Natasha Tiniacos: “La mujer es el género del futuro”
Serie “Nuevo país de las letras”. Banesco. Natasha Tiniacos:
“La mujer es el género del futuro”. Texto: Faitha Nahmens / Fotos: Ricardo
Gómez Pérez
Ricardo Gómez Pérez
Natasha Tiniacos
Por FAITHA NAHMENS
05 DE JUNIO DE 2017
Premiada y celebrada poeta, nacida en Maracaibo, en 1981.
Estudió Letras y luego concluyó un posgrado en Carolina del Sur. Sus dos
poemarios publicados hablan de un verbo rotundo y sensual, de pinceles y
píxeles, que enumera ganancias y pérdidas. Es una observadora de fino oído, que
añora los viajes. En el cuerpo lleva tierra del sol amada, y en la maleta el
Ávila.
Piel blanca, cabello negro, labios rojos. La descripción,
contenida en un celebérrimo libro editado en Italia, en 1636, y suscrito por
Charles Perrault, alude a Blancanieves, la joven de envidiada hermosura que
casi muere al morder una manzana envenenada. El príncipe salvador que la besa,
la lleva bosque adentro para que siete solidarios enanos se rindan ante su
embeleso. En el juego de espejos –y de espejos va el cuento–, las señas
coinciden con las de la poeta Natasha Tiniacos, que no salió de la tinta de
nadie, pero que a la tinta va. Una, personaje creada, y otra, creadora de
personajes. Las palabras construyen una imagen tangible que se espejea, un
puente: ficción que nutre la cotidianidad. En palabras del poeta Miguel
Marcotrigiano, no hay distancias, ni tiempo “que nos separe de nada y de
nadie”. Queda claro que el había una vez se transforma en un
absoluto hay, ojalá de múltiples versiones.
La comparación divierte a la poeta de lenguaje experimental,
cuyo verbo bebe de la realidad ineludible, de las circunstancias recientes y de
reminiscencias que reviven como ecos. Los cuentos de hadas nunca la han
entusiasmado –aunque sí los espejos–, ni siquiera en su infancia. Para entonces
leía con predilección enciclopedias y libros de tapa dura, pues la aproximación
al objeto sería un inicio de culto que empezaba por el tacto, por el placer de
tener entre las manos una caja de sorpresas. Lejos de ronroneos monotemáticos e
historias melosas, en tiempos iconoclastas no descarta de plano ningún género.
“Me interesa transgredir los límites, mezclarlos. Por ejemplo, apropiarme del
registro periodístico y usarlo en un poema… No deseo tener estilo sino vivir una
suerte de constante vértigo de las capacidades expresivas”, le ha dicho en una
entrevista a la poeta Jacqueline Goldberg.
Cuando se le pregunta sobre su celebrado poemario Historia
privada de un etcétera, responde: “Resumir un libro es una pequeña traición
para el poeta”. Y sin embargo, se enfoca en la palabra etcétera para recordar a
los hermanos Grimm: “Etcétera es lo que Hansel y Gretel dejaron como migajas de
pan en el camino de vuelta a casa. El mío viene de todo eso y, además, de todo
lo que he leído y vivido. Etcétera es una reconciliación con el asombro”. Según
Marcotrigiano, la justificación se explicaría en estos términos: “De manera que
el azúcar que se hace grumo en el fondo de la taza, la información nutricional
que aparece al dorso de un alimento empacado, un pequeño cactus al pie de la
ventana, el hidrante que chorrea en plena calle, las hormigas que transitan por
los trastos de la cocina, el recibo telefónico o el sombrero que se despide de
su portador, van configurando una galaxia en expansión a partir de los signos
del desgaste”. Y precisamente en el poema “Galaxia mínima” se lee: “Cuando el
cuerpo entra a su nicho / sabe cuánto espacio basta y cuánto merma / con el
encorvamiento de los años, / sabe que el mundo es para el descarrío / sin salida
de emergencia / ni control climático / pero al llegar a su galaxia mínima, / al
jarrón que lo contiene / mientras no sea polvo, bajo tierra, / o sobre un
pañuelo perdido en el azar del otoño / o sobre un árbol que no sacude sus
ramas, / se refugia en el peltre de su bañera / que rechina de soledad como su
cama / y poco a poco se inclina en reverencia al yo / y va perdiendo así, / la
persona humana, / (su color) / cual lienzo del desgaste”.
Atenta a los sentidos, y de por sí curiosa ante la realidad
contigua, ante la escena ínfima, que desbroza o desmenuza, Natasha avanza por
los derroteros de un verbo preciso y paradójico, pulido y realista, fino y
filoso. Lo sirve en una vajilla decorada con flores y mariposas, marca Susan
Williams-Ellis, noble dama que fue ahijada de Rudyard Kipling y cuyos padres
frecuentaban a Virginia Woolf. Las palabras se beben calientes en las hermosas
tazas, que pueden imaginarse rebosantes de chocolate. “Contra lo empalagoso y
lo sublime, nosotros los románticos de la sobriedad”, deja caer sobre la
servilleta.
Obra cercana a la aventura, a lo épico, no sería
descabellado imaginarla en el espejo de Ulises. Escribir necesita de arresto, y
más si en un contexto nacional tan desprovisto logra la hazaña de publicar en
2011 su citado poemario, Historia privada de un etcétera, que ahora
va por la reedición. “Ulises se propone continuar su viaje, no rendirse; ya eso
es demostración de resistencia”, confirma quien también apuesta al vuelo: se
radicará por un tiempo en Nueva York, su particular Ítaca.
Su afán perceptivo, su devoción por el acontecer, no la
perfilan como alguien de sentimientos engavetados. Muy al contario, conoce las
aguas de la ensoñación amorosa. La muy sensible Natasha fue flechada, por
primera vez, jovencísima, por la música. Se enamoró de su profesor de piano, a
quien esperaba cada martes para una clase de pálpitos. Tal sería el agobio, que
luego necesitó pinzas para extraer lo que la atenazaba. Vino entonces, en su
auxilio, la poesía, que la llevó a otro teclado. Como la música, las palabras
se despeñan, exigen pausa, apremian la respiración, producen vértigo. A su
modo, a punta de palabras, la alumna intentaría cautivar aquel oído
impresionable con su interpretación. Urgida por proclamar aquello que era puro
temblor, y en el papel de una George Sand de dieciséis años, Natasha escribe
sus primeros poemas para el pianista.
Fueron bien recibidos, desde el primero hasta el último que
sirvió de despedida, cuando Natasha decidió partir a Estados Unidos en su
primer viaje largo. Fue un único beso, y fue inolvidable. El profesor no se
repuso de inmediato: se alejaría caminando por el medio de la calle. Ella
tampoco. Pero en verdad, nunca más se repondría de la poesía. “Escribir poesía
puede ser un arrebato o un trabajo de joyería. Su construcción depende de lo
que exija la intención del tono y el sonido. Con lectura y disciplina, nada
queda escondido, y a la larga todo se deja encontrar”.
Viaje al libro
Melómana fervorosa, siempre se interesó por los instrumentos
musicales. “Mi mamá me dice que a por ellos iba rauda cuando entraba en una
juguetería. Me gustaba que fueran diminutos: tenía tamborcitos, cuatricos,
acordeoncitos, guarimbitas… De hecho, todavía tengo una guitarra que es muy
pequeña…”. Buscaba selectas rarezas, clásicos, pero también música autóctona o
pop, como Whitney Houston. Pero al final, la musicalidad quedaría contenida en
la palabra: el hallazgo, la vocación, el destino. Acaso influiría haber nacido
un 23 de abril, coincidiendo con Cervantes y Shakespeare. Más que un guiño de
los astros, una providencia. Con tales padrinos, es mucho lo que se puede
especular.
Hija del publicista y locutor Demóstenes Tiniacos, quien
después de enviudar se casa en segundas nupcias con la abogada Marietta Ferrer,
Natasha tenía cinco hermanos del primer matrimonio del padre y una del segundo.
En el hogar de su infancia ya había una suculenta biblioteca. Allí descubre lo
que ofrecen las palabras, que asocia con sentimientos de hospitalidad y
orientación. En silencio va buscando hasta encontrar los sonidos de la
literatura. Con el ruido de fondo de su Maracaibo natal, pese al encierro
necesario de aire acondicionado, que propicia “una vida de interiores que lleva
a la introspección”, siempre se colará por las ventanas la vocinglería del vecindario.
La televisión siempre está encendida, los hermanos corretean alrededor, las
conversaciones discurren en asombroso volumen. Natasha habla de la importancia
de oír, de la atención que debe prestar el poeta en la calle. En un viaje
reciente a un Festival de Lectura en Bogotá, podía oír cada palabra, cada
verso, mientras el sonido de la calle la imantaba desde afuera. “No me
desconcentraba, pese a la vulnerabilidad acústica del espacio”.
En un principio, para evitar las resonancias que la
desconcentraban, se encerraba en un clóset. Ya estudiando afuera, buscaría
sumergirse en un vestier. Leía filosofía, ficción, poesía. Recuerda
haberse zambullido en La mujer leopardo, de Alberto Moravia, novela
de amor, posesión y celos; también en los textos untuosos de Gabriel García
Márquez; o en las obras de las entrañables Emily Dickinson y Virginia Woolf.
Anne Carson sería un hallazgo más reciente, que la conmueve visiblemente.
Piensa que el libro como objeto es una joya del diseño, con aquellas hojas tan
finas como gasas, como encajes, como alas recién nacidas del capullo.
Mudanzas breves y sustantivas
Poeta en ciernes, recibió un encargo escolar para redactar
una pieza teatral que estaría basada en textos de Federico García Lorca.
Seguidora del autor, a la adolescente no la arredró el compromiso. Sin
titubear, se dispuso a hilar tres circunstancias de la vida del granadino en
tiempos distintos. Se esmeró en los diálogos, en la trama, en la producción. El
proyecto, sin embargo, abortó. “No fue tiempo perdido. Muy al contrario, fue
una experiencia fantástica”. Aunque tenía pocas amigas, las volvería
intérpretes de su performance. “He sido siempre un tanto solitaria,
así como también tímida. Y aún lo soy. Soy eso que significa tener demasiada
consciencia de ti misma: cuando cruzas las piernas, cuando te ves la boca,
cuando escuchas…”.
Estudió Letras en la Universidad del Zulia y obtuvo su
licenciatura en 2005. Antes de regresar de su primer viaje a Estados Unidos,
donde va a perfeccionar su inglés, lee con mucha avidez literatura
norteamericana. Su diligente madre ha iniciado en su nombre los trámites de
inscripción para estudiar Letras. Alumna aventajada, recuerda con profundo
afecto a maestros claves del colegio, también de la universidad. Siguió leyendo
y estudiando. Y a la postre, en 2008, se hizo con el título de Magíster en
Literatura Hispanoamericana y Comparada por la Universidad de Carolina del Sur.
Para entonces estaba casada. Luego en 2014 fue invitada como escritora
residente al International Writing Program de la Universidad de Iowa. Allí
inició un nunca acabado diario virtual, pero también trabajó el collage y
escribió mucha correspondencia. “Tenía una semana en Iowa y ya estaba
escribiendo el diario. Hice una lectura en la prestigiosa Shambaugh House que
me dejó seca, literalmente. Estaba muy nerviosa. Pienso que esa ha sido una de
las lecturas más importantes de mi vida. He repasado tanto ese momento que temo
gastarlo en mi memoria”.
Mudanzas breves y sustantivas, todo cuanto dice o escribe
contiene el país. Frases que se suceden de un poema a otro: “Abro el pequeño
libro de Emily Dickinson que compré ayer. Es la primera vez que la leo como la
pienso leer. También abrí Cantos de Ezra Pound para que llene
mi cuarto”. “Para poner en orden mis intenciones, debo tener la ilusión de las
grandes expediciones y lo que quiero lograr en solitario”. “Probé una granola
barata y me gustó mucho. No sentí el ímpetu de acaparar leche. Agarré un cambur
todavía verde y unos cuantos sobres de azúcar. No me gusta entrar a un
supermercado con desespero por encontrar azúcar o aceite de maíz. Eso no tiene
sentido”. Su verbo huele a lo que duele. Exuda los efectos, los afectos.
“Está Maracaibo y está el país. Soy venezolana. He escrito
mi blog por muchos años y con la ligereza de una publicación que no
trascendería. Fue un ejercicio cardiovascular, desarrollado durante mi primera
diáspora voluntaria. Me ha permitido el roce con la cotidianidad, la
conversación con anónimos que resultaban ser escritores a quienes admiraba
mucho. Hoy en día, mi escritura se reserva para los poemas y ensayos, que piden
otra ceremonia de creación. Incluso estando afuera, el ruido de esta hermosa
locura no nos abandona. Es como tener una conversación con el propio
zumbar de nuestros oídos (parafraseando a Mairena). El país está en uno. Es
portátil, como bien sabemos. Desde la escritura, reinterpreto una visión que
considero válida con respecto al mundo que me rodea: el inmediato, el familiar
o el ajeno. Es una pretensión de música e imágenes, por donde la locura de
nuestro contexto encuentra su camino. Soy del occidente del país, y eso está
muy presente en mi existencia, en lo que hago. Vengo de una tierra caliente en
la que todo es, en un considerado porcentaje, más cuesta arriba. Maracaibo
experimenta apagones diarios de cuatro horas: desde las cuatro de la mañana
hasta las ocho. Además de tener al sol clavado en la nuca, estés adentro o
afuera, vivir ahí es como intentar andar con un ancla atada al pie. El calor es
un peso, pero el músculo que lo carga es mucho más poderoso, más voraz, más
furioso. Soy feliz por haber nacido en otro sitio que no sea la capital, porque
vengo de dificultades mayores”.
“También soy feliz por haber nacido mujer, que es el género
del futuro. No sé cuántas mujeres de provincia existen, pero quiero pensar que
yo soy una. Camino secándome el sol a cuestas, aprendiendo a convivir en una
sociedad conservadora y heteronormativa, pero sin hacer de esto una bandera,
sino una singularidad de mi existencia. Soy defensora de las mujeres. Quizás
por eso escogí un poema llamado ‘Apure’ como cierre mágico del diálogo que
entablé con Elías Pino Iturrieta en un Seminario de la Fundación Cisneros. Fue
un encuentro entrañable. Delante de la comunidad de arte de nuestro país,
teníamos a un gran historiador hablándonos de los viajeros que escribieron
sobre Venezuela. Todo esto invitaba a una revisión, incluso desde la ficción,
que permee en la memoria. Rever nuestra imagen pero con ojos foráneos. Quise
cerrar mi participación con ese poema, pero no solo por la conversación sobre
el territorio, sino por ese ardor tácito de los tiempos presentes, en que vemos
emigrar a nuestros afectos, e incluso a nosotros mismos, tomamos otros caminos:
‘¿Quién eres? / Soy un jinete. / ¿Qué quieres? / Seguir mi camino. / ¿Qué
buscas en estas trochas? / La patria. / ¿Tanto la añoras? / Como a mis muertos.
Todos los muertos son de ella. / ¿A qué le temes? / A mi corazón; rebosa de
sentimiento. Estallaría. Temo perderme en un desierto. / ¿Sucedería? / No.
Conozco el camino’.”
Poesía para danzar
Fue seleccionada en 2016 para leer en la Gala de Poesía de
la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El cartel incluía a Piedad Bonnett
y Freddy Chikangana (Colombia), Abilio Estévez (Cuba), Julián Herbert (México),
Luis Muñoz (España), Cees Noteboom (Holanda) y Natasha Tiniacos (Venezuela).
También leyó en el Festival de la Lectura de Caracas, participando en el ciclo
“Cuéntame un cuento, Caracas” junto a Willy McKey, Ricardo Ramírez Requena y
Diego Arroyo Gil. “Me inspira esa energía que prevalece, tangible, en la Plaza
de Altamira, cuando estaba hablando sobre ese lugar perdido que es Caracas. Yo
estaba en un hermoso espacio público pero hablaba de un contexto por recuperar.
Me mueve y conmueve ese deseo nuestro de recuperar la paz. Estamos cargados de
ira y frustración, de ruido y pasión, pero hay que encausar todo eso hacia lo
positivo, hacia la creación. No puedo negar que el libro que estoy escribiendo
está permeado de lo que nos rodea; también Historia privada estaba
permeado de realidad. Y la realidad está, en el libro, permeada por nuestra
hermosa locura. Hay un verso que dice: ‘Ninguna realidad es insignificante /
hemos / presionado el pedal del instante / sujetando el tiempo fugitivo’. Y hay
otro más en el que se lee: ‘Los hijos del desarraigo / nacimos / con lágrimas
en los pies / y nuestro método de supervivencia es el futuro’.”
También en el Festival de Lectura se presentó la segunda
edición de Historia privada de un etcétera, con palabras del
crítico Luis Miguel Isava. “Un lujo de tarde, con la esplendidez de Luis
Miguel, leyendo como un sabio”. Sus poemas han sido difundidos en publicaciones
nacionales e internacionales, y también traducidos al inglés, al árabe y al
mandarín. Con Mujer a fuego lento, su primer libro, recibió en 2004
el Primer Premio Universitario de Literatura, Mención Poesía. También en el
campo crítico y docente, le tocó pronunciar en 2016 la conferencia inaugural de
la XIII Jornada de Jóvenes Críticos en la Universidad Católica Andrés Bello.
Dice amar la cátedra, la charla, el contacto con sus estudiantes. Pero en
última instancia sueña con la idea de que sus textos sean la música de uno o
varios bailarines. Quiere que sus poemas sean incluidos en exhibiciones
colectivas, sean transpirados bajo los cenitales, se conviertan en pasos y
gestos, en tensores de emociones, en polea de brazos y piernas inquietos.
Paisaje más actual
“Natasha Tiniacos registra galaxias mínimas en donde ninguna
realidad es insignificante. Esas constelaciones caóticas formadas por residuos,
restos o fragmentos del trajinar humano comienzan a adquirir sentido en cuanto
el sujeto intenta darle unidad a lo diverso, es decir, en cuanto el sujeto,
desde su posición excéntrica, intenta reconstruir una historia íntima, privada
o entrañable de lo que falta: el etcétera de nuestra existencia”, escribe sobre
su trabajo el poeta Luis Enrique Belmonte. Ella asiente. Su palabra es imán
para lo cotidiano, lleva adherida un clima, fragmentos de objetos brillantes,
desechos del todo.
También contiene el paisaje más actual, los escritorios y
sus enchufes, las redes que antes pescaban y ahora comunican. Agrega Belmonte:
“La literatura tiene que entender que también vivimos a través de las redes
sociales, conectados sin presencia. Si la literatura tiene el oído puesto a lo
que está pasando, tiene más posibilidades para hacer conexión”. Sus ojos y
lengua los ha puesto en la mata de mango frondosa del patio de la abuela, la
que cocinaba los mejores postres del mundo; en los domingos de almuerzo en
familia; en los recuerdos penosos del tío enfermo con esquizofrenia; en la
imagen imborrable de la primera nevada en Washington, que la hizo llorar. “La
poesía tiene que tener el oído despierto, tiene que entender la fractura del
siglo y poder ver desde la oscuridad. Parafraseando a Giorgio Agamben: ¿cómo se
acostumbra la mirada a la oscuridad? Pues habitando en ella”.
Puño y letra
Coleccionista de plumafuentes y bolígrafos antiguos –los
limpia con esmero, los hace relucir, los ordena en fila, los coloca en una caja
de madera–, acaso tenga obsesiones pero no manías. “Alguna que otra, como el
daño colateral que trae la soledad”. Pero distraída, nunca. Se precia de poder
mirar con profundidad: reconociendo, esculcando. Lo hace patente en un texto
que escribe en 2014, cuando tenía 29 años, en su diario de Iowa: “Me preparo
para mi residencia. Serán tres meses en los que estaré escribiendo para mi
nuevo proyecto. Tres meses de lectura y dedicación exclusiva a las palabras. Me
costará escoger los libros que habrán de acompañarme. Anoche tuve sueños
extraños, con gente del pasado que de alguna manera desmitifico al soñarlas.
Les quito el polvo de misterio. Es un revelado. Al soñarlas, traigo a esas
personas a la cotidianidad, que es el horizonte plano donde casi todo es
alcanzable. Lo único que temo es que el tiempo no me baste para decir las cosas
que tengo que decir, pero sobre todo leer y descubrir lo que me falta (que es
todo, que siempre será el resto, una deuda impagable con la literatura)”.
“Los límites son más difusos cada vez; no solo hablo de
fronteras geográficas sino de aquellas que están entre las disciplinas de
creación. Es imperativo tener el oído atento a las pulsiones creativas si
surgen entre la poesía y el performance, por ejemplo. Es una
multitud entre la que nos hacemos paso. Por algún lado se tiene que ver la
esquizofrenia de las influencias culturales y sociales, y ese lugar es un
rizoma”.
*La entrevista forma parte del libro Nuevo país de
las letras, publicado por Banesco Banco Universal, Caracas, 2016.
Compilación: Antonio López Ortega.
El Nacional Papel
Literario
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