lunes, 8 de febrero de 2016

¿Qué querrá decirnos Dios a través de la epidemia del zika? Parte III

Desinformación. Euclides Fermín viajó el miércoles en la madrugada de Carúpano, estado Sucre, a Caracas para conseguir inmunoglobulina para su sobrino Sebastián Rivas, de un año y cinco meses.
Sospecharon que algo andaba mal con el niño, pues de querer correr por toda la casa empezó a gatear y arrastrarse. El viernes lo llevaron al médico y el lunes, tras una punción lumbar, le diagnosticaron Guillain-Barré. Sebastián estuvo sin tratamiento hasta el jueves, cuando su tío regresó con la inmunoglobulina que compró en Badan, en Los Cortijos, pues en el Hospital Central de Carúpano no contaban con el derivado sanguíneo ni con equipo para plasmaféresis.
“Pedimos el traslado para el Hospital Central de Porlamar pero nos dijeron que la inmunoglobulina que tenían era para los pacientes de ese hospital”, dijo el tío. El regreso de Euclides con el fármaco coincidió con la llegada de otras unidades que envió el Ministerio de Salud, luego de días de solicitudes.
Ángel Isidro García no corrió la misma suerte que el niño, aún cuando dependían del mismo hospital. Para él el medicamento llegó demasiado tarde.
La travesía de Ángel, de 48 años de edad, comenzó el 17 de enero, cuando sintió las piernas y las manos dormidas. La primera vez que fue al médico le dijeron que tenía zika (aunque ninguno de los dos es síntoma de ese virus). Esa tarde pidió un bastón para caminar, cuenta por teléfono su hermana Alida García.
Días después visitó a un internista, quien le dijo que había sufrido un ACV. El miércoles 20 de enero no podía caminar y sentía que se le dormía la boca. Siguiendo instrucciones del médico, lo llevaron a rehabilitación, donde le recomendaron visitar a un neurólogo. Al día siguiente tenía las piernas moradas.
El neurólogo lo diagnosticó con Guillain-Barré, pero advirtió a la familia que solo tenía 2 ampollas de inmunoglobulina, que debían conseguir 7 más de 5 gramos cada una. Confiado, les dijo que tenían 15 días para buscarlas, y devolvió al paciente a su casa.
Alida llamó a la sala situacional del Ministerio de Salud para pedir el medicamento, y los operadores se comunicaron con ella 8 veces para preguntar y repreguntar los datos del paciente. Alida pensó en comprar el derivado en Colombia, donde le costaría 50.000 bolívares cada frasco.
El jueves 28 de enero lo hospitalizaron en la Policlínica Carúpano. El tratamiento cambió de 7 frascos del producto a 38. La mujer consiguió algunos, por lo que los médicos propusieron hacerle plasmaféresis en el Hospital General de Carúpano el lunes siguiente. Tampoco ese jueves lo ingresaron a la unidad de cuidados intensivos, a pesar de que el protocolo de Guillain-Barré lo indica de manera inmediata.
“El sábado volvió a la clínica, en condiciones peores; ahí sí lo metieron en la terapia intensiva. El domingo 31 de enero mi hermano tuvo un paro respiratorio y murió. Tristemente no alcancé a comprar la inmunoglobulina y el ministerio nunca me llamó”, lamentó Alida.
El Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos inició una investigación para determinar cuál es la relación entre el zika –que solo presenta síntomas en 1 de cada 4 casos– y el Guillain-Barré. El síndrome suele aparecer dos semanas después de haberse padecido el virus, por los que la única prueba de detección disponible en Venezuela, la de reacción de polimerasa en cadena (PCR) es inútil, ya que solo detecta los virus en los primeros cinco días en los que se ponen de manifiesto los signos. Sin síntomas, el Guillain-Barré puede aparecer de forma inesperada, como le ocurrió a Ángel.
“La pregunta a responder en Venezuela es hasta cuándo nos alcanzan los recursos y cuántos pacientes con el síndrome podemos manejar”, inquiere Julio Castro. El infectólogo pide respuestas e información que permitan a las sociedades científicas saber si tendrán la “gasolina necesaria” para terminar el tramo de la epidemia de zika que aún le falta por recorrer al país.

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