuerdos almacenados como si fueran fotografías, ya que el cerebro funciona de forma muy semejante a un superordenador. La idea de las no-verdades, o de las mentiras, que pudiera haber en esas fotografías no me resultaba muy novedosa, pero tenía mucho sentido. Siempre se ha dicho, desde los tiempos de Freud, e incluso antes que él, que si bloqueamos la energía en los primeros años de nuestra existencia, nos veremos impotentes para enfrentarnos con los problemas que nos presente posteriormente la vida. Lo que era novedosa era la idea de que esas fotografías, esos acontecimientos, no eran verdaderos. Por ejemplo, si alguien no se sintió amado en la infancia, ¿será indigno de ser amado posteriormente? ¡Por supuesto que no! Si nos hemos sentido incapacitados para hacer algo en un tiempo, ¿quiere eso decir que tanto nuestro cuerpo como nuestra mente serán totalmente incapaces de realizar eso en el futuro? Probablemente, no. Lo que resulta más probable es que pensemos que no podemos. Por tanto, yo estaba de acuerdo en esa idea de la creencia en no-verdades. Pero ¿cómo se convertía eso en una enfermedad?

    Intenté comparar esta idea con la de un modelo de ordenador, cosa que podía entender mejor. Estamos creados con ciertos programas. Uno de nuestros programas es el de la «autocuración». En la medida en que creamos en no-verdades, los archivos de este programa se verán contaminados, lo que obligará al ordenador a trabajar cada vez más lentamente, hasta que al final terminará fallando. Si usted pudiera conseguir una forma de impedir esa contaminación...
    ¡Voilá! La capacidad innata que tiene el cuerpo para curarse a sí mismo, esa capacidad que le fue concedida por el Creador, quedaría restablecida. Si esto era lógico en un ordenador, también podía ser viable en un cuerpo humano.

    Pero ¿cómo abordará el problema de eliminar los datos incorrectos y reemplazarlos por otros que sean correctos? Esto se convertía para mí en un tema de física, puesto que todo, incluyendo la información digital, existe en definitiva como su denominador más común: la energía, que tiene su correspondiente frecuencia vibracional. Y cualquier frecuencia puede ser modificada si sabemos cómo hacerlo.


    DANDO EL PASO DECISIVO

    Ya me sentía cómodo con la filosofía y con la ciencia que imbuían El Código de Curación. Había llegado el momento de dar el paso decisivo, por lo que me apunté a un seminario formativo. La formación fue buena, y empecé a aprender algunas sencillas técnicas utilizadas por los instructores de El Código de Curación. También decidí pagarme una hora particular de trabajo de curación con el mismo doctor Loyd.

    Tenía dos cosas en las que necesitaba trabajar de forma inmediata. La primera y más importante era el diagnóstico que se me había hecho de mi enfermedad de Lou Gehrig. Padecía, asimismo, un problema crónico de insomnio que se había agravado tanto durante las últimas décadas que no podía dormir sin ayuda de hipnóticos. Recibí un Código para mi problema de insomnio que debería realizar tres veces diarias. La primera noche, tras haber hecho tan solo un Código, dormí de un tirón. Durante las cinco semanas siguientes no tuve que tomar ningún somnífero. No diré que no recurra a ellos de vez en cuando, puesto que tengo que viajar mucho y extraño la cama, y a veces me molestan también ciertos ruidos. No obstante, he mejorado mucho en este problema de insomnio, hasta el punto que recurro a los somníferos muy raramente.

    En lo que concierne al problema muscular, la fatiga y otros síntomas de la enfermedad de Lou Gehrig, han desaparecido. Después de tan solo tres meses de practicar El Código de Curación, volví a la consulta
    del cirujano que me había diagnosticado la enfermedad por primera vez. Me hizo el test correspondiente y descubrió que los síntomas habían desaparecido en su totalidad. Ya no los padezco desde el mes de marzo de 2004. Quisiera decir, para aquellas personas que no lo sepan, que no existe cura para esta enfermedad.

    Después de haber experimentado personalmente los resultados de las técnicas de El Código de Curación, decidí que quería conocerlas a fondo. También he entrenado en ellas al equipo de mi clínica para el cáncer de Atlanta; de este modo mis pacientes también pueden beneficiarse de esta magnífica técnica. A la vista de los resultados que tanto mi equipo como yo hemos podido comprobar, ahora sé que he encontrado el método curativo que tan ansiosamente había estado buscando. No conozco ninguna otra técnica que trate, tanto los problemas emocionales como los físicos, de una manera tan eficaz y tan completa.

    Hace poco me encontré con que no tenía nada que hacer por la noche, así que tanto mis hijos como yo decidimos ver una película. Como no nos apetecía salir de casa y pasar frío para ir al videoclub, los chicos decidieron revisar a fondo nuestra colección de películas. Finalmente encontraron una copia de 2001: Una odisea del espacio, y decidieron verla porque no la conocían. A medida que iba analizando el tema de la película -aquella humanidad que se encontraba al borde de dar un gran salto evolutivo-, no pude por menos de pensar en que los conocimientos que estamos viviendo avanzan a pasos de gigante. Sucede lo mismo en el campo médico. Hace tiempo que pienso que estamos preparados para pasar a otro plano del paradigma sanitario.

    En el Capítulo Dos, con una breve historia de la Medicina y los procesos curativos, se podrá comprobar fácilmente por qué creo que El Código de Curación ha dado un paso inmenso en el paradigma de la curación. Ha evitado también la carga mística que, por lo general, rodea a este tipo de terapias. Tiene profundidad, tanto filosófica como científicamente. Y, además ¡funciona! Yo soy una prueba viva de ello.

    Unas palabras finales sobre el peso científico de El Código de Curación, antes de seguir adelante. Por muy concluyentes que puedan: cada quien toma su decisión de sanar o no, ni Dios puede meterse en el libre albedrío de los seres humanos


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