¿Por qué elegí esta ilustración?
Ilustracion: Georges de La Tour Magdalena Penitente 1625-1650 Metropolitan Museum Nueva York
¿Por qué elegi esta ilustración?
Una habitación a oscuras, una única fuente de luz, una gran figura que llena todo el cuadro. Una mujer sentada. Aún es joven, ni su rostro que apenas vemos, ni su cuello y escote, ni sus manos delatan todavía la huella destructiva del tiempo. Solo tres colores, los más antiguos, los que han acompañado a los humanos desde la remota prehistoria: el blanco, la luz, el rojo, la vida, el negro, la muerte.
Georges de La Tour (1593 – 1652), pintor lorenés, hijo de un albañil, casado con una mujer de la nobleza, con ínfulas de noble y odioso a sus vecinos, famosísimo en vida. Habitante del terrible siglo XVII, en una tierra disputada entre el Imperio y el rey de Francia. Georges de La Tour no existía, de su producción de casi quinientos cuadros, quedaron veintitrés originales. Georges de La Tour volverá existir a partir de 1932, cuando la Europa del siglo XX, que ya olvidaba lo que era la oscuridad pronto conocerá las tinieblas.
Los cuadros de Georges de La Tour no tienen título, es decir su título original se ha perdido y el que tienen es posterior al redescubrimiento del pintor. Volvamos al cuadro. ¿Esta mujer es María Magdalena? María Magdalena, santa muy popular en la Edad Media, fue un motivo muy repetido desde el Renacimiento, pues en un cuadro de temática religiosa es posible pintar a una hermosa mujer, poder exhibir ricos ropajes, desnudez femenina sin que hubiera censura. Magdalena a partir del Renacimiento es casi siempre rubia, de larga y rizada cabellera. Incluso o sobre todo, cuando de trata de Magdalena penitente, es posible apreciar la sensualidad del personaje. María Magdalena siempre fue una santa incómoda, ambigua, turbadora. No era virgen, no era esposa, no era madre, pero es una de las valientes mujeres que asiste a la Crucifixión y el primer testigo de la Resurrección. La Iglesia no tuvo más remedio que tolerarla.
Magdalena está sola en una habitación despojada como una celda, mira hacia el espejo aunque no vemos su reflejo ¿se ve ella misma? Quizá se mira por última vez. Quizá nunca más volverá a ver su rostro iluminado intensamente por la única fuente luz, ese candelabro con esa vela lujosa de cera, en ese espejo de marco tallado. Ha dejado el collar de perlas sobre la mesa, las perlas que en el siglo XVII indican liviandad, se asocian con las cortesanas y la prostitución. En el suelo hay otras joyas. Magdalena se está despidiendo, en silencio, en soledad absoluta. Pero Magdalena aún es quien ha sido, la mujer que ha conocido el placer y la libertad. Aún calza lujosamente y su falda roja como los zapatos es de rico tejido. Ese color rojo que lleva siglos tiñendo los vestidos de novia, los vestidos de fiesta, los vestidos de las prostitutas. Es cierto que lleva una sencilla camisa, la camisa es esa época una prenda interior, pero su larga melena, no rubia ni rizada, sino oscura y lisa, está cepillada como la de una dama de la época Heian. Y en otras o posterioresversiones, Magdalena, que ya ha renunciado, que ya no se ilumina con velas sino con candiles de aceite, que ya es penitente, mantendrá esa lisa y perfecta cabellera de dama japonesa.
Un universo casi monócromo, una austeridad total, habitaciones despojadas, personas humildes, nada bellas, unos volúmenes geométricos, incluso en los rostros. El ser humano solo, ante sí mismo, a la luz de una vela, de un candil, de una llama. En nuestro mundo de hoy hace mucho que perdimos la oscuridad. No podemos imaginar lo que es vivir solo a la luz de día, que luminarias como candiles, velas, antorchas, solo eran algo para hacer el tránsito a la noche, a la oscuridad total. Dije más arriba que cuando se redescubrió a Georges de La Tour en 1932 Europa estaba a punto de recordar las tinieblas. No las tinieblas metafóricas de vivir una era de guerra como la que vivió el pintor, sino las reales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las ciudades europeas bajo la amenaza de la destrucción de los bombardeos aéreos, volvieron a ser lo que habían sido durante siglos: lugares de oscuridad, incertidumbre y miedo.
Magdalena, seria, sola en esa habitación desnuda, con los restos de su pasado, con el espejo que el que no se volverá a mirar, rozando con sus dedos el cráneo amarillento de frente huidiza que tiene en el regazo pero al que no mira todavía. Magdalena es la imagen de la melancolía, muy parecida a la deDomenico Fetti, contemporánea suya. La melancolía de quien sabe que no volverá a haber amores, ni fiestas, ni alegría, ni belleza, porque todo es pasajero. Cuando Magdalena apague esa vela y se haga la oscuridad total en la habitación para el sueño de la noche, ese sueño será el hermano de la muerte que están acariciando sus dedos.
lunes, 15 de julio de 2013
Depresiones y liberaciones en el curso de la evolución espiritual
Depresión
y Espiritualidad
Dr. Jacques Vigne
Dr. Jacques Vigne
Traducido por Farid Azael
Extracto de: Eléments de psychologie spirituelle
Dr. Jacques Vigne - Éditions Albin Michel
Del vacío existencial a la vacuidad
liberadora:
Buscaremos a la vez aproximar y diferenciar el vacío existencial doloroso del depresivo, y la vacuidad liberadora, luminosa del místico. En los dos casos, se trata más de experiencias vividas que de conceptos filosóficos. ¿Hay un punto de contacto, una pasarela entre estos dos estados que permiten dar a ciertas depresiones la dimensión de una iniciación, de una entrada en el camino espiritual?
Esquemáticamente, se puede decir que el dominio de la psicología concierne a la descripción de diferentes tipos de depresión y su tratamiento en la fase aguda. Por el contrario, una espiritualidad bien comprendida me parece más eficaz cuando se trata de prevenir los desequilibrios de vida que conducen a la depresión, o cuando se trata de acompañar a un depresivo en un largo plazo. No siempre me ha sido posible decir si mis reflexiones eran sobre todo válidas para el paciente, o bien para el terapeuta, o para el lector ordinario. Ellas se dirigen hacia quienes están abiertos para entenderlas, ya sean aquellos que buscan comprender la depresión para ellos mismos, para su entorno o sus pacientes. Deseo en particular que ellas inspiren a aquellos que tienen la dura tarea, difícil y hermosa, de acompañar a los moribundos.
Las descripciones psicológicas de la depresión y sus límites:
Hay dos grandes tipos de depresiones: las depresiones psicógenas, de origen puramente psíquico, y las depresiones endógenas que tienen una base constitucional a menudo hereditaria. Es la enfermedad maníatico-depresiva con alternativas de excitación y de depresión. Ella parece ser debida a un déficit enzimático perjudicando los intercambios de sodio a través de las paredes de la célula nerviosa. En teoría, no hay nada que se pueda hacer para los pacientes alcanzados por este problema, salvo que se cuiden tomando litio y aceptando su destino. En la práctica, sin embargo, como las crisis tienen a menudo factores detonantes de origen psicológico, un tratamiento que pasara por la parte espiritual no sería totalmente excluido. Conozco personalmente un caso de psicosis maníatico-depresiva mejorado por la meditación. Gracias a ella, el meditante busca ir sistemáticamente más allá de los pares de opuestos (placer-dolor, fatiga-excitación, etc.) mejorando así las variaciones del humor.
Entre las depresiones psicógenas, se puede distinguir dos grandes tipos: la depresión emocional del sujeto joven, típicamente la muchacha que rompió con su amiguito y que ejecuta una tentativa de suicidio que ella tiene el buen gusto de hacer fracasar, y la depresión existencial del sujeto maduro que, en general, llega a cometer el suicidio, él no fracasa. Se habla así de depresión por agotamiento debida a una acumulación de estrés no resuelto. Fundamentalmente, me parece que todas las depresiones son por agotamiento; aun si el estrés no es aparente, De todas maneras, él está presente bajo la forma de conflictos intrapsíquicos que representan una pérdida de energía continua.
Un buen criterio de salud psíquica es la adaptabilidad al cambio. Se puede enfocar - como Eric Erikson lo hace - el crecimiento del individuo como una sucesión de crisis. Si tiene éxito en superarlas, se desarrolla una cualidad correspondiente propia a cada estado: confianza fundamental para el lactante que acepta bien su destete, autonomía para el niño pequeño, deseo de aprender para el niño más grande, identidad para el adolescente, intimidad para el adulto joven e integridad para el adulto maduro. Es interesante ver que Erikson no habla del anciano. Los interrogantes existenciales que este último se plantea frente a la muerte sobrepasan sin duda sus concepciones psicológicas. Por la práctica espiritual se reordenan las “pequeñas” crisis ya enumeradas dentro del cuadro de dos grandes crisis: el nacimiento y la muerte. Esto da amplitud y profundidad al psiquismo y permite relativizar estas crisis que yo he llamado “pequeñas”, aun si ellas parecen enormes a quienes están sufriéndolas.
Las psicoterapias que se podrían llamar “pragmáticas” responden en apariencia a la demanda promedio de los pacientes, pero ellas dan un pobre modelo del ser humano: lo consideran como una especie de máquina que debe funcionar sin tropiezos desde el nacimiento hasta la muerte, según los criterios establecidos por los computadores del Instituto de Estadísticas sociopsicológicas... Parece sonar bien, pero es una visión plana y aplastante de las posibilidades humanas: el hombre es una “caña pensante” (según Pascal) y no solamente una “caña funcionante”. Es fácil decir que el paciente no tiene una demanda que hacer por más que se lo proponga; pero si él la tuviera ¿tendría el terapeuta una respuesta que no sea intelectual sino vivida?
Se puede estimar que ayudar a un individuo psicológicamente, es ayudarlo a aceptar, a “metabolizar” las frustraciones y los duelos pequeños o grandes que pavimentan la existencia. Frente a una frustración o un duelo en sentido amplio. Hay tres evoluciones posibles: la evolución descendente, es decir hundirse en la depresión y los remordimientos; la evolución circular, o buscar un nuevo objeto para reemplazar el anterior, un nuevo par de muletas para reemplazar las que se han perdido. Esto es lo que ensaya hacer la gente espontáneamente, y es lo que aconsejan la mayor parte de los psicólogos; es verdad que es una reacción de mejor calidad que la depresión pura y simple. La tercera evolución es la evolución ascendente: se acepta el duelo en tanto que tal y se ve el vacío que él ha creado como una ventana que se abre hacia el absoluto. Ya no se busca un “comodín” y la sombra negra de la depresión se transforma en vacuidad luminosa de liberación. Por liberación, yo entiendo liberación de una dependencia por pequeña que ella sea. En este sentido, el mejor aguijón para encontrar la felicidad dentro de sí mismo es el sentimiento de frustración, es una espina incitadora que hace evolucionar sin cesar.
Si el psicólogo tiene una visión puramente pragmática de las cosas, es decir, si se contenta por reemplazar una evolución descendente por una evolución circular, él rechaza la necesidad espiritual. Esta última reaparecerá en otro momento, es el “retorno de lo rechazado” bajo formas a veces primitivas o mediocres: entrada en una secta de extrañas creencias o interés apasionante por un ocultismo barato. La moda de este género de ocultismo en la ex-Unión Soviética puede ser una buena ilustración del retorno desordenado de lo espiritual rechazado después de un medio siglo de psicología aplastante. Tanto como el terapeuta, el maestro espiritual no puede resolver los interrogantes existenciales de su paciente o discípulo. Sin embargo, él le puede indicar métodos de trabajo interior; él representa igualmente para un discípulo que desfallece, una luz al final del túnel.
Más que hablar de “trabajar el duelo” yo prefiero hablar de soltar presa, de dejar de crisparse sobre algo, o de liberación. Una vez que un apego es arrastrado por el flujo de la vida o de la muerte, se le puede considerar como un saco de piedras que se llevaba sobre los hombros y que se ha desprendido por sí mismo. Es un alivio. Más que hablar de “pulsión de muerte” yo prefiero hablar de “desviación de la pulsión de vida”. Establecer una dualidad “pulsión de vida-pulsion de muerte” es en realidad una vieja tentación. Ella apareció en los primeros siglos de nuestra era con Manes y ciertas formas de Gnosis, y ha reaparecido en nuestra época con Freud. Sin embargo, las tradiciones espirituales en su conjunto evitan caer en este dualismo fácil. Aunque parece corresponder a ciertas apariencias, presenta en verdad un obstáculo a la evolución interior. No estamos obligados a dejarnos atrapar por categorías salidas de la mente de un Freud envejecido y, tal vez, deprimido, sobre todo después de la operación de su cáncer al final de los años 20.
El vocablo “psi” corriente está lleno de sugestiones negativas. Aun si el psicólogo tiene el buen sentido de no hablar demasiado de psicopatología a su paciente, él no puede impedirse de comprender a éste en términos de patología, ya que esa es su formación profesional. Esto representa una toma de partido que influencia al paciente. Por el contrario, lo propio de muy buenos terapeutas, o de sabios, es tener éxito en extraer algunos elementos positivos de un cuadro psíquico desastroso y valorizarlos, en contra de todo, para estimular al paciente. En este dominio fluido y maleable que es el psiquismo, un vaso medio vacío es realmente lo contrario de un vaso medio lleno. Los terapeutas deben supervisar su lenguaje, incluido también lo que se dicen a ellos mismos a propósito de los pacientes. Si no, a pesar de su buena voluntad, corren el riesgo de perjudicarlos confirmándoles que están “limitados” dentro de una patología fijada.
Si la psicología occidental tiene límites frente a la depresión ¿puede la filosofía , por ejemplo el existencialismo, ayudar a trascender esos límites? Para ser breve, yo no lo creo: el ambiente general del existencialismo es demasiado depresivo en sí mismo para poder ayudar realmente a un depresivo. A lo más, este último podrá aliviarse un poco sintiéndose menos solo en su abandono. La ventaja es que se sentirá más confortable en su depresión, pero el inconveniente es que, en ese caso, no tendrá aliciente para salir de ella. No hay que olvidar que Sartre ha publicado El Ser y la Nada en 1943 en una época donde un espíritu materialista tenía razones para ser pesimista. En efecto, la creencia tranquilizadora en un progreso continuo de la humanidad estaba seriamente amenazada por los acontecimientos. El simple hecho de desmontar el funcionamiento del ego lleva a un nihilismo real, si este trabajo no es acompañado por un sentido agudo del Absoluto subyacente. Puede ser que el filósofo existencialista y el Buda se encuentren frente al mismo vacío, pero el primero siente náuseas mientras que el segundo sonríe ¿no hay allí una diferencia?
La depresión ¿despertar espiritual enmascarado?
“Dichoso el que es puesto a prueba, él ha entrado en el camino”, dice Jesús en el Evangelio de Tomás. ¿Cual es la significación de los síntomas de la depresión? ¿No son una tentativa mal hecha de reequilibrarse? ¿No pueden ellos – tomados en una perspectiva correcta – conducir al paciente a mejorar, y aun a entrar en un camino espiritual del cual él no tenía una idea preconcebida? En este sentido, ¿cada síntoma no tiene su índole propia? Tomemos por ejemplo el insomnio de la madrugada, clásico en el depresivo, en particular en el melancólico. Se ha ensayado durante largo tiempo sofocar ese síntoma con somníferos. Pero algunos han tenido la idea de dejar hacer al depresivo lo que él quería, es decir, acostarse muy temprano y levantarse muy temprano. Esto fue suficiente para mejorar en gran medida el problema.
Consideremos ahora la inhibición psicomotriz: hay consenso en decir que es el criterio más seguro para detectar una depresión. Pero, el hecho de ni siquiera sentirse motivado para mover un pulgar ¿no correspondería a una necesidad natural de retiro, de entrada en sí mismo, de reposo? ¿No es un sano reflejo de defensa del organismo frente al estrés continuo de la carrera consumista en todos los aspectos, carrera tan ciega como agotadora? En la sociedad occidental activista, esta necesidad de no hacer nada no es reconocida. Si no se tienen los medios o el gusto de ir a la pesca o a la playa, se cae en depresión. El inconveniente es que, si bien el sujeto se hace notar socialmente, es igualmente culpabilizado. Él quiere castigarse a sí mismo por su pereza y su inutilidad; esta necesidad de castigo es realmente patológica y anti-espiritual; no es auto-flagelándose (metafóricamente hablando) que se dominará el propio ego, más bien se corre el riesgo de reforzarlo.
Igual como la flor tiene su ritmo, se abre y se cierra, también lo tiene el cuerpo, duerme y se despierta, del mismo modo el psiquismo tiene su propio ritmo: él alterna naturalmente las fases de interiorización y de exteriorización. En las depresiones debidas a conflictos intrapsíquicos, se puede considerar que el sujeto está mal e insuficientemente interiorizado. No llega a contactar las zonas profundas de su ser descendiendo por debajo de las tempestades de superficie. Él duda incluso de que estas zonas existan: es su enfermedad y a veces también la de su terapeuta... La sociedad, y a menudo la familia, exigen al individuo que funcione constantemente en el real exterior. Sin embargo, como lo dice Bachelard, “un ser privado de la función de lo irreal (el real interior) es tan neurótico como un ser privado de la función de lo real (real exterior).”
La concentración del melancólico sobre sí mismo se acerca en un cierto sentido a la del sabio, siendo estados totalmente opuestos: los extremos se tocan. Puede ser que el melancólico, presa de una gran ansiedad al comienzo de su crisis, haya descubierto que estando completamente inmóvil podía obtener una cierta paz de espíritu y hacer callar por un momento su enorme auto-agresividad. Pero, a pesar de su inmovilidad, su ansiedad continúa porque él está haciendo este trabajo de pacificación interior demasiado tarde y de manera demasiado superficial.
Volvamos ahora a la idea de vacío que es el hilo conductor de este capítulo. El depresivo grave siente que su cuerpo está vacío, que el mundo exterior está vacío de sentido, y que él actúa automáticamente. Para él, el vacío parece ser la nada. Para el meditante, la vacuidad no es una nada. Es un depósito de potencialidades y en esto ella está muy próxima a la plenitud del Absoluto. La vacuidad es la ausencia de forma, desde un punto de vista corporal, y esto corresponde a una expansión inmóvil. El depresivo, por su ansiedad, tiene un cuerpo agitado y lleno de bloqueos. Concentrándose sobre la idea del vacío inmóvil, él atenúa sus bloqueos, pero como lo hace automáticamente sin apercibirse del mecanismo subyacente, el vacío que obtiene persiste todavía cargado de culpabilidad y de ansiedad. Es más, estando apresado por este trabajo interior en curso, empieza a dejar caer el mundo exterior lo que aumenta más su culpabilidad. El meditante, en cambio, sabe entrar y salir del vacío a voluntad. El sabio puede continuar viendo el vacío mientras actúa. Una idea fundamental del budismo mahayana es: “ver el vacío en la forma y la forma en el vacío”. Instalándose en un estado sin límites, el sabio experimenta la felicidad sin objeto.
A veces, la pesadilla de caída en el vacío puede transformarse instantáneamente en un sueño agradable de caída en vuelo planeado. Se tiende entonces a caer indefinidamente sin jamás hacerse daño. Se puede proponer al paciente este pequeño truco de imaginación activa. Para él, el solo hecho de percibir que puede cambiar en un buen sentido ciertas de sus imágenes mentales es un gran estímulo. “Caer al fondo del hoyo” da un sentido de profundidad, lo que es un bien a condición de que se salga de la prueba. Cuando se está en el fondo del pozo, todo lo que se ve es el cielo; el abismo refleja un trozo de azul, y la tribulación encierra una chispa divina. ¿Acaso no lo dice el Salmista: “Desde las profundidades yo clamo hacia ti, Señor...”?
El depresivo, como el meditante, ve el vacío de las formas. Sin embargo, el primero se detiene allí en tanto que el segundo va hacia el Absoluto que él llama el vacío del vacío y que él considera bajo su aspecto de luz y de felicidad. El vacío del meditante viene de un esfuerzo de comprensión del funcionamiento del espíritu, no le sucede automáticamente como ocurre con el depresivo. Shantideva, un maestro budista, decía: “Si desde el comienzo no se ha aprehendido el fenómeno construido por el espíritu, su no-existencia no puede ser establecida. “ El error del depresivo no es el de buscar el reposo del vacío, sino de buscarlo con exclusión de todo el resto. Es de creer que él encuentra entonces que tiene el espíritu invadido por elucubraciones mórbidas. Pierde de vista la verdad convencional del mundo, de ahí viene su sufrimiento. Nagarjuna decía: “El dharma enseñado por todos los Budas está bien fundado sobre dos verdades; la verdad convencional del mundo y la suprema y última Verdad”.
Tanto como sea posible, el depresivo debe tratar de habituarse a su sentimiento de vacío, a no culpabilizarse. Por lo demás, él puede extraer de allí una gozosa afirmación de independencia al rechazarlo todo para “hacer el vacío”, como el bebe rechaza a veces todos sus juguetes, tirándolos lejos y disfrutando con ello. El terapeuta a veces, igual que el paciente, podría beneficiarse de una meditación sobre el símbolo del cero: éste representa el huevo cósmico de donde el mundo ha surgido. En alquimia está incluido en los símbolos de prácticamente todos los elementos, él es el común denominador. Desde un punto de vista místico, el vacío es espacio de consciencia. Jacobo Boehme, aquel que ha sido llamado “el Padre de la Iglesia del Espíritu”, expresaba esto en una fórmula impresionante: “La Nada eterna es el ojo de la Visión eterna”.
La idea de la muerte, destructora para el depresivo, es liberadora para el filósofo o el místico: “Filosofar es aprender a morir”, decía Sócrates. En el Zen se recomienda “ver la vida desde el fondo de su ataúd”. Cuando se planteaban preguntas sobre la muerte a Nisargadatta Maharaj, algunos meses antes de su fallecimiento, él respondía: “Yo no les hablaría así si no estuviera ya muerto”. Esta muerte del ego causa temor. En otra ocasión, Maharaj había evocado la idea de la liberación desde esta vida y un visitante exclamó: “Pero ¡es como la muerte!”. “¡Es la muerte!” respondió Maharaj. Cuando se está realmente liberado de la angustia de la muerte, y sólo los grandes sabios o santos lo están, se está liberado de todas las otras angustias. Cuando no se tiene nada que perder no se puede sino ganar.
La meditación representa una prevención, una terapia previa a la depresión: regresando cotidianamente a la fuente de bienestar que hay dentro, se evita esta acumulación de sentimientos de frustración internos que hace que gente que tiene todo, materialmente, para ser dichosos puedan llegar a sentirse amargados y a veces francamente deprimidos. El niño tiene variaciones emocionales fuertes y rápidas. Nosotros permanecemos siendo un niño en nuestro interior, aunque hayamos recubierto esta “ciclotimia infantil” con un barniz de un humor pasablemente monótono. Esto nos permite funcionar relativamente bien en sociedad. Hemos ya visto que la meditación nos hace capaces de reconocer estas variaciones rápidas (gusto-disgusto, placer-dolor, etc.) y de ir más allá. En la India se insiste sobre el hecho que el sabio está “más allá de los pares de opuestos”. En la Biblia Dios también es a veces presentado claramente como más allá de los contrarios. Por el soltar presa que ella implica, la meditación resulta liberadora de estos conflictos contradictorios.
Buscaremos a la vez aproximar y diferenciar el vacío existencial doloroso del depresivo, y la vacuidad liberadora, luminosa del místico. En los dos casos, se trata más de experiencias vividas que de conceptos filosóficos. ¿Hay un punto de contacto, una pasarela entre estos dos estados que permiten dar a ciertas depresiones la dimensión de una iniciación, de una entrada en el camino espiritual?
Esquemáticamente, se puede decir que el dominio de la psicología concierne a la descripción de diferentes tipos de depresión y su tratamiento en la fase aguda. Por el contrario, una espiritualidad bien comprendida me parece más eficaz cuando se trata de prevenir los desequilibrios de vida que conducen a la depresión, o cuando se trata de acompañar a un depresivo en un largo plazo. No siempre me ha sido posible decir si mis reflexiones eran sobre todo válidas para el paciente, o bien para el terapeuta, o para el lector ordinario. Ellas se dirigen hacia quienes están abiertos para entenderlas, ya sean aquellos que buscan comprender la depresión para ellos mismos, para su entorno o sus pacientes. Deseo en particular que ellas inspiren a aquellos que tienen la dura tarea, difícil y hermosa, de acompañar a los moribundos.
Las descripciones psicológicas de la depresión y sus límites:
Hay dos grandes tipos de depresiones: las depresiones psicógenas, de origen puramente psíquico, y las depresiones endógenas que tienen una base constitucional a menudo hereditaria. Es la enfermedad maníatico-depresiva con alternativas de excitación y de depresión. Ella parece ser debida a un déficit enzimático perjudicando los intercambios de sodio a través de las paredes de la célula nerviosa. En teoría, no hay nada que se pueda hacer para los pacientes alcanzados por este problema, salvo que se cuiden tomando litio y aceptando su destino. En la práctica, sin embargo, como las crisis tienen a menudo factores detonantes de origen psicológico, un tratamiento que pasara por la parte espiritual no sería totalmente excluido. Conozco personalmente un caso de psicosis maníatico-depresiva mejorado por la meditación. Gracias a ella, el meditante busca ir sistemáticamente más allá de los pares de opuestos (placer-dolor, fatiga-excitación, etc.) mejorando así las variaciones del humor.
Entre las depresiones psicógenas, se puede distinguir dos grandes tipos: la depresión emocional del sujeto joven, típicamente la muchacha que rompió con su amiguito y que ejecuta una tentativa de suicidio que ella tiene el buen gusto de hacer fracasar, y la depresión existencial del sujeto maduro que, en general, llega a cometer el suicidio, él no fracasa. Se habla así de depresión por agotamiento debida a una acumulación de estrés no resuelto. Fundamentalmente, me parece que todas las depresiones son por agotamiento; aun si el estrés no es aparente, De todas maneras, él está presente bajo la forma de conflictos intrapsíquicos que representan una pérdida de energía continua.
Un buen criterio de salud psíquica es la adaptabilidad al cambio. Se puede enfocar - como Eric Erikson lo hace - el crecimiento del individuo como una sucesión de crisis. Si tiene éxito en superarlas, se desarrolla una cualidad correspondiente propia a cada estado: confianza fundamental para el lactante que acepta bien su destete, autonomía para el niño pequeño, deseo de aprender para el niño más grande, identidad para el adolescente, intimidad para el adulto joven e integridad para el adulto maduro. Es interesante ver que Erikson no habla del anciano. Los interrogantes existenciales que este último se plantea frente a la muerte sobrepasan sin duda sus concepciones psicológicas. Por la práctica espiritual se reordenan las “pequeñas” crisis ya enumeradas dentro del cuadro de dos grandes crisis: el nacimiento y la muerte. Esto da amplitud y profundidad al psiquismo y permite relativizar estas crisis que yo he llamado “pequeñas”, aun si ellas parecen enormes a quienes están sufriéndolas.
Las psicoterapias que se podrían llamar “pragmáticas” responden en apariencia a la demanda promedio de los pacientes, pero ellas dan un pobre modelo del ser humano: lo consideran como una especie de máquina que debe funcionar sin tropiezos desde el nacimiento hasta la muerte, según los criterios establecidos por los computadores del Instituto de Estadísticas sociopsicológicas... Parece sonar bien, pero es una visión plana y aplastante de las posibilidades humanas: el hombre es una “caña pensante” (según Pascal) y no solamente una “caña funcionante”. Es fácil decir que el paciente no tiene una demanda que hacer por más que se lo proponga; pero si él la tuviera ¿tendría el terapeuta una respuesta que no sea intelectual sino vivida?
Se puede estimar que ayudar a un individuo psicológicamente, es ayudarlo a aceptar, a “metabolizar” las frustraciones y los duelos pequeños o grandes que pavimentan la existencia. Frente a una frustración o un duelo en sentido amplio. Hay tres evoluciones posibles: la evolución descendente, es decir hundirse en la depresión y los remordimientos; la evolución circular, o buscar un nuevo objeto para reemplazar el anterior, un nuevo par de muletas para reemplazar las que se han perdido. Esto es lo que ensaya hacer la gente espontáneamente, y es lo que aconsejan la mayor parte de los psicólogos; es verdad que es una reacción de mejor calidad que la depresión pura y simple. La tercera evolución es la evolución ascendente: se acepta el duelo en tanto que tal y se ve el vacío que él ha creado como una ventana que se abre hacia el absoluto. Ya no se busca un “comodín” y la sombra negra de la depresión se transforma en vacuidad luminosa de liberación. Por liberación, yo entiendo liberación de una dependencia por pequeña que ella sea. En este sentido, el mejor aguijón para encontrar la felicidad dentro de sí mismo es el sentimiento de frustración, es una espina incitadora que hace evolucionar sin cesar.
Si el psicólogo tiene una visión puramente pragmática de las cosas, es decir, si se contenta por reemplazar una evolución descendente por una evolución circular, él rechaza la necesidad espiritual. Esta última reaparecerá en otro momento, es el “retorno de lo rechazado” bajo formas a veces primitivas o mediocres: entrada en una secta de extrañas creencias o interés apasionante por un ocultismo barato. La moda de este género de ocultismo en la ex-Unión Soviética puede ser una buena ilustración del retorno desordenado de lo espiritual rechazado después de un medio siglo de psicología aplastante. Tanto como el terapeuta, el maestro espiritual no puede resolver los interrogantes existenciales de su paciente o discípulo. Sin embargo, él le puede indicar métodos de trabajo interior; él representa igualmente para un discípulo que desfallece, una luz al final del túnel.
Más que hablar de “trabajar el duelo” yo prefiero hablar de soltar presa, de dejar de crisparse sobre algo, o de liberación. Una vez que un apego es arrastrado por el flujo de la vida o de la muerte, se le puede considerar como un saco de piedras que se llevaba sobre los hombros y que se ha desprendido por sí mismo. Es un alivio. Más que hablar de “pulsión de muerte” yo prefiero hablar de “desviación de la pulsión de vida”. Establecer una dualidad “pulsión de vida-pulsion de muerte” es en realidad una vieja tentación. Ella apareció en los primeros siglos de nuestra era con Manes y ciertas formas de Gnosis, y ha reaparecido en nuestra época con Freud. Sin embargo, las tradiciones espirituales en su conjunto evitan caer en este dualismo fácil. Aunque parece corresponder a ciertas apariencias, presenta en verdad un obstáculo a la evolución interior. No estamos obligados a dejarnos atrapar por categorías salidas de la mente de un Freud envejecido y, tal vez, deprimido, sobre todo después de la operación de su cáncer al final de los años 20.
El vocablo “psi” corriente está lleno de sugestiones negativas. Aun si el psicólogo tiene el buen sentido de no hablar demasiado de psicopatología a su paciente, él no puede impedirse de comprender a éste en términos de patología, ya que esa es su formación profesional. Esto representa una toma de partido que influencia al paciente. Por el contrario, lo propio de muy buenos terapeutas, o de sabios, es tener éxito en extraer algunos elementos positivos de un cuadro psíquico desastroso y valorizarlos, en contra de todo, para estimular al paciente. En este dominio fluido y maleable que es el psiquismo, un vaso medio vacío es realmente lo contrario de un vaso medio lleno. Los terapeutas deben supervisar su lenguaje, incluido también lo que se dicen a ellos mismos a propósito de los pacientes. Si no, a pesar de su buena voluntad, corren el riesgo de perjudicarlos confirmándoles que están “limitados” dentro de una patología fijada.
Si la psicología occidental tiene límites frente a la depresión ¿puede la filosofía , por ejemplo el existencialismo, ayudar a trascender esos límites? Para ser breve, yo no lo creo: el ambiente general del existencialismo es demasiado depresivo en sí mismo para poder ayudar realmente a un depresivo. A lo más, este último podrá aliviarse un poco sintiéndose menos solo en su abandono. La ventaja es que se sentirá más confortable en su depresión, pero el inconveniente es que, en ese caso, no tendrá aliciente para salir de ella. No hay que olvidar que Sartre ha publicado El Ser y la Nada en 1943 en una época donde un espíritu materialista tenía razones para ser pesimista. En efecto, la creencia tranquilizadora en un progreso continuo de la humanidad estaba seriamente amenazada por los acontecimientos. El simple hecho de desmontar el funcionamiento del ego lleva a un nihilismo real, si este trabajo no es acompañado por un sentido agudo del Absoluto subyacente. Puede ser que el filósofo existencialista y el Buda se encuentren frente al mismo vacío, pero el primero siente náuseas mientras que el segundo sonríe ¿no hay allí una diferencia?
La depresión ¿despertar espiritual enmascarado?
“Dichoso el que es puesto a prueba, él ha entrado en el camino”, dice Jesús en el Evangelio de Tomás. ¿Cual es la significación de los síntomas de la depresión? ¿No son una tentativa mal hecha de reequilibrarse? ¿No pueden ellos – tomados en una perspectiva correcta – conducir al paciente a mejorar, y aun a entrar en un camino espiritual del cual él no tenía una idea preconcebida? En este sentido, ¿cada síntoma no tiene su índole propia? Tomemos por ejemplo el insomnio de la madrugada, clásico en el depresivo, en particular en el melancólico. Se ha ensayado durante largo tiempo sofocar ese síntoma con somníferos. Pero algunos han tenido la idea de dejar hacer al depresivo lo que él quería, es decir, acostarse muy temprano y levantarse muy temprano. Esto fue suficiente para mejorar en gran medida el problema.
Consideremos ahora la inhibición psicomotriz: hay consenso en decir que es el criterio más seguro para detectar una depresión. Pero, el hecho de ni siquiera sentirse motivado para mover un pulgar ¿no correspondería a una necesidad natural de retiro, de entrada en sí mismo, de reposo? ¿No es un sano reflejo de defensa del organismo frente al estrés continuo de la carrera consumista en todos los aspectos, carrera tan ciega como agotadora? En la sociedad occidental activista, esta necesidad de no hacer nada no es reconocida. Si no se tienen los medios o el gusto de ir a la pesca o a la playa, se cae en depresión. El inconveniente es que, si bien el sujeto se hace notar socialmente, es igualmente culpabilizado. Él quiere castigarse a sí mismo por su pereza y su inutilidad; esta necesidad de castigo es realmente patológica y anti-espiritual; no es auto-flagelándose (metafóricamente hablando) que se dominará el propio ego, más bien se corre el riesgo de reforzarlo.
Igual como la flor tiene su ritmo, se abre y se cierra, también lo tiene el cuerpo, duerme y se despierta, del mismo modo el psiquismo tiene su propio ritmo: él alterna naturalmente las fases de interiorización y de exteriorización. En las depresiones debidas a conflictos intrapsíquicos, se puede considerar que el sujeto está mal e insuficientemente interiorizado. No llega a contactar las zonas profundas de su ser descendiendo por debajo de las tempestades de superficie. Él duda incluso de que estas zonas existan: es su enfermedad y a veces también la de su terapeuta... La sociedad, y a menudo la familia, exigen al individuo que funcione constantemente en el real exterior. Sin embargo, como lo dice Bachelard, “un ser privado de la función de lo irreal (el real interior) es tan neurótico como un ser privado de la función de lo real (real exterior).”
La concentración del melancólico sobre sí mismo se acerca en un cierto sentido a la del sabio, siendo estados totalmente opuestos: los extremos se tocan. Puede ser que el melancólico, presa de una gran ansiedad al comienzo de su crisis, haya descubierto que estando completamente inmóvil podía obtener una cierta paz de espíritu y hacer callar por un momento su enorme auto-agresividad. Pero, a pesar de su inmovilidad, su ansiedad continúa porque él está haciendo este trabajo de pacificación interior demasiado tarde y de manera demasiado superficial.
Volvamos ahora a la idea de vacío que es el hilo conductor de este capítulo. El depresivo grave siente que su cuerpo está vacío, que el mundo exterior está vacío de sentido, y que él actúa automáticamente. Para él, el vacío parece ser la nada. Para el meditante, la vacuidad no es una nada. Es un depósito de potencialidades y en esto ella está muy próxima a la plenitud del Absoluto. La vacuidad es la ausencia de forma, desde un punto de vista corporal, y esto corresponde a una expansión inmóvil. El depresivo, por su ansiedad, tiene un cuerpo agitado y lleno de bloqueos. Concentrándose sobre la idea del vacío inmóvil, él atenúa sus bloqueos, pero como lo hace automáticamente sin apercibirse del mecanismo subyacente, el vacío que obtiene persiste todavía cargado de culpabilidad y de ansiedad. Es más, estando apresado por este trabajo interior en curso, empieza a dejar caer el mundo exterior lo que aumenta más su culpabilidad. El meditante, en cambio, sabe entrar y salir del vacío a voluntad. El sabio puede continuar viendo el vacío mientras actúa. Una idea fundamental del budismo mahayana es: “ver el vacío en la forma y la forma en el vacío”. Instalándose en un estado sin límites, el sabio experimenta la felicidad sin objeto.
A veces, la pesadilla de caída en el vacío puede transformarse instantáneamente en un sueño agradable de caída en vuelo planeado. Se tiende entonces a caer indefinidamente sin jamás hacerse daño. Se puede proponer al paciente este pequeño truco de imaginación activa. Para él, el solo hecho de percibir que puede cambiar en un buen sentido ciertas de sus imágenes mentales es un gran estímulo. “Caer al fondo del hoyo” da un sentido de profundidad, lo que es un bien a condición de que se salga de la prueba. Cuando se está en el fondo del pozo, todo lo que se ve es el cielo; el abismo refleja un trozo de azul, y la tribulación encierra una chispa divina. ¿Acaso no lo dice el Salmista: “Desde las profundidades yo clamo hacia ti, Señor...”?
El depresivo, como el meditante, ve el vacío de las formas. Sin embargo, el primero se detiene allí en tanto que el segundo va hacia el Absoluto que él llama el vacío del vacío y que él considera bajo su aspecto de luz y de felicidad. El vacío del meditante viene de un esfuerzo de comprensión del funcionamiento del espíritu, no le sucede automáticamente como ocurre con el depresivo. Shantideva, un maestro budista, decía: “Si desde el comienzo no se ha aprehendido el fenómeno construido por el espíritu, su no-existencia no puede ser establecida. “ El error del depresivo no es el de buscar el reposo del vacío, sino de buscarlo con exclusión de todo el resto. Es de creer que él encuentra entonces que tiene el espíritu invadido por elucubraciones mórbidas. Pierde de vista la verdad convencional del mundo, de ahí viene su sufrimiento. Nagarjuna decía: “El dharma enseñado por todos los Budas está bien fundado sobre dos verdades; la verdad convencional del mundo y la suprema y última Verdad”.
Tanto como sea posible, el depresivo debe tratar de habituarse a su sentimiento de vacío, a no culpabilizarse. Por lo demás, él puede extraer de allí una gozosa afirmación de independencia al rechazarlo todo para “hacer el vacío”, como el bebe rechaza a veces todos sus juguetes, tirándolos lejos y disfrutando con ello. El terapeuta a veces, igual que el paciente, podría beneficiarse de una meditación sobre el símbolo del cero: éste representa el huevo cósmico de donde el mundo ha surgido. En alquimia está incluido en los símbolos de prácticamente todos los elementos, él es el común denominador. Desde un punto de vista místico, el vacío es espacio de consciencia. Jacobo Boehme, aquel que ha sido llamado “el Padre de la Iglesia del Espíritu”, expresaba esto en una fórmula impresionante: “La Nada eterna es el ojo de la Visión eterna”.
La idea de la muerte, destructora para el depresivo, es liberadora para el filósofo o el místico: “Filosofar es aprender a morir”, decía Sócrates. En el Zen se recomienda “ver la vida desde el fondo de su ataúd”. Cuando se planteaban preguntas sobre la muerte a Nisargadatta Maharaj, algunos meses antes de su fallecimiento, él respondía: “Yo no les hablaría así si no estuviera ya muerto”. Esta muerte del ego causa temor. En otra ocasión, Maharaj había evocado la idea de la liberación desde esta vida y un visitante exclamó: “Pero ¡es como la muerte!”. “¡Es la muerte!” respondió Maharaj. Cuando se está realmente liberado de la angustia de la muerte, y sólo los grandes sabios o santos lo están, se está liberado de todas las otras angustias. Cuando no se tiene nada que perder no se puede sino ganar.
La meditación representa una prevención, una terapia previa a la depresión: regresando cotidianamente a la fuente de bienestar que hay dentro, se evita esta acumulación de sentimientos de frustración internos que hace que gente que tiene todo, materialmente, para ser dichosos puedan llegar a sentirse amargados y a veces francamente deprimidos. El niño tiene variaciones emocionales fuertes y rápidas. Nosotros permanecemos siendo un niño en nuestro interior, aunque hayamos recubierto esta “ciclotimia infantil” con un barniz de un humor pasablemente monótono. Esto nos permite funcionar relativamente bien en sociedad. Hemos ya visto que la meditación nos hace capaces de reconocer estas variaciones rápidas (gusto-disgusto, placer-dolor, etc.) y de ir más allá. En la India se insiste sobre el hecho que el sabio está “más allá de los pares de opuestos”. En la Biblia Dios también es a veces presentado claramente como más allá de los contrarios. Por el soltar presa que ella implica, la meditación resulta liberadora de estos conflictos contradictorios.
Depresiones y liberaciones en el
curso de la evolución espiritual:
La evolución espiritual conduce al gozo interior pero no está desprovista del riesgo de reacciones depresivas. También se encuentra este riesgo en psicoterapia, donde los pacientes van hasta el suicidio porque ellos no pueden soportar el ver ciertas realidades en ellos, siendo a su pesar empujados por un terapeuta o analista demasiado exigente o demasiado rígido. Si la práctica espiritual tiene peligros, ellos no deben ser sobrestimados. Me parecen ciertamente menos graves que el hecho de tomar el volante de un automóvil en estado de ebriedad una noche de fiesta...
En el cristianismo, se distingue la depresión auténtica (acedía ) de las fases de sequedad (ariditas ) , estas últimas sobrevienen luego de una evolución espiritual sana. La acedía aparece sobre todo en los monjes de edad madura. Es un disgusto de todo lo que toca a la vida espiritual. Puede ser que esté ligada a una disminución de la fuerza sexual en religiosos que siguen la vía de la devoción y de la sublimación de las emociones hacia lo divino. Hay menos que sublimar, hay entonces menos experiencias interiores. Lo opuesto, la ariditas, la sequedad espiritual, corresponde a aquello que San Juan de la Cruz llamaba “la noche de los sentidos”. El orante no siente disgusto de las cosas espirituales, al contrario, no aspira más que a Dios, pero él “no lo ve” . Es una suerte de deseo amoroso insatisfecho, un despojamiento de todo lo que no es Él, sin llegar a alcanzarlo. Para retomar la imagen de Santa Teresa de Avila, se puede decir que la mente entrando en su capullo como un gusano de seda, termina por morir y finalmente renace mariposa.
A la noche de los sentidos sigue la noche del alma que puede corresponder a una fase más difícil: el orante percibe la irrealidad última de la forma de la divinidad que él ha adorado, de la cual él ha recibido visiones, mensajes y consolaciones. Sin embargo, al cabo de algún tiempo, detrás de esa forma que se disuelve, aparece una energía nueva. Hadewich d’Anvers decía, usando paradojas: “Un conocimiento se revela en las claras tinieblas de la presencia de la ausencia”. Para Ruysbroeck, la serenidad se aparece a los que ven más allá de la esencia: “Ellos reposan con serenidad en su superesencia”.
Los cristianos insisten más que los hindúes sobre los sufrimientos debidos a la evolución mística. La tela de fondo de la mística hindú, ya sea que se trate de la vía de la devoción o de la vía del conocimiento, es la felicidad (ananda ). Sin embargo, la destrucción de la mente no es pasada por alto, ella es indispensable para el establecimiento de una felicidad estable. ¿Por qué esta diferencia? Existe la fijación de los cristianos sobre la Pasión de Cristo que en ciertos casos puede encerrar lo que se llamaría en psicología “un trauma de nacimiento”. pero me parece que existe otro factor que podría explicar la frecuencia de la sequedad espiritual en el místico cristiano. Es un factor que los autores eclesiásticos no se atreven a abordar de frente: se trata de la rigidez de las reglas y de las instituciones que impiden al místico evolucionar a su propio ritmo y que perjudica el tener una relación de confianza completa con el maestro espiritual. Si un religioso no tiene más que superiores jerárquicos y no un maestro espiritual con el cual entablar una transferencia afectiva profunda, no es extraño que él experimente sequedades espirituales frecuentes y que sufra simplemente de soledad.
Ciertos autores occidentales piensan que el renunciamiento en la India es un equivalente de la depresión. Puede a veces suceder que una persona sienta un impulso de renunciamiento a continuación de un duelo o de una decepción, pero esta clase de decisión no perdura. La segunda parte del nombre de los renunciantes (sannyas ) en la India es ananda ( felicidad) como en Vivekananda, Shivananda, Vijoyananda, Yogananda, etc. En los nombres mismos el renunciamiento y la felicidad están estrechamente asociados. El renunciamiento no nace de una decisión forzada, sino de una comprensión justa. Para el hindú, no significa disolución sino individuación. Su individualidad hasta entonces diluida en la familia y el clan, se afirma por la elección del renunciamiento.
La práctica espiritual conduce a sanar la “actitud depresiva”. Se trata de un rasgo frecuente del psiquismo humano que se remonta al primer año de vida, cuando el infante comienza a ver alejarse a su madre, aunque sea muy poco, y esto le genera una fuerte reacción. Se podría expresar esta cura espiritual diciendo en términos psicológicos que se debe “introyectar el objeto bueno” que ya no es la madre física sino, en la India, el gurú o la Madre Divina. Cuando se llega a ser capaz de “alucinar la Madre” se tiene a la mano la mejor arma para sobrepasar la actitud depresiva.
Ma Anandamay hacía a menudo la distinción entre el vacío y el gran vacío. Esta clase de distinción vuelve a presentarse en diferentes vías espirituales bajo terminologías variadas. El Shivaismo de Cachemira distingue diez categorías de vacuidad, el budismo tibetano, dieciocho. Esta insistencia sobre la vacuidad
no es nihilismo, los budistas creen en el Absoluto, al que llaman a veces tathagatagarbha , es decir “matriz del Buda”. Esta imagen de la matriz confirma la concepción de la vacuidad de la que ya hemos hablado: depósito de potencialidades. De ahí que la meditación sobre el vacío sea un medicamento para liberarse de la raíz de las perturbaciones. El que hace meditación puede anular una emoción parásita viéndola como vacía desde su origen. Deja de estar atrapado por circunstancias a las que confiere una importancia relativa. De esa forma sigue la vía del justo camino medio (madhyamika ). Nagarjuna decía: “La vacuidad ha sido enseñada como un remedio para desembarazarse de todos los puntos de vista filosóficos, pero aquellos que se aferren a la vacuidad son incurables”. No se trata entonces de nihilismo, sino de indicar que el Absoluto sólo puede ser evocado, y no alcanzado por los discursos de la razón. En esto la escuela madhyamika de Nagarjuna es hermana del Vedanta y madre del Cha’n y del Zen.
En nuestros días, este dinamismo relativo del pensamiento, favorecido por la meditación sobre la vacuidad, debería estimular a los psicólogos a cuestionar las teorías en las cuales se han instalado o, mejor dicho, encerrado. Puede ser que no se atrevan a ello, les da temor caer en el nihilismo, pero debieran saber, al menos intelectualmente, que hay la posibilidad de una vía llamada “el justo camino medio”. Espero que estas reflexiones ayuden a clarificar ciertas similitudes y diferencias ente el vacío existencial y la vacuidad liberadora. Espero especialmente que ellas proyecten luz sobre la estrecha pasarela que conduce desde el vacío de la depresión a la vacuidad de la mística, ese puente suspendido que se lanza desde la nada hacia la Nada.
La evolución espiritual conduce al gozo interior pero no está desprovista del riesgo de reacciones depresivas. También se encuentra este riesgo en psicoterapia, donde los pacientes van hasta el suicidio porque ellos no pueden soportar el ver ciertas realidades en ellos, siendo a su pesar empujados por un terapeuta o analista demasiado exigente o demasiado rígido. Si la práctica espiritual tiene peligros, ellos no deben ser sobrestimados. Me parecen ciertamente menos graves que el hecho de tomar el volante de un automóvil en estado de ebriedad una noche de fiesta...
En el cristianismo, se distingue la depresión auténtica (acedía ) de las fases de sequedad (ariditas ) , estas últimas sobrevienen luego de una evolución espiritual sana. La acedía aparece sobre todo en los monjes de edad madura. Es un disgusto de todo lo que toca a la vida espiritual. Puede ser que esté ligada a una disminución de la fuerza sexual en religiosos que siguen la vía de la devoción y de la sublimación de las emociones hacia lo divino. Hay menos que sublimar, hay entonces menos experiencias interiores. Lo opuesto, la ariditas, la sequedad espiritual, corresponde a aquello que San Juan de la Cruz llamaba “la noche de los sentidos”. El orante no siente disgusto de las cosas espirituales, al contrario, no aspira más que a Dios, pero él “no lo ve” . Es una suerte de deseo amoroso insatisfecho, un despojamiento de todo lo que no es Él, sin llegar a alcanzarlo. Para retomar la imagen de Santa Teresa de Avila, se puede decir que la mente entrando en su capullo como un gusano de seda, termina por morir y finalmente renace mariposa.
A la noche de los sentidos sigue la noche del alma que puede corresponder a una fase más difícil: el orante percibe la irrealidad última de la forma de la divinidad que él ha adorado, de la cual él ha recibido visiones, mensajes y consolaciones. Sin embargo, al cabo de algún tiempo, detrás de esa forma que se disuelve, aparece una energía nueva. Hadewich d’Anvers decía, usando paradojas: “Un conocimiento se revela en las claras tinieblas de la presencia de la ausencia”. Para Ruysbroeck, la serenidad se aparece a los que ven más allá de la esencia: “Ellos reposan con serenidad en su superesencia”.
Los cristianos insisten más que los hindúes sobre los sufrimientos debidos a la evolución mística. La tela de fondo de la mística hindú, ya sea que se trate de la vía de la devoción o de la vía del conocimiento, es la felicidad (ananda ). Sin embargo, la destrucción de la mente no es pasada por alto, ella es indispensable para el establecimiento de una felicidad estable. ¿Por qué esta diferencia? Existe la fijación de los cristianos sobre la Pasión de Cristo que en ciertos casos puede encerrar lo que se llamaría en psicología “un trauma de nacimiento”. pero me parece que existe otro factor que podría explicar la frecuencia de la sequedad espiritual en el místico cristiano. Es un factor que los autores eclesiásticos no se atreven a abordar de frente: se trata de la rigidez de las reglas y de las instituciones que impiden al místico evolucionar a su propio ritmo y que perjudica el tener una relación de confianza completa con el maestro espiritual. Si un religioso no tiene más que superiores jerárquicos y no un maestro espiritual con el cual entablar una transferencia afectiva profunda, no es extraño que él experimente sequedades espirituales frecuentes y que sufra simplemente de soledad.
Ciertos autores occidentales piensan que el renunciamiento en la India es un equivalente de la depresión. Puede a veces suceder que una persona sienta un impulso de renunciamiento a continuación de un duelo o de una decepción, pero esta clase de decisión no perdura. La segunda parte del nombre de los renunciantes (sannyas ) en la India es ananda ( felicidad) como en Vivekananda, Shivananda, Vijoyananda, Yogananda, etc. En los nombres mismos el renunciamiento y la felicidad están estrechamente asociados. El renunciamiento no nace de una decisión forzada, sino de una comprensión justa. Para el hindú, no significa disolución sino individuación. Su individualidad hasta entonces diluida en la familia y el clan, se afirma por la elección del renunciamiento.
La práctica espiritual conduce a sanar la “actitud depresiva”. Se trata de un rasgo frecuente del psiquismo humano que se remonta al primer año de vida, cuando el infante comienza a ver alejarse a su madre, aunque sea muy poco, y esto le genera una fuerte reacción. Se podría expresar esta cura espiritual diciendo en términos psicológicos que se debe “introyectar el objeto bueno” que ya no es la madre física sino, en la India, el gurú o la Madre Divina. Cuando se llega a ser capaz de “alucinar la Madre” se tiene a la mano la mejor arma para sobrepasar la actitud depresiva.
Ma Anandamay hacía a menudo la distinción entre el vacío y el gran vacío. Esta clase de distinción vuelve a presentarse en diferentes vías espirituales bajo terminologías variadas. El Shivaismo de Cachemira distingue diez categorías de vacuidad, el budismo tibetano, dieciocho. Esta insistencia sobre la vacuidad
no es nihilismo, los budistas creen en el Absoluto, al que llaman a veces tathagatagarbha , es decir “matriz del Buda”. Esta imagen de la matriz confirma la concepción de la vacuidad de la que ya hemos hablado: depósito de potencialidades. De ahí que la meditación sobre el vacío sea un medicamento para liberarse de la raíz de las perturbaciones. El que hace meditación puede anular una emoción parásita viéndola como vacía desde su origen. Deja de estar atrapado por circunstancias a las que confiere una importancia relativa. De esa forma sigue la vía del justo camino medio (madhyamika ). Nagarjuna decía: “La vacuidad ha sido enseñada como un remedio para desembarazarse de todos los puntos de vista filosóficos, pero aquellos que se aferren a la vacuidad son incurables”. No se trata entonces de nihilismo, sino de indicar que el Absoluto sólo puede ser evocado, y no alcanzado por los discursos de la razón. En esto la escuela madhyamika de Nagarjuna es hermana del Vedanta y madre del Cha’n y del Zen.
En nuestros días, este dinamismo relativo del pensamiento, favorecido por la meditación sobre la vacuidad, debería estimular a los psicólogos a cuestionar las teorías en las cuales se han instalado o, mejor dicho, encerrado. Puede ser que no se atrevan a ello, les da temor caer en el nihilismo, pero debieran saber, al menos intelectualmente, que hay la posibilidad de una vía llamada “el justo camino medio”. Espero que estas reflexiones ayuden a clarificar ciertas similitudes y diferencias ente el vacío existencial y la vacuidad liberadora. Espero especialmente que ellas proyecten luz sobre la estrecha pasarela que conduce desde el vacío de la depresión a la vacuidad de la mística, ese puente suspendido que se lanza desde la nada hacia la Nada.
Dr. Jacques
Vigne
Traducido y extractado por Farid Azael
Dr. Jacques Vigne.- Eléments de psychologie spirituelle
Éditions Albin Michel
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario