martes, 13 de octubre de 2015

En esta cultura ligth donde todo se quiere de forma rápida, instantánea, tomando atajos, la vida se encarga de ponernos de parada.

LOS APAGONES DE LA VIDA

LOS APAGONES DE LA VIDA

Cuando la vida nos apaga la luz, en nuestro corazón
aparecen velas.



Los apagones de la vida
Siempre hay una luz que nos alumbra. (Créditos: Archivo)

En mi libro “Herido que muerden, herido que florecen” 
hago referencia  a esos sucesos que de pronto  te 
cambian la vida. Recuerdo al  padre Godoy, un sacerdote 
salesiano con quien compartí en mis años de 
adolescente en un grupo en el que realizábamos 
actividades recreativas, deportivas y artísticas con los 
niños, niñas y adolescentes de un sector popular caraqueño. 

En una de las reflexiones grupales nos contó que  en 
su pueblito Timotes, ubicado en el páramo andino, 
cuando los sorprendía un apagón, todo se oscurecía. 
El percance los obligaba a encender  velas, y con esa 
tenue luz  empezaban  a buscar  la avería.

Eso pasa en nuestras vidas. Todo parece estar 
“bien” hasta que nos sorprende “un apagón”. 
Puede ser por una enfermedad, duelo, accidente, la 
pérdida del trabajo, la ruptura con una pareja, 
la partida de un amigo…  

Un suceso que nos pone de rodillas revelándonos 
como la vida puede cambiar de un momento a otro, 
sin previo aviso, donde poco nos sirven las certezas 
y las seguridades, la soberbia, las arrogancias y 
vanidades... Lo que nos queda como sedimento de 
ese momento, es un ser ablandado por la vulnerabilidad 
que necesita conectarse con lo esencial.

Ahora ¿qué es lo esencial? Es eso que te hace mirar 
para arriba cuando estás atrapado en la sombra. 
Es lo que te hace volcar los ojos al interior, 
cuando están encandilados por las seducciones 
del exterior, por las adicciones al consumo, las 
alucinaciones del éxito, el gusto por el  poder y todo 
eso  que  nos atrapa afuera.

Lo esencial es  eso que te hace salir de la rutina,  
para hacer una llamada, enviar un correo electrónico, 
un mensaje de texto, hacer una vista, dar un abrazo, 
enviar una señal de amor y presencia a quien quieres 
por el simple placer de hacerlo.

Son momentos que nos hacen escuchar lo inaudible, 
expresar lo inexpresable, desde lo que somos; 
pero eso requiere quitarnos el condón emocional
Se dice fácil pero es complicado en esta sociedad 
del “pare de sentir” o del  “no hay  tiempo”, “estoy full”. 

Ese apagón de la vida, en el momento menos esperado, 
puede ser una  oportunidad  que nos advierte que 
debemos observar lo que al principio no se ve  en la 
oscuridad para descubrir, como en las penumbras, 
se empiezan a revelar  formas que nos dan señales  
que, poco a poco, encontraremos entre las sombras  
la luz  y con ella la avería que generó el apagón.

La “avería” hay que reconocerla, asumirla  para  
transformarla. Repararla es  un  trabajo nada  fácil, 
pero no  por ello imposible.

En esta cultura ligth donde  todo se  quiere de forma 
rápida, instantánea, tomando atajos, la vida se  
encarga de ponernos de parada. Nos pone  a vivir 
procesos que no podemos controlar desde afuera, 
que requieren mirar nuestro interior para atender 
esas heridas que posiblemente estén enconadas o 
infectadas y  que exigen ser atendidas limpiarlas 
con amor y compasión, un proceso  doloroso pero  
necesario para que nuestras heridas puedan florecer. 

Seguimos creciendo juntos 

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