¿Por qué elegí esta ilustración?

Ilustracion: Georges de La Tour Magdalena Penitente 1625-1650 Metropolitan Museum Nueva York

¿Por qué elegi esta ilustración?

Una habitación a oscuras, una única fuente de luz, una gran figura que llena todo el cuadro. Una mujer sentada. Aún es joven, ni su rostro que apenas vemos, ni su cuello y escote, ni sus manos delatan todavía la huella destructiva del tiempo. Solo tres colores, los más antiguos, los que han acompañado a los humanos desde la remota prehistoria: el blanco, la luz, el rojo, la vida, el negro, la muerte.
Georges de La Tour (1593 – 1652), pintor lorenés, hijo de un albañil, casado con una mujer de la nobleza, con ínfulas de noble y odioso a sus vecinos, famosísimo en vida. Habitante del terrible siglo XVII, en una tierra disputada entre el Imperio y el rey de Francia. Georges de La Tour no existía, de su producción de casi quinientos cuadros, quedaron veintitrés originales. Georges de La Tour volverá existir a partir de 1932, cuando la Europa del siglo XX, que ya olvidaba lo que era la oscuridad pronto conocerá las tinieblas.
Los cuadros de Georges de La Tour no tienen título, es decir su título original se ha perdido y el que tienen es posterior al redescubrimiento del pintor. Volvamos al cuadro. ¿Esta mujer es María Magdalena? María Magdalena, santa muy popular en la Edad Media, fue un motivo muy repetido desde el Renacimiento, pues en un cuadro de temática religiosa es posible pintar a una hermosa mujer, poder exhibir ricos ropajes, desnudez femenina sin que hubiera censura. Magdalena a partir del Renacimiento es casi siempre rubia, de larga y rizada cabellera. Incluso o sobre todo, cuando de trata de Magdalena penitente, es posible apreciar la sensualidad del personaje. María Magdalena siempre fue una santa incómoda, ambigua, turbadora. No era virgen, no era esposa, no era madre, pero es una de las valientes mujeres que asiste a la Crucifixión y el primer testigo de la Resurrección. La Iglesia no tuvo más remedio que tolerarla.
Magdalena está sola en una habitación despojada como una celda, mira hacia el espejo aunque no vemos su reflejo ¿se ve ella misma? Quizá se mira por última vez. Quizá nunca más volverá a ver su rostro iluminado intensamente por la única fuente luz, ese candelabro con esa vela lujosa de cera, en ese espejo de marco tallado. Ha dejado el collar de perlas sobre la mesa, las perlas que en el siglo XVII indican liviandad, se asocian con las cortesanas y la prostitución. En el suelo hay otras joyas. Magdalena se está despidiendo, en silencio, en soledad absoluta. Pero Magdalena aún es quien ha sido, la mujer que ha conocido el placer y la libertad. Aún calza lujosamente y su falda roja como los zapatos es de rico tejido. Ese color rojo que lleva siglos tiñendo los vestidos de novia, los vestidos de fiesta, los vestidos de las prostitutas. Es cierto que lleva una sencilla camisa, la camisa es esa época una prenda interior, pero su larga melena, no rubia ni rizada, sino oscura y lisa, está cepillada como la de una dama de la época Heian. Y en otras o posterioresversiones, Magdalena, que ya ha renunciado, que ya no se ilumina con velas sino con candiles de aceite, que ya es penitente, mantendrá esa lisa y perfecta cabellera de dama japonesa.
Un universo casi monócromo, una austeridad total, habitaciones despojadas, personas humildes, nada bellas, unos volúmenes geométricos, incluso en los rostros. El ser humano solo, ante sí mismo, a la luz de una vela, de un candil, de una llama. En nuestro mundo de hoy hace mucho que perdimos la oscuridad. No podemos imaginar lo que es vivir solo a la luz de día, que luminarias como candiles, velas, antorchas, solo eran algo para hacer el tránsito a la noche, a la oscuridad total. Dije más arriba que cuando se redescubrió a Georges de La Tour en 1932 Europa estaba a punto de recordar las tinieblas. No las tinieblas metafóricas de vivir una era de guerra como la que vivió el pintor, sino las reales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las ciudades europeas bajo la amenaza de la destrucción de los bombardeos aéreos, volvieron a ser lo que habían sido durante siglos: lugares de oscuridad, incertidumbre y miedo.
Magdalena, seria, sola en esa habitación desnuda, con los restos de su pasado, con el espejo que el que no se volverá a mirar, rozando con sus dedos el cráneo amarillento de frente huidiza que tiene en el regazo pero al que no mira todavía. Magdalena es la imagen de la melancolía, muy parecida a la deDomenico Fetti, contemporánea suya. La melancolía de quien sabe que no volverá a haber amores, ni fiestas, ni alegría, ni belleza, porque todo es pasajero. Cuando Magdalena apague esa vela y se haga la oscuridad total en la habitación para el sueño de la noche, ese sueño será el hermano de la muerte que están acariciando sus dedos.

jueves, 13 de marzo de 2014

EL PODER TRANSFORMADOR DEL SILENCIO

El Poder del Silencio


Reproducido con permiso, de "Sophía". Publicado en su edición de Marzo de 1997.Las mejores verdades son las no dichas. Bocas sin abrirse...¿Están decididos a retirarse del mundo todos estos defensores del silencio? No, sólo les parece que unas simples palabras sobre el papel acerca del budhismo o de otras experiencias de iluminación son irrelevantes. En realidad, entre personas muy experimentadas en el Budhismo Zen, pocas son las que encuentran necesario ni siquiera hablar sobre el despertar utilizando las palabras, kensho y satori. Algunos elementos tanto de tipo tabú como de preferencia personal pueden tener algo que ver con ello. Shunru Suzuki no utilizaba satori en absoluto, mientras que Daisetz Suzuki lo consideraba como la razón de ser del Zen y utilizaba el término frecuentemente.
La tradición ortodoxa del silencio es antigua. La raiz griega, mu, de la cual procede "místico", significa silencioso o mudo, y por esto impronunciable por derivación. Ya en la China antigua, Tao-sheng (360-434) había dicho: "Usad las palabras para explicar pensamientos, pero el silencio cuando los pensamientos se hayan absorbido...los que están calificados para buscar la verdad se quedarán con el pez y dejarán la red."
La parsimonia de las frases de las personas más avanzadas que practican el Zen refleja un hecho neurofisiológico básico: el impulso de charlar simplemente desaparece. Cuando se experimenta, el mundo se convierte en el modo de operar, la experiencia sustituye el hablar de ello insustancialmente. El meditador aprende a evitar quedar atrapado por la charla opresora de los habladores compulsivos cuyas superverbalizaciones pasan por ser formas de comunicación social en otros lugares. En ningún momento el silencio es más crucial que durante los retiros de meditación. Entonces, las distracciones se mantienen bajo mínimos para ayudar a que todos los miembros del grupo tengan un solo objetivo. Es en una soledad meditativa donde uno puede investigar muy profundamente en las capas del yo como parte de esa búsqueda reflexiva e introspectiva para comprender y disolver sus ficciones.
Para preservar los beneficios del silencio, los antiguos Maestros del Zen fomentaban el diálogo por el gesto. El gesto transmite ricos mensajes visuales. Estos permanecen mucho después de que los tediosos mensajes verbalizados hayan sido olvidados. El aparentemente simple acto de inclinarse es un gesto poderoso. Es un manera excelente de practicar el dominio de la soberbia del yo personal. Una vez un monje le preguntó al Maestro Rinzai "Cuál es la esencia del Budhismo?" La respuesta de Rinzai fue un gran rugido. Ante eso, el monje se inclinó. Rinzai dijo "Ese es un hombre con el que se puede dialogar".
Hoy en día, nos vemos constantemente agredidos por ese ruido de lo que los medios de comunicación ofrecen como "diversión". No es de extrañar que nos deleitemos observando el puro y silencioso arte de un Charlie Chaplin en sus antiguas películas mudas. Y estaremos siempre en deuda con el artista de mimo, Marcel Marceau, por su aguda observación: "Tenéis que entender qué es el silencio, cuál es el peso del silencio, cuál es el poder del silencio".
Los resultados de los estudios de Andrew Greeley y de George Gallup a mediados de los 70 sugerían que tal vez una de cada tres personas sentirá la fuerza de las experiencias místicas de uno u otro tipo. Después de recuperarse, muchos de estos hombres y mujeres querrán saber: "¿Que pasó?" Estarán dispuestos a escuchar alguna respuesta firme, fruto de la investigación de un cerebro famoso. Al fin y al cabo, ¿acaso una resolución conjunta del Congreso de los Estados Unidos no designó los últimos diez años de este siglo como la década del cerebro?
Pero la dura neurociencia todavía sigue sintiéndose incómoda con estos "temas tontos". Y la mayoría de los buscadores, legos en la materia pero críticos, también quedan decepcionados con otros dos aspectos de su búsqueda espiritual. El sendero místico resulta difícil de definir, porque está lleno de malas hierbas que acaban pronto en una mata de palabras polisilábicas y de conceptos arcanos. Supongamos que unos buscadores interesados, cansados de tanto pábulo, desearan emprender un planteamiento más riguroso. Si se dirigen al Budhismo Zen, ¿cuáles son sus primeras impresiones? Al principio de su lista están sus evasiones y alusiones, paradojas y tonterías. Según las "leyes solares" que elevan las expectativas de la gente actualmente, es hora de desmitificar y desclasificar muchos aspectos del sendero espiritual. El silencio puede ser una bendición confusa si las religiones siguen acudiendo a él para "cubrir" temas que ahora están más abiertos para ser discutidos ampliamente.
Por otra parte, las experiencias místicas parecen haber inspirado a muchos autores para hacer voluminosas contribuciones a la literatura. Esto se aplicaba tanto al mismo Emerson como el Maestro Dogen, D.T. Suzuki y a incontables otros que representan a todas las tendencias religiosas. Naturalmente, algunas de estas personas habrían empezado con una presión innatamente superior hacia el habla o la escritura o hacia ambas. Reconociendo esto, tal vez hay también algo más sobre el sendero místico que puede canalizar el cerebro de un aspirante escritor hacia formas no habladas de la auto-expresión. Alejados del ruido de las verbalizaciones, tal vez algunas inspiraciones puedan fluir hacia los esfuerzos literarios. Realmente, Alan Watts llegó a apreciar el modo en que sus propias dos experiencias místicas anteriores se habían convertido en "la fuerza vivificadora de todo mi trabajo en los escritos y en la filosofía desde ese momento". ¿Qué mecanismos psicofisiológicos básicos inspiran estos esfuerzos vitales y creativos? Tenemos mucho que aprender sobre la naturaleza básica del silencio y sobre su fuerza.
Entretanto, también hemos de tener cuidado en la manera de interpretar la palabra elástica "silencio". Tiene varias capas de significados. Cuando acudimos a símiles, metáforas y otros artilugios literarios, es fácil confundir las distinciones entre estas distintas capas. Considerad, por ejemplo, lo que experimentan los meditadores cuando se hunden en un episodio de absorción interna. Durante un momento largo y gozoso se habrán perdido a sí mismos en el encantamiento de aquellas vastas profundidades del espacio en el que "oyen" el sonido del silencio absoluto, más allá de todos los sonidos. Este es el primer silencio sentido, típico del llamado "samadi absoluto". Es simplemente un ligero atisbo de las profundidades que el silencio puede alcanzar si por casualidad más tarde son penetradas por un mayor vislumbre de la realidad última. Porque entonces, si este vislumbre no llega, puede tomar la forma de inefables mensajes dentro de un silencio primordial.
Vamos, pues, a dar una segunda ojeada a unas líneas que escribió una vez Joseph Campbell. Se refería realmente a algo que está más allá de nuestra connotación sensorial normal del silencio, cuando siguió diciendo: "Toda referencia espiritual final tiene que ver con el silencio más allá del sonido... Se puede hablar de él como del gran silencio, o como del vacío, o como de lo absoluto trascendente". Porque este nivel profundo particular de vacío, el del vacío auténtico, es un desarrollo muy tardío en el sendero espiritual. Después de haberlo experimentado finalmente, la persona no lo puede confundir ya con ese silencio preliminar más simple de la absorción citada antes, por más que ese silencio sentido preliminar haya parecido alguna vez estar "más allá del sonido".
Realmente, ¿qué han dejado vacío y totalmente en silencio estos estados tan avanzados de la iluminación? No es nada más que ese yo viejo, egocéntrico y verbal, ese yo supercondicionado que había inyectado previamente su propio lenguaje psíquico personal en su mismo apego a las cosas. Entretanto, la licencia literaria sigue frecuentemente usando la palabra "absoluto" en dos contextos muy distintos. Esto continúa confundiendo a las generaciones de novicios, siempre dispuestos a creer que, cuando entraron por primera vez en el vacío de su propio y primer "silencio más allá del sonido" absoluto y sentido, habían llegado finalmente al "absoluto trascendente".
El Premio Nobel neurocientífico Walter Hess defendía el planteamiiento general de la boca cerrada ante los grandes temas, igual que hizo el Maestro Rinzai mucho antes que él. Hacia el final de su carrera, Hess sugirió que sería conveniente mantener un silencio modesto, dado que éramos tan ignorantes todavía en lo que respecta al cerebro y al mundo en general. Deberíamos reconocer, decía, que "existen y evolucionan en este mundo muchas cosas que no son accesibles a nuestra comprensión, porque nuestra organización cerebral está primariamente diseñada para asegurar la supervivencia del individuo en su entorno natural. Por encima de esto, el silencio modesto es la actitud adecuada."
Pero el comentario de Hess da por sentada una pregunta básica. Vamos a aceptar el hecho de que cuando el cerebro de nuestros progenitores evolucionó, lo hizo bajo unas circunstancias tan duras que sólo unos pocos fueron capaces de sobrevivir. ¿Cómo podían emerger entonces unos "flashes" de sabiduría iluminada de versiones más modernas de cerebros como los nuestros, junto con una compasión genuina y con un comportamiento altruísta en general? Es una pregunta no sobre el silencio, sino un desafío a todas las neurociencias y ciencias sociales. Esto va a ocuparles no solamente esta década actual, establecida ya por decisión del Congreso, sino muchos siglos del milenio próximo.


James H. Austin


EL PODER TRANSFORMADOR DEL SILENCIO
Detrás de todas las manifestaciones de la vida existe un poder único, una Realidad única. Esta forma está más allá de todas las formas, de todos los modos per se expresa a través y mediante los modos y las formas que existen, visibles e invisibles.
Nosotros podemos abrirnos a este poder creador yendo también más allá de nosotros mismos, yendo más allá de nuestras personas. Esto se realiza abriéndonos al silencio. El silencio nos conecta con esta fuerza creadora y entonces nos convertimos en canales directos, en expresiones directas de esta acción creativa constante.
El silencio es el poder más grande que existe. Porque todo lo que existe son aspectos parciales del silencio. Todo lo que existe se genera en lo que no existe, en lo que no aparece. Todo lo que existe son aspectos parciales de algo que está más allá de lo que llamamos existencia manifiesta. Abrirse al silencio es abrirse al potencial total, incondicional.

Efectos del silencio.
a) En primer lugar, nuestra mente se aclara, se armoniza y se ahonda. Nuestra vida es una permanente "centrifugación" hacia nuestro exterior de todas nuestras impresiones, ideas, datos, en una constante mezcla entre sí. En el silencio permitimos que todo esto se pose y se estructure por sí mismo. En el silencio conseguimos que nuestra consciencia capte lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de nuestra mente, de nuestra afectividad y de toda nuestra sensibilidad.

b) En el silencio, por el hecho de ahondar el punto de la consciencia, aumenta la potencia de nuestra mente y de toda nuestra personalidad de un modo extraordinario. Gracias al silencio se desarrolla nuestra sensibilidad interna, es decir, que nos capacitamos para afinar nuestra percepción, percepción sutil. Esta percepción abarca, en las vías supraconcientes, todas las vías intuitivas. En las vías conscientes, el poder captar en profundidad el presente de la persona y sus situaciones. Y, a nivel subconsciente, nos vincula con toda la vida en cualquiera de sus formas y manifestaciones.
c) Percibimos, descubrimos, vivenciamos esta unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Lo vivenciamos como experiencia y deja de ser una idea o creencia.
d) Gracias al silencio profundo viene la paz. La auténtica paz, la paz de la que surge luego toda actividad.
e) Nos conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada uno de nosotros. Nos lleva a descubrir la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas la manifestaciones que atribuimos al exterior.
f) Gracias al silencio podemos acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales para la acción posterior.
g) Nos ponemos en sintonía con el poder creador único, y éste se expresa entonces en nosotros y a través de nosotros. Descubrimos que nosotros somos expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de realidad de lo que está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.
Es decir, que el silencio es el campo más revolucionario de la vida. Así, nuestra vida, al abrirse al silencio y al vivir desde el silencio es, en sí misma, una creación constante. Ya no somos nosotros quienes quieren producir un resultado, somos la creación. Todos nuestros actos se convierten en una expresión de este proceso creativo. Ya no vivimos pendientes de juicios, de objetivos, vivimos descubriendo en cada momento esta profundidad inmensa del instante que, también en cada momento, se derrama, se vierte al exterior de un modo totalmente nuevo, imprevisto, creativo. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total, porque dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos. Dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas. Y este por qué o razón de ser es esta presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.
Vivir de esta manera implica vivir en una unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos, por ejemplo, a la naturaleza, no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.

Hacia el silencio. Requisitos.
Existen unos requisitos que son esenciales cumplir para poder ir hacia el silencio.
Mientras estemos teniendo interiormente problemas de deseos, de emociones, de conflictos, nos será muy difícil vivir en silencio, porque estos deseos, estos miedos, estas complicaciones que están reprimidas en nuestro interior, buscan constantemente una solución y huida. De esta forma, nuestra mente está siendo constantemente empujada a pensar, soñar imaginar. La gran dificultad que tenemos para poder estar en paz es la propia guerra que está en marcha en nuestro interior.
Por ello, para alcanzar el silencio, es necesario primero que solucionemos ese estado de guerra. Y esto sólo lo lograremos cuando aprendamos a vivir la actividad, la acción, la lucha y el esfuerzo. Tan sólo el vivir la vida de cada día mucho más consciente, intensa e inteligentemente, es lo que va permitiendo que vayamos liquidando todas estas cuentas pendientes que mantenemos con la vida en nuestro interior. Sólo después de esto viene la paz. De otro modo, la paz no la podemos buscar, porque toda paz que busquemos será un artificio, no es la verdadera paz. La paz no hay que buscarla, viene ella sola. La paz está siempre ahí, lo único que nos impide vivirla es precisamente todas las cargas que tenemos dentro de fuerzas, de problemas, de emociones.
Por lo tanto, el primer requisito para llegar a descubrir el silencio es que el silencio sea consecuencia de una acción total, de una acción consciente, en donde no huyamos de las cosas, en donde no estemos jugando al escondite con nosotros mismos ni con ningún aspecto de la vida, donde afrontemos las dificultades y movilicemos todos nuestros recursos mentales, afectivos,  vitales, morales y de todo orden. Sólo una vida vivida en intensidad es la que luego va acompañada por la auténtica paz.
Gracias al esfuerzo de vivir de un modo intenso, consciente, la personalidad se organiza, se estructura y se fortalece. Nuestra mente adquiere la capacidad de controlar sus impulsos y coordinar todas las fuerzas internas en relación con el exterior.
Estamos en esta vida por una razón inteligente. Y la vida, tal como funciona, a pesar de todo, tiene un fin bueno, necesario, que es que aprendamos a distinguir lo que es superior de lo que es inferior, y aprendamos a hacer que en nosotros lo superior dirija a lo inferior. Y si esto no se hace se produce conflicto y dolor en la vida de las personas.
Para el trabajo de estructuración de la personalidad y actualización de los recursos que tenemos en nuestro interior es absolutamente necesario tener acceso a un nivel superior de silencio. También es imprescindible que estemos orientados, de un modo estable, hacia el descubrimiento de lo más importante, de la verdad.
En la práctica del silencio también es esencial que en todo momento mantengamos la autoconsciencia y que tengamos la máxima lucidez.

La práctica del silencio.
El silencio, el reposo de nuestro yo personal, nos debería acompañar, y lo podemos ejercitar, en la vida cotidiana y en todas las prácticas de trabajo interior.


*****


El silencio consciente.

El silencio consciente nace cuando uno se da cuenta de su capacidad de influencia en el entorno a través del poder distorsionador de la palabra que brota de la ignorancia y de la falta de conocimiento de uno mismo. El silencio es el escenario imprescindible para que se produzca el encuentro con la claridad de percepción que conduce a lo real.

La forma más elevada de silencio interior es la que surge de la consciencia. Únicamente de la consciencia y de su silencio podemos ver el ruido disonante de aquello que llamamos nuestro interior como del exterior. La consciencia y el silencio que le acompaña nos permiten obrar adecuadamente.

Hay algo más allá de la mente que habita en el silencio del interior de la propia mente. Detrás de todas las variadas manifestaciones de la vida existe un poder único, una inteligencia única. Esta realidad está más allá de todos los diferentes modos y formas de la existencia, visibles e invisibles y se expresa a través y mediante ellas. Los seres humanos podemos abrirnos a este inmenso poder creador llevando nuestra consciencia más allá de nosotros mismos, yendo más allá de la limitación de la propia personalidad. Y esto ocurre cuando se es consciente y uno se abre al silencio. La consciencia y el silencio que de ella nace conecta con esta fuerza creadora y, de esta forma, el ser humano se convierte en un canal, en una expresión directa de esta acción creativa constante y eterna. Abrirnos por la consciencia al silencio es abrirnos al potencial total e incondicionado.

La consciencia y su silencio transforman la vida. Al entrar en ellos se ve y se escucha la vida con una actitud silenciosa, acogedora, receptiva y benevolente. La mente entonces se aclara, se permite que surja la armonía y se aprecia con profundidad la totalidad de la vida.

Parte del existir consiste en un volcar hacia el exterior impresiones, sentimientos y pensamientos, todo ello mezclado entre sí. En este silencio se permite que todo ello “se pose” y se estructure por sí mismo. En el silencio, la consciencia capta lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de la mente, de la afectividad y de toda la sensibilidad.

En el silencio consciente la percepción se afina y aumenta la potencia de la mente y de toda la personalidad de un modo extraordinario. Gracias a él se desarrolla la sensibilidad, que llega hasta la percepción sutil. Esta percepción abarca todas las vías intuitivas, el poder captar en profundidad el propio presente en todas las situaciones y vincula a la persona con toda la vida, en cualquiera de sus formas y manifestaciones.

Por el silencio consciente se percibe, se descubre y se vivencia la Unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Se vive como una realidad, y deja de ser una idea o creencia más o menos romántica. Gracias al silencio profundo viene la paz, la auténtica paz, la paz de la que surge luego toda auténtica actividad, todo obrar adecuado. El silencio consiente conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada alma. Lleva a descubrir a la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas las manifestaciones que atribuimos al exterior. También se puede reponer y acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales que permiten obrar adecuadamente. En él se sintoniza con el poder creador único y éste se expresa entonces en uno mismo y a través de uno. Descubrimos que somos la expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de lo que en realidad está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.

Al abrirse nuestra vida a la consciencia y a su silencio experimentamos una Creación constante, tanto que nos damos cuenta que somos la misma Creación. Ya no somos nosotros quienes deseamos producir un resultado, sino que somos la Creación. Todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos, se convierten en una expresión de este proceso creativo. Con este conocimiento dejamos de vivir en un nivel superficial, pendientes de juicios y de deseos. Vamos descubriendo, a cada momento, la profundidad misma del instante. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total. Dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos; dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas; y este por qué o razón de ser está empapado de la presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.

Vivir de esta manera implica vivir en una Unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos por ejemplo a la naturaleza no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola Unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario