El orgullo vs la humildad: Los medicamentos

Llevo varios días dándole vueltas a este post. Hoy, una amada amiga, me dijo:
– “Él, quiere que deje la medicación… pero no es posible. Aún es pronto. Algo
desencadena todo el miedo sentido, la razón lo entiende. El instinto animal reacciona y
se pone alerta. Ese no se puede manejar”
En estas afirmaciones, se esconden tantas emociones:
Nos sentimos “juzgados”, comenzando por nosotros mismos, por no ser capaces de
vivir sin medicinas, para controlar la actitud con la que tomamos los acontecimientos
de la vida.
La vida sin anestesia, es realmente dolorosa.
1) Hay, quienes llevan una vida más o menos normal, con sus altibajos, situaciones
difíciles de afrontar, pero más menos, están sometidos a los acontecimientos duros,
pero “normales” dentro de un ciclo vital: la muerde de un padre, la enfermedad grave
un ser querido, conflictos de pareja, una relación padre-hijo dificultosa.
Sin negar, que todo esto es sumamente duro de afrontar, el cuerpo, suele ser capaz de
segregar las substancias químicas, necesarias para sobreponernos al dolor y angustia
que estas situaciones requieren.
2) Por otro lado, hay muy excepcionalmente, personas que tienen la vida color rosa,
al menos durante un buen período de tiempo y no necesitan desarrollar mecanismo
de defensa, porque todo es perfecto. Debo decir, que siempre temo, el caso de estas
personas, porque cuando viene algo muy difícil de afrontar, no tienen ningún tipo de
entrenamiento.
3) Por otro lado, hay un tercer grupo de personas que han sufrido situaciones
contrarias al ritmo normal de la vida: muerte o enfermedad grave de un hijo,
enfermedad grave propia, episodios de dolor crónico agudo, shock como la
muerte de un ser querido, debido a situaciones desgarrantes y repentinas.
Hay quienes pueden superar todo sin anestesia, aunque creo, que todo lo que deja
marcado en el alma, necesita ser al menos tratado con un especialista, dado que
esas huellas, acaban acarreando problemas emocionales y físicos.
Sin embargo, hay traumas o situaciones para las que no estamos preparados de forma
natural y por tanto nos rompen para siempre.
Estas situaciones, son muy difíciles de superar sin ayuda de la medicina tradicional,
además del apoyo psicológico o psiquiátrico.
La pregunta es además: ¿ se curan estos dolores?
Mi respuesta es, se curan con mucho tiempo de por medio y cuando digo mucho,
me refiero a decenas de años y de la mano de un profesional.
Hay quienes dejan todo y se van a formar parte de un grupo de personas que se
alejan totalmente del mundo, quienes deciden, que esto que vivimos es un sueño
y que solo haciéndose uno con el todo estaremos en plena paz.
Posiblemente, esta solución es muy buena, pero requiere estar en estado de meditación
horas, días y más días, para entrenar a la mente a no irse al pasado ni al futuro, sino
estar completamente en el presente.
Es un entrenamiento mental que puede conseguir resultados maravillosos, pero
requiere dejarlo todo, para vivir de la mano de la respiración y renunciar a todo
para sentirse parte de Dios.
Esta solución, no es posible para muchas personas, quienes tienen obligaciones
familiares o simplemente no quieren retirarse de este mundo.
Si hablamos del dolor crónico, algo que conozco a la perfección, por ser mi caso,
retirarse, no soluciona la situación.
El dolor crónico neuropático, solo puede ser parcialmente aliviado, tomando
medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso central. Estos medicamentos,
suelen ser los mismos usados para las “depresiones” y lo que hacen, es dar al
organismo las mismas substancias que aportan a las personas que han pasado
por traumas y no segregan suficiente serotonina, para llevar una vida normal en
el mundo en el que vivimos./
Voy a hablar de mi caso, porque es el que mejor conozco.

Hace aproximadamente 17 años, sufrí el shock de ser diagnosticada con un
aneurisma cerebral y tener que decidir en horas ser intervenida. Tomé la decisión
de operar, entrando al quirófano, con el pánico de sufrir una inmovilización del
lado derecho de todo mi cuerpo.
Milagrosamente después de 9 horas de operación, toqué mi cabeza y tenía cabello
( a los médicos les había dado pena, cortar mi larga cabellera de rizos), podía
mover mis manos, mi pierna. Todo eso lo comprobé en segundos, cuando recobré
la razón en esa cama de la UCI, donde clamé por horas por unas gotas de agua.
Después de 7 días, salí del hospital y el que es ahora mi marido, desenredó mi
cabellera, con la paciencia de un ángel, mi madre me acompañó a caminar menos
de una calle, estando ya agotada para todo el día. Me olvidé de la mitad de mi vida,
no recordaba mis proveedores de DIA (donde trabajaba comprando alimentos
dulces). Mi familia de DIA, me recibió incluso antes de que los médicos lo
permitiesen, solo para ayudarme a recordar, todo lo que tenía olvidado (incluso
manejar el programa Excel).
Cuando me reincorporé a la vida normal. Un día sin pensarlo, pensé que me moría
por falta de respiración, vino la ambulancia a casa y me diagnosticaron algo que
yo no conocía: “ataque de ansiedad”. Pasé también episodios de “claustrofobia”,
cuando me metía en atascos.
Los médicos decidieron recetarme una medicina antidepresiva.
Para mí, tener que tomarme ese tipo de medicamento, fue, tal vez casi más duro
que someterme a la operación del aneurisma.
Entré en una auténtica guerra conmigo misma:
-Y ahora tú, niñita débil, estás mal y yo, la todopoderosa, voy a tener que tomarme
esas medicinas de personas mentalmente enfermas y débiles. Yo, que lo puedo
todo, yo, que no necesito de nada y de nadie para salir adelante
Imagino, ya 17 años después, con la madurez obvia que me acompaña, que ese
era el fondo del rechazo que yo sentía hacia esas medicinas.
Necesité terapias con un psicólogo, para ayudarme a aceptar que necesitaba esas
medicinas y que no eran mis enemigas.
Poco a poco, fui tomándolas con menos rechazo, pero siempre trataba de bajar
la dosis, para obligarme a dejarlas cuanto antes.
Un buen día, ya no las necesité más y pude perfectamente vivir sin ellas.
La historia no acabó allí. Unos 7 años después, enfermé del dolor neuropático que
ahora padezco.
Practicaba de manera estricta “Un Curso de Milagros” y había aprendido de
memoria que todo lo proyectamos nosotros. Por eso, me hice 100% responsable
de mi dolor y trataba desesperadamente de proyectar salud en vez de enfermedad,
eso me generaba mayor angustia, tomaba homeopatía, nada me ayudaba. Apareció
el ticnitus (un ruido permanente del oído que puede incluso enloquecer a un ser
humano), el dolor aumentó. Estuve viendo a una especialista psicosomática, ya
que los Otorrinos de las Mejores Clínicas y Países nada encontraban.
La buena mujer me recetó una de estas medicinas, que me ayudó relativamente,
además de “ponerme perfume cuando mi marido llegara a casa”. La angustia de
que incluso un médico de la salud mental, me dijese:
- Doctora, ¿pero cuando mejoraré de este dolor?
- Cuando vengas a, consulta y hablemos de otra cosa que no sea tu dolor. Tengo
- una paciente a quien incluso le subía la fiebre y no tenía nada
Yo, me obligaba a hacerme dueña y señora de mi dolor y responsable de usar mi
mente, para no sentir, algo que me hacía profundamente infeliz a mi y a las personas
que me rodeaban.
Apareció Dulce Pérez (psiquiatra venezolana), a quien llamo “mi salvadora” y con
una potente medicina antidepresiva y diseñada también para los dolores neuropáticos,
hizo que mi vida tomara sentido. El grado del dolor y así mi enfoque pesimista
hacia lo que me pasaba bajaron. Dejé de preguntarme cada segundo: ¿y cómo
viviré con este dolor toda mi vida? y me dediqué a vivir.
Hace 6 meses, dado que esta medicina había dejado ya de ayudarme, estuve de
baja y al haber tratado absolutamente todo en la Unidad del Dolor, apareció otra
medicina más antigua, mezclada con otra más, que me han ayudado nuevamente
a retomar la calidad de vida.
Esta nueva medicina, me ayuda con el dolor, pero no tiene los beneficios de la
medicina anterior en los que se refiere a controlar los miedos, angustias….etc.
Viví durante 2 meses el “mono” de dejar una droga y fue simplemente horrible.
Mi amiga, de la que hablo al principio de este escrito me ayudaba día a día, a manejar
ese sentimiento de angustia, de pajarito mojado muerto de miedo en una esquina
(como yo le describía la situación). Ella, también tomó esa medicina y decidió
dejar de tomarla. Había pasado por todo lo que yo, estaba viviendo y podía
comprender exactamente cómo me sentía
Otra amiga, analizó las dos medicinas y me recetó spinning cada día. El deporte
aeróbico, es sin dudas, una dosis de medicina antidepresiva. A mí, me ayudó, a
poder estar sin esa medicina que había tenido que dejar, por ser incompatible
con el nuevo medicamento que me estaba ayudando contra del dolor.
¿Y para qué doy todo este tipo de detalles personales?
Los doy, para que cuando vean la recomendación que voy a hacer, sepan que no
es simplemente una opinión. Es, muy por el contrario un testimonio, de una
persona que ha pasado, shocks por enfermedades graves y dolor crónico a niveles
de un 12 sobre 10.
Yo no podría vivir sin las medicinas, quienes muchos critican o esconden que
las toman.
¿Por qué ese tabú a las medicinas antidepresivas?
-Tenemos que ser capaces de tener nuestros propios mecanismos para afrontar
todo lo que nos pase en la vida
– Bull Sheet
Bull sheet mil veces. La vida es puñeteramente dura y además es una sola.
Aunque haya reencarnaciones, olvidaremos todo.
¿Por qué, si hay algo que puede ayudarnos a transitar este duro camino per se y
más duro aún, si se dan circunstancias como las que he comentado en el punto
3, no podemos hacer uso de esos bastones?
¿Por qué tenemos que estar por encima del bien y del mal?
¿Por qué tenemos que ser capaces de vivir sufriendo cuando hay algo,
producto de la investigación que puede ayudarnos?
Les habla quien sentía auténticamente repulsión por este tipo de medicamentos.
He tenido una auténtica guerra con ellos.
-Yo soy fuerte y puedo vivir sin Ustedes.
– Voy a comenzar a ir bajando la dosis para ver si puedo dejarlos
En ese punto, de siempre intentar dejar esas medicinas, caía en episodios de
dolor enloquecedor, amargando las vacaciones de mi familia. No so sé por qué,
siempre me ponía estas metas en verano
Una vez, en la Unidad del dolor me dijeron:
– Nunca en tu vida, podrás dejar de tomar esa medicina. Y además tomas poco
(60 mg) porque la dosis máxima es 180 mg
-Doctor y qué haremos cuando no me haga efecto
– No pienses en eso, algo nuevo habrá
La angustia de que iba a llegar el momento en que no me hiciera efecto me
acompañó por muchísimos años.
Ocurrió hace 6 meses. Ya la medicina que tomaba no me ayudaba. Pasé 6 terribles
meses probando todo tipo de tratamiento en la Unidad del Dolor y una medicina,
me ha dado la calidad de vida que necesito para ser feliz y hacer feliz a mi familia
Entonces:
-¿Debo negarme a tomar este tipo de medicinas, porque crean adicción y debo
pasarme las 24 horas al día, muerta del dolor, tratando de aliviarme solo con
cosas naturales como la homeopatía, siendo imposible conseguirlo?
He pasado por este rechazo a las medicinas. Me he sentido culpable, he tenido
todo tipo de emociones hacia estas medicinas antidepresivas y para dolores neuropáticos.
Después de una larga relación de 17 años con este tipo de medicinas, tiempo
durante el que las he odiado, aceptado temporalmente, jugado a reducir la dosis
para dejarlas, etc….
Después de tanto tiempo, solo puedo decir:
GRACIAS.
Gracias a los investigadores que las crearon. Gracias, gracias, gracias
Gracias a estos medicamentos, puedo desempeñar el rol de madre, trabajadora, esposa,
amiga, hija. Gracias a ellas, logro hacer una hora de deporte de gran intensidad cada
mañana. Gracias a ellas practico yoga, escribo, sonrío, ayudo a quienes me necesitan.
Ellas, son mis aliadas, mis amigas.
¿Para qué, dejarlas, por qué debo sufrir si ellas pueden darme el alivio al dolor (físico
o mental)?
Este es mi testimonio.

Si tu eres una de estas personas que sienten vergüenza con sigo mismas por estar
de pie física y emocionalmente gracias a estas medicinas, te pido que te reconcilies
con ellas. Son tus amigas, por qué quieres contra viento y marea, echarlas a la calle,
si ellas son el bastón que necesitas.Sé que hay quienes crucifican a este tipo de
medicamentos. Por cierto, quienes lo hacen, me atrevería a decir que no han
pasado situaciones de shock o dolor como a los que yo hago referencia.
Yo estoy aquí, con 3/10 de dolor, gracias a esta medicina. Espero que pueda
ayudarme unos cuantos años y sé, que durante ese tiempo, investigadores estarán
trabajando en crear otras, que me que ayudarán cuando éstas ya no lo hagan.
Gracias medicinas, ustedes son mis amigas.
Me da igual si no puedo sola. ¿Por qué debo poder? ¿No es suficientemente
difícil la vida, como para no aceptar ayuda?
Espero que mi reflexión, te haga parar la lucha con ese objetivo de: “dejar la medicina”.
¿Por qué? ¿Qué te avergüenza?, ¿Qué te preocupa? ¿Prefieres estar en agonía,
que vivir día a día, dando las gracias de corazón por poder disfrutar de un cielo
azul, una puesta de sol o un café con leche y un periódico en la mañana?
Piénsalo, ¿por qué debes dejar de tomar una medicina, que te ayuda a
ser más feliz, en medio de una situación dura que estás viviendo y que durará
toda la vida?
Con toda mi humildad y amor.
Escrito por:
Alba Labarca
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