¿Por qué elegí esta ilustración?
Ilustracion: Georges de La Tour Magdalena Penitente 1625-1650 Metropolitan Museum Nueva York
¿Por qué elegi esta ilustración?
Una habitación a oscuras, una única fuente de luz, una gran figura que llena todo el cuadro. Una mujer sentada. Aún es joven, ni su rostro que apenas vemos, ni su cuello y escote, ni sus manos delatan todavía la huella destructiva del tiempo. Solo tres colores, los más antiguos, los que han acompañado a los humanos desde la remota prehistoria: el blanco, la luz, el rojo, la vida, el negro, la muerte.
Georges de La Tour (1593 – 1652), pintor lorenés, hijo de un albañil, casado con una mujer de la nobleza, con ínfulas de noble y odioso a sus vecinos, famosísimo en vida. Habitante del terrible siglo XVII, en una tierra disputada entre el Imperio y el rey de Francia. Georges de La Tour no existía, de su producción de casi quinientos cuadros, quedaron veintitrés originales. Georges de La Tour volverá existir a partir de 1932, cuando la Europa del siglo XX, que ya olvidaba lo que era la oscuridad pronto conocerá las tinieblas.
Los cuadros de Georges de La Tour no tienen título, es decir su título original se ha perdido y el que tienen es posterior al redescubrimiento del pintor. Volvamos al cuadro. ¿Esta mujer es María Magdalena? María Magdalena, santa muy popular en la Edad Media, fue un motivo muy repetido desde el Renacimiento, pues en un cuadro de temática religiosa es posible pintar a una hermosa mujer, poder exhibir ricos ropajes, desnudez femenina sin que hubiera censura. Magdalena a partir del Renacimiento es casi siempre rubia, de larga y rizada cabellera. Incluso o sobre todo, cuando de trata de Magdalena penitente, es posible apreciar la sensualidad del personaje. María Magdalena siempre fue una santa incómoda, ambigua, turbadora. No era virgen, no era esposa, no era madre, pero es una de las valientes mujeres que asiste a la Crucifixión y el primer testigo de la Resurrección. La Iglesia no tuvo más remedio que tolerarla.
Magdalena está sola en una habitación despojada como una celda, mira hacia el espejo aunque no vemos su reflejo ¿se ve ella misma? Quizá se mira por última vez. Quizá nunca más volverá a ver su rostro iluminado intensamente por la única fuente luz, ese candelabro con esa vela lujosa de cera, en ese espejo de marco tallado. Ha dejado el collar de perlas sobre la mesa, las perlas que en el siglo XVII indican liviandad, se asocian con las cortesanas y la prostitución. En el suelo hay otras joyas. Magdalena se está despidiendo, en silencio, en soledad absoluta. Pero Magdalena aún es quien ha sido, la mujer que ha conocido el placer y la libertad. Aún calza lujosamente y su falda roja como los zapatos es de rico tejido. Ese color rojo que lleva siglos tiñendo los vestidos de novia, los vestidos de fiesta, los vestidos de las prostitutas. Es cierto que lleva una sencilla camisa, la camisa es esa época una prenda interior, pero su larga melena, no rubia ni rizada, sino oscura y lisa, está cepillada como la de una dama de la época Heian. Y en otras o posterioresversiones, Magdalena, que ya ha renunciado, que ya no se ilumina con velas sino con candiles de aceite, que ya es penitente, mantendrá esa lisa y perfecta cabellera de dama japonesa.
Un universo casi monócromo, una austeridad total, habitaciones despojadas, personas humildes, nada bellas, unos volúmenes geométricos, incluso en los rostros. El ser humano solo, ante sí mismo, a la luz de una vela, de un candil, de una llama. En nuestro mundo de hoy hace mucho que perdimos la oscuridad. No podemos imaginar lo que es vivir solo a la luz de día, que luminarias como candiles, velas, antorchas, solo eran algo para hacer el tránsito a la noche, a la oscuridad total. Dije más arriba que cuando se redescubrió a Georges de La Tour en 1932 Europa estaba a punto de recordar las tinieblas. No las tinieblas metafóricas de vivir una era de guerra como la que vivió el pintor, sino las reales. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las ciudades europeas bajo la amenaza de la destrucción de los bombardeos aéreos, volvieron a ser lo que habían sido durante siglos: lugares de oscuridad, incertidumbre y miedo.
Magdalena, seria, sola en esa habitación desnuda, con los restos de su pasado, con el espejo que el que no se volverá a mirar, rozando con sus dedos el cráneo amarillento de frente huidiza que tiene en el regazo pero al que no mira todavía. Magdalena es la imagen de la melancolía, muy parecida a la deDomenico Fetti, contemporánea suya. La melancolía de quien sabe que no volverá a haber amores, ni fiestas, ni alegría, ni belleza, porque todo es pasajero. Cuando Magdalena apague esa vela y se haga la oscuridad total en la habitación para el sueño de la noche, ese sueño será el hermano de la muerte que están acariciando sus dedos.
domingo, 10 de febrero de 2013
Mi madre murió en mi parto...Yo también pero me resucitaron...Eso está perfectamente expresado en mi carta natal pero busco los símbolos que allí me definen el por qué vivimos mi madre y yo esa situación ¿Origen de mi Fibromialgia?
A la mujer le dijo:
“Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás a los hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará.”
– Génesis 3:16
“Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás a los hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará.”
– Génesis 3:16
Hay un programa nuevo en La Sexta que trata acerca del embarazo. Lo graban en una maternidad en Madrid. El programa se llama Baby Boom y ha generado una gran polémica por el trato que los médicos y enfermeros le dan a las mujeres. La intención del programa era hacer una especie de reality show de cómo viven las familias el momento del parto, pero les salió al revés. Terminaron retratando las carencias del sistema de salud.
Creo que aunque la maternidad es responsable de lo que ocurre allí, la causa del maltrato a la mujer embarazada precede este incidente, y precede también al sistema de salud. El parto es un tema complicado, en nuestra cultura le ponemos tantos velos que es difícil verlo con claridad. Aprendemos muchas cosas sobre el parto de manera indirecta desde que somos niños.
La foto que está arriba es de un juego infantil. No sé si alguna vez lo jugaste. Es uno de esos juegos infantiles en los que intentas predecir el futuro. Si este no te resulta familiar seguro jugaste a alguna variante.
Se juega así: en el medio pones la edad a la que te quieres casar. De cada lado del recuadro salen 4 flechas: nombres de 4 chicos, 4 tipos de casa, 4 destinos, y 4 números, la cantidad de hijos que van a tener.
De cada una de estas categorías tú eliges 3 opciones, la cuarta te la asigna el que está dirigiendo. Para darle riesgo al juego, se suele poner de cuarta una opción desagradable. Ponen al más lelo de la clase entre los nombres, una casa horrible: “debajo de un puente” o directamente “en la calle”, y el número de hijos siempre es una cifra elevada, 10, 12, 100 hijos.
Para encontrar tu futuro cuentas hacia adelante hasta llegar al número que pusiste en el medio. Tachas el punto en el que caes, y continúas en la dirección contraria. Así hasta que queda una sola opción de cada lado. Nos pasábamos los recreos jugando a esto en primaria. Imagino que se lo enseñó alguna madre a su hija para que practicara los números y la escritura.
Descubrí que si en lugar de colocar 10 ó 12 hijos como opción desagradable, colocabas 0, la expresión de las niñas cambiaba de una sonrisa divertida a una cara de preocupación. El juego pasaba de ser divertido a ser trágico.
Pero para mí “0 hijos” es una bendición. Si lees mi blog desde hace tiempo sabrás que no quiero tenerlos. Es una decisión personal, pero lo curioso es lo que ocurre cuando lo digo en público. Cada vez que digo que no quiero hijos ocurre una especie de cortocircuito en la conversación. Se ríen y me dicen cosas como: “ya te veré en unos años cuando se te active el instinto maternal” otras me dicen: “yo decía lo mismo que tú, y un día de la nada sentí un gran deseo de tener hijos, y es la experiencia más bonita que he tenido en toda mi vida”, también está el que me reprocha: “¿cómo puedes decir eso?”. Parece como si la decisión de tener un hijo no te pertenece. Como si rechazar la idea es una ofensa social.
Así que desde pequeñas aprendemos que tener hijos es una justificación de vida. Los juegos sobre el futuro giran en torno a ese tema. Los juegos que no tratan sobre el futuro también. Los juguetes de los niños no son para ella. Juguetes para niñas son las muñecas, o ya directamente perritos embarazados.
Pero este evento que parece definitivo en la vida de una niña también está cargado de ansiedad. Porque aunque le enseñan que la maternidad es una aspiración de vida, nadie le oculta que el embarazo en sí y el parto son eventos dolorosos que dan mucho miedo.
De adultas la cosa no mejora. En lo personal las razones por las que no quiero tener hijos son muchas. Algunas son más superficiales que otras. No quiero, por ejemplo, que mi cuerpo se transforme. No tanto por un miedo de perder la belleza, que también, sino por lo que sufre el organismo. Los embarazos provocan una transformación total del cuerpo femenino, algunos de los cambios no son reversibles.
Durante el embarazo los organos se desplazan dentro del cuerpo, el útero se expande hasta alcanzar 7 veces su tamaño. Los órganos sexuales se ensanchan y no siempre regresan a su forma original. El peso del bebé hace presión sobre el suelo pélvico, el lugar por el que además del canal vaginal, pasa la uretra, y como consecuencia muchas mujeres sufren de incontinencia después. La columna sufre. La piel de la barriga pierde elasticidad, los músculos del abdomen se atrofian. El cuerpo produce un litro más de sangre, de plasma en realidad, con lo que los glóbulos rojos están más disueltos y puede desembocar en anemia. El útero comprime la vena cava que lleva sangre al corazón, y dificulta el retorno de la sangre de los miembros inferiores, eso produce várices dentro del cuerpo. La frecuencia cardíaca se acelera. El corazón sufre. Los pulmones trabajan a una fracción de su capacidad, y el oxígeno se divide entre la madre y su hijo.
Nadie habla de estos temas públicamente. Si se habla de los “efectos secundarios” de un embarazo se suele hablar de estética. De las estrías, de las várices en las pantorrillas, de la barriga que te queda después. Nada que no se pueda resolver con ejercicio, dicen. No sé por qué hablar del dolor y de lo traumático que es parir se acepta, pero hablar de los efectos reales sobre el cuerpo no. Se exagera lo negativo y a la vez se trivializa.
De pequeña me aterraba la idea del embarazo. Imaginaba barrigas hinchadas como huevos. Imaginaba lo que se debe sentir siendo habitada por otro, como si fueras un edificio. No ayudaba la idea del parto. Imaginaba el día en el que ese animal decidía arrastrarse hacia afuera, el proceso, desgarramientos, sangre, dolor. En las películas es siempre un evento traumático del que nos reimos por no llorar.
(También están las películas en las que no nos reímos, y son peores.)
Los juegos infantiles nos preparan desde la niñez para el momento de ser madres, y es una realidad que muchas niñas sienten como una condena. No lo esperan ansiosas sino como un destino inevitable sobre el que tienen poco control. Descubren en las historias que escuchan la realidad de su cuerpo. Con el desarrollo aprenden a tenerle recelo. En su cuerpo habita un enemigo silencioso que se rebela contra ellas y las trasciende.
Claro que también están las niñas que fantasean con ese momento. Son las que disfrutan jugando con sus muñecas, que encuentran en estos juegos una promesa de su propio porvenir. Pero en la mayoría de los casos este deseo es ambivalente, porque aunque sueñan con ser madres, el embarazo termina con un parto, y hemos aprendido a temerle. En especial porque en la cultura popular el parto es siempre un evento doloroso, o de riesgo, todas conocemos fábulas en las que la madre muere dando a luz a su hijo.
LA NARRATIVA DE LA MATERNIDAD
La narrativa de la maternidad es ambivalente. Mi prima cuenta siempre que cuando estaba embarazada todo el mundo la trataba bien. En el último trimestre los extraños le abrían las puertas, le ofrecían ayuda para cruzar la calle, los dependientes de las tiendas le ofrecían agua, o una silla; pero que al parir la situación dio un vuelco. Con hijos pequeños nadie te quiere en su tienda, nadie te abre las puertas, si tu hijo se pone a llorar en un restaurante los extraños te miran mal.
En occidente la maternidad es sagrada. La mujer embarazada no es madre aún, pero es un símbolo de la maternidad. Es el concepto en estado puro. Así que cuando nos encontramos con una mujer embarazada no nos estamos encontrando con una persona, sino con un concepto. Le abrimos la puerta a la maternidad como idea. La mujer con hijos pequeños ya no es símbolo de nada, existe en su particularidad, y como tal regresa al plano en el que estamos todos, con el agravante de que los niños pequeños en sus particularidades pueden ser bastante molestos para el resto de la gente.
La maternidad real es sobrecogedora, tiene aspectos tiernos, pero también los tiene salvajes. Pocas cosas hay tan terribles como la maternidad.Crear la vida, tener en tu mano la posibilidad de engendrar o eliminar ese hijo que se gesta, es un gran poder. Pero en occidente no veneramos a la maternidad con todas sus dimensiones. Adoramos un tipo específico de maternidad, una sola de sus caras. La madre occidental sólo puede ser la buena madre, la madre heroica. La madre serena que cuida de sus hijos con una sonrisa y no espera nada a cambio. La madre que queremos es sumisa. Basta con leer las tarjetas del día de la madre, o mirar a la virgen para entender cuál es el tipo de maternidad que aceptamos en occidente.
Todo lo que sobra, los aspectos oscuros de la maternidad los enfocamos en el parto. Todo lo que tememos, lo que odiamos, lo que nos desagrada de la maternidad, todo se lo colgamos al parto. El parto es doloroso, es inhumano, es largo, es insoportable. “Ese proyecto fue un parto”. El parto en occidente es ese momento en el que la madre acepta su propio sacrificio. Se le permite gritar, insultar, morder, golpear, se le permite dar patadas y arrancarse el pelo, porque cuanto más sacrificado sea su parto, tanto más heroica será su maternidad. Hay un contraste curioso entre el parto y la maternidad, el tipo de contraste que hay entre dos absolutos. Parece como si para que la maternidad sea buena, el parto debe ser malo.
No es curioso que esa sea nuestra visión del parto. Después de todo la base de nuestra cultura es el cristianismo (y por tanto el judaísmo), religiones que alimentan ese conflicto en sus textos sagrados. En el monoteísmo el parto es sujeto de muchas contradicciones. Es el rasgo más distintivo de la feminidad, y también la característica humana que más se parece a la divinidad (el poder de dar la vida). Sin embargo Dios presenta esta facultad a Eva y a las generaciones de mujeres por venir como una maldición. En la biblia el embarazo no es una bendición, es un castigo.
Esta idea genera tensión si la miramos en contraposición con la primera bendición que dios presenta al hombre: “Crece y multiplícate” y también con las historias de las matriarcas estériles (Sara y Raquel) que rezaban pidiendo un hijo. Para ellas morir era un destino mejor que vivir sin hijos. Con lo que parece que tener hijos es una bendición, el castigo es sólo parirlos.
A la Virgen, figura central del catolicismo, se le adora en cuanto a que es madre. Pero María no es una madre como cualquiera de nosotras podría serlo, no, María no solamente quedó embarazada sin pecado, sino que además parió sin dolor, o al menos eso dijo San Agustin. María es una madre totalmente pura, una contradicción absurda, un sinsentido moral. Para el cristianismo el parto sólo lo sufren quienes han pecado. En el judaísmo la madre encinta es un ser impuro, y durante el parto toda ella es un contenedor de impurezas.
No sólo nuestras religiones alimentan la visión negativa del parto, sino que además nos abandonan cuando llega el momento. El cristianismo no es una religión ritual, pero el judaísmo sí. Hay rituales y bendiciones para todo hasta el punto de que si ves un arco-iris, hay una bendición que recitar. Es curioso que no exista ni un sólo ritual para el parto, ni para la madre ni para el hijo. El silencio al respecto es sepulcral. No hay recuentos, ni descripciones de un parto en la tradición escrita. El primer contacto con la religión de un niño es el bautismo en el cristianismo, y en el judaísmo la circuncisión a los 8 días de nacido, o en el caso de las niñas el Simhat Bat, la ceremonia del nombramiento.
Una mujer puede morir durante el parto. Su hijo puede morir también. En especial en el pasado cuando se entendía poco del tema, era frecuente que la madre o el hijo murieran. Era, además, el evento más significativo en la vida de una mujer. Un momento de transformación, el momento en el que cumplía con su rol de vida. ¿Cómo es posible que estas mujeres no tuvieran rituales para santificar el momento más importante de su vida?
Para la tradición judeocristiana el embarazo y el parto no son acciones, son un rol pasivo. El embarazo no es algo de lo que las mujeres participan, no ocurre en ellas por su voluntad, el embarazo es a fin de cuentas un regalo (¿maldición?) de dios. La mujer en nuestra cultura es un instrumento de la naturaleza. No somos partícipes del proceso de creación, ese misterio nos supera. La especie obra en la mujer un hijo, no es ella quién lo engendra, y sin embargo el hijo es la única justificación de su existencia.
EL PARTO COMO TRÁMITE
El parto es la otra cara de la muerte. No solamente nos recuerda que nacimos y por lo tanto vamos a morir, sino que además nos recuerda que somos animales. Que llegamos al mundo de la misma forma que llega una vaca o un perro. Sentimos la necesidad de civilizar el parto. De sacarlo de su contexto. De hacerlo menos salvaje, menos animal. Se traslada el parto a una clínica. Se le institucionaliza, se le imponen una serie de pasos, de requisitos, se higieniza, se esteriliza, y se estandariza, como si se tratase de un trámite bancario.
Más allá de eso, a la embarazada se le considera una especie de enferma. Se le acuesta en una cama de hospital. Se le pone una vía en las venas aunque no la necesite, se le enseña a empujar y contar hasta diez. Los médicos la animan diciéndole “empuja”. Si se le deja tener alguna compañía durante el parto, suele ser su esposo y lo disfrazan de enfermero con tapabocas y todo. Cuando se asoma la cabeza del bebé algunos médicos tiran de él para “ayudar a la madre”. Es natural, pensamos todas, el parto es difícil, dura horas, las mujeres no pueden parir sin ayuda. Creemos que todas estas precauciones son necesarias para parir de forma segura.
Yo también pensaba todas estas cosas. Hasta que vi este video:
Lo que aparece arriba es el video de un parto bajo el agua desde el punto de vista del bebé. Me gustaría que os fijarais en cómo el bebé parpadea, como parece tratar de entender en dónde se encuentra, cómo se prepara girando su cuerpo dentro de su madre para poder salir, y con qué fuerza se impulsa hacia afuera.
Nada de esto sería posible en un hospital. No dejarían al bebé permanecer quieto. Probablemente estarían gritándole a la madre que empuje, y tirando del bebé al mismo tiempo. No sé si hacen estas cosas porque tienen prisa y quieren salir de cada parto lo antes posible, o si es solamente producto de la poca importancia que le dan al aspecto emocional de la madre y su hijo.
No quiero decir con esto que todos los partos son así. Sé que hay mil formas de parir, que hay tantos partos como mujeres y que por lo tanto cada uno es único y diferente. Hay partos dolorosos, largos, rápidos, lentos, fáciles, y algunos muy complicados. Si un bebé viene en una posición incorrecta, o el parto es de riesgo, la forma más segura de tenerlo es con un médico en una clínica o un hospital.
Pero lo que me quedó claro después de ver este video es que el hospital no es el único lugar para parir. Que el protocolo que nos enseñan de respiraciones y empuja empuja y la vía de suero no es necesario. Que hay otro lado de la historia que nadie nos cuenta. Una cara oculta del embarazo y del parto, que es mucho más bonita de lo que imaginamos.
EL PARTO SAGRADO
Había escuchado muchas veces historias de mujeres que decidían parir en su casa, parir en tanques de agua, y me parecía una excentricidad. Quizás porque la primera vez que escuché lo de parir bajo el agua fue de boca de una hare krishna. Pensaba que no tenía sentido exponerse al dolor de un parto si existen analgésicos y epidurales. Que las mujeres que se negaban a aceptar ayuda a la hora de parir lo hacían por una suerte de ego heroico. Ahora no estoy tan segura.
Pero seas una persona tradicional o no, es interesante detenerse en el tema del parto natural. Después de ver el video que puse arriba he dedicado varias horas a investigar el proceso del nacimiento y por qué parir en tu casa puede ser una buena idea. Quería compartir lo que descubrí.
A medida que se desarrolla el proceso del parto el cuerpo de la mujer se ajusta a lo que le ocurre. La madre cae en una especie de trance inducido por sus propias hormonas. Cuando una mujer da a luz con privacidad, paciencia, e intimidad, acompañada por personas con las que se siente cómoda, tanto ella como el bebé pueden experimentar todas las sensaciones del parto sin temor, incluyendo algunas sensaciones placenteras, y puede llegar a tener un parto sin dolor.
La oxitocina, las beta-endorfinas, la nor-adrenalina, y la prolactina trabajan en conjunto. No sólo facilitan el parto, también disminuyen el dolor, y potencian las sensaciones de amor. La oxitocina es conocida como la hormona del amor y se eleva durante el parto, con un pico en el nacimiento, lo que facilita la unión entre la madre y su bebé. Los beta-endorfinas son los opiáceos naturales del cuerpo y su función es reducir el dolor. La nor-adrenalina se eleva durante la etapa de expulsión para que el bebé y la madre estén alerta. La prolactina es la hormona de la maternidad, aparece durante el parto para estimular la producción de leche y que el bebé pueda comer poco tiempo después de nacer.
La mujer embarazada tiene que estar en contacto con su cuerpo para apreciar sus cambios internos. Las sensaciones del parto muchas veces son dolorosas, pero el dolor no es lo único que siente la madre al parir. Siente muchas cosas. Lamentablemente en el ambiente de un hospital es difícil ver el parto como un ritual sagrado, o como algo más que una cirugía.
Las intervenciones médicas durante el parto, los fármacos, y la anestesia, inhiben la capacidad natural del cuerpo de producir las hormonas del parto. No solamente eso, sino que la idea que tenemos del parto hace que las mujeres se asusten y se estresen, que sientan miedo de los peligros, y de dejarse llevar por la experiencia. En medio de una sala de hospital, con luces fuertes, y desconocidos, la mujer no se siente tranquila ni cómoda.
A las mujeres en el hospital por lo general se les administra pitocina, una forma sintética de la oxitocina que estimula las contracciones y acelera el parto. Como consecuencia, se inhibe la producción natural de oxitocina. Los fármacos y la anestesia dificultan a la madre sentir su propio parto, y conectarse con el hijo que está por nacer.
Con esto no quiero decir que todos los partos en el hogar son fantásticos, ni que todos los partos en una clínica son malos. No creo que la cosa sea tan sencilla, y tampoco quiero adoptar una postura al respecto. No creo en absolutos, así que mi intención con este artículo no es posicionarme a favor o en contra del parto en una clínica o del parto en el hogar, simplemente estoy intentando ofrecer algo de dimensión al tema.
Si estás embarazada y no quieres sentir el dolor del parto, estás en todo tu derecho de tratarte en una clínica con epidural y todos los métodos a tu alcance, pero quiero dar a entender que existe más de una cara del embarazo y del parto. Que es posible hacer las cosas de otra manera.
Estos son dos videos que me parecieron increíbles. En el primero una madre da a luz a gemelos en su casa. Se ve que es una mujer fuerte que disfruta sintiendo su parto, a pesar de que se nota que le produce dolor. Sus familiares están con ella, y se respira un ambiente de buena energía a su alrededor.
En el segundo, una mujer da a luz en su casa. Cuenta que sus dos primeros partos fueron en un hospital, y que quiso tener a su tercer hijo en su casa. Es interesante ver como sus dos hijas y su esposo forman parte del momento del nacimiento de su tercer hijo.
Estoy segura de que las hijas de estas mujeres que formaron parte de la experiencia del parto de su madre no tendrán tanto miedo en el futuro a la hora de parir si deciden tener hijos. Verán el parto como algo natural, como una extensión de la sexualidad femenina, una función más del cuerpo.
LA SEPARACIÓN
El embarazo es un proceso sin sujeto. Ocurre dentro de una mujer, pero ella no participa. No es ella quien gesta el hijo, lo gesta la naturaleza en ella. El cuerpo de la mujer es para sí misma un enigma, un misterio que se le escapa.
La mujer está forzada a adivinar sus propios signos. El embarazo no se le anuncia, ni en el momento ni después, ella lo va descubriendo paulatinamente, quizás porque le faltan las reglas, o porque empieza a engordar. A veces no interpreta bien los signos, cree que está enferma. Es un médico quien le informa de su condición. Otras veces lo descubre con un test de embarazo, el caso es que necesita de algo más que confirme lo que de otra manera es solamente una suposición. (1)
Esta desconexión con su propio cuerpo empieza con el desarrollo y es fuente de mucha ansiedad. Los ciclos hormonales afectan su estado de ánimo, a veces una mujer se encuentra triste y no sabe ni por qué, tiempo después recuerda que es a causa de su ciclo menstrual. Algunas chicas tienen neurosis de embarazo, creen después de cualquier encuentro sexual que han quedado embarazadas, y aún haciéndose pruebas el miedo sigue allí.
Según algunos autores del psicoanálisis el embarazo en particular es problemático, la mujer desea tener y eliminar a ese hijo a la vez. Desea parirlo pronto cuando fantasea con él, y desea eliminarlo cuando cree que el hijo podría tener alguna deformidad (2). Hasta hace poco no había manera de saber si el hijo nacería sano o no hasta el momento del parto. Ahora lo sabemos, pero la ansiedad sigue allí.
Otros creen que la madre ve a su hijo al mismo tiempo con amor y odio. Interpreta que por voluntad de un padre que la dejó embarazada ahora su identidad corre peligro, es ella misma la que se divide en dos, ahora es ella, y también es un ser extraño, un desconocido que la habita y se alimenta de ella, como un parásito. (3)
Esto no significa que la madre no sienta al mismo tiempo amor o preocupación por su hijo. La mayor parte de las madres que conozco hacen todo lo que pueden para cuidar de su bebé durante el embarazo. Cambian su alimentación, su estilo de vida, se preparan con clases, compran libros. El caso es que según el psicoanálisis en su inconsciente operan otras reglas, miedos y deseos que no siempre son explícitos.
A medida que la madre se separa de su hijo y lo ve como algo distinto de sí misma, aprende a quererlo en su individualidad. Pero esa separación no siempre es fácil porque el parto es un proceso físico y la separación es psicológica. Si la mujer no vive su propio parto la separación se complica, porque de esa manera ni siquiera siente o vive la parte física del proceso.
Por eso la cesárea y la epidural a veces no son una buena idea. El parto vaginal puede ser largo y doloroso, pero hacerlo de manera natural tiene ventajas. Para poder salir el bebé tiene que luchar, y eso lo prepara para el exterior. Pasar por la vagina es además como un abrazo que el feto siente al salir en todo su cuerpo. Con la cesárea la madre está sedada, y el feto es extraído sin que tenga que esforzarse para salir. Con la epidural la madre participa en el parto pero no siente lo que ocurre en su cuerpo.
La separación de la madre y el hijo es crucial. Es lo que permite que el hijo adquiera el lenguaje y se integre a la sociedad. Es lo que hace de ambos individuos separados. Lo que le permite crecer.
(2) The collected Writings of Melanie Klein
(3) Motherhood According to Bellini de Julia Kristeva
LA NEGACIÓN DE LA FEMINIDAD
Hasta ahora mi acercamiento al embarazo había sido superficial. No había pensado en el tema porque creía que eso no tenía mucho que ver conmigo. Ahora sigo sin querer tener hijos, pero mi percepción sobre el parto y el embarazo ha cambiado.
Las mujeres feministas, y también las intelectuales (se consideren a sí mismas feministas o no) suelen ver el embarazo como un obstáculo. Creen que el embarazo es un freno para la mujer, que pone en peligro su individualidad, que es algo que se debe evitar. El embarazo, a sus ojos, transforma al individuo en un ser sexuado. Es imposible quedar embarazada si no eres una mujer, y parece como si la mujer embarazada deja de ser dueña de sí misma, se transforma en “especie”.
La guerra del feminismo contra la feminidad es asombrosa. En lugar de defender lo femenino, ciertas feministas prefieren abolirlo. Como si el enemigo no fuese el sexismo, sino la feminidad misma. Como si despojándonos de las cosas que nos hacen mujeres, nos transformaremos en individuos que están por encima de cualquier distinción de género.
El error en todo esto es evidente, no creo tener que señalarlo. Para mí el problema no está en el embarazo. El parto no es una situación de riesgo en sí mismo, no es salvaje, y no es un castigo. El embarazo es una expresión de la sexualidad femenina, una de las más hermosas. La capacidad de dar la vida no es una maldición, es un milagro. Es algo que debemos valorar y cuidar.
El problema no es el embarazo, son las historias que nos contamos. Nuestra cultura está dominada por un orden masculino. No podemos pedirle a los hombres que cambien su forma de pensar con respecto al embarazo, o el parto, no podemos tratar de cambiar la cultura con nuevas leyes, o introducir cambios artificiales en el lenguaje. Estas luchas no tienen sentido, ni conducen a ningún lugar. Lo que sí podemos cambiar es lo que sentimos al respecto cada una de nosotras. Crear historias nuevas, y rituales para parir. Necesitamos con urgencia un nuevo discurso de la feminidad que nos permita sentir orgullo de ser mujeres, y recuperar el parto como algo que nos pertenece.
Las madres de los videos que puse arriba son mujeres fuertes, son poderosas. El momento del parto puede darle poder a una mujer. Vivir su sexualidad de forma completa no la hace un ser inferior, ni pone en riesgo su individualidad, ni su valor. Una mujer que es madre vive su feminidad hasta la última consecuencia.
Tomado del blog acapulco70
04 May 2012
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