martes, 1 de mayo de 2012

No queremos que nos recuerden que somos una especie que para dominar a el fuego, tuvo que dominar primero lanza y cuchillo.


MARTES, ABRIL 19, 2011

 MATO, LUEGO EXISTO

El mayor reto del hombre no ha sido evitar la muerte sino ordenarla. Hábiles como somos para endulzar los oídos con palabras que legitimen nuestras vergüenzas, nuestra metódica carnicería depredadora debe revestirse de una palabra fundamental: sustentabilidad. En el mundo de cazadores y cazados, no podemos hablar de guerra, sino del equilibrado ritual del que corre y el que se esconde. La vieja discusión de animales que es políticamente correcto comer y los que son una inmoralidad asar, siempre queda saldada en el mismo momento que alguien decide tener por mascota a un conejo o ponerle nombre propio a una gallina. Comemos animales y lo grave no es discutir la moralidad detrás de nuestra omnívora condición genética, sino entender que hemos logrado una finura tecnológica tal, que a la hora de perseguir, nos hizo evolucionar desde nuestra condición de depredadores y entramos al exclusivo club de exterminadores. Sabemos, sin pudor ni vergüenza, que estamos acabando con nuestra despensa proteica y a partir de ahora nuestra discusión ecológica es una de supervivencia: O nos fajamos a cuidar o desaparecemos.

Una de las aristas detrás del concepto de sustentabilidad, la de la cría, ya está bastante resuelta. En tiempos pretéritos trabajamos arduo para pacificar y domesticar aquello cuyo sabor nos atraía y, quizás, el giro irónico detrás de nuestra asombrosa capacidad para reproducir en corrales que anteceden a mataderos, es que de no existir estos hacinados dormitorios de paso ya hace rato estarían extintos sus habitantes. Tal como en su momento pasó con el cuasi desparecido bisonte o con los bonitos mamuts. El reto moderno es otro, y se nos presenta con tres aristas adicionales.

Sigamos por la arista más agresiva: "O son ellos o nosotros". Recientemente se levantaron en Venezuela las sirenas ante la llegada a nuestras costas del forastero Pez León, uno de lo depredadores marinos mas feroces que existen no solo por su voracidad, sino por carecer de enemigos. El sibaritismo del ornamental pescado lo lleva a preferir como alimento a los alevines (es decir, a los recién nacidos) de todos aquellos peces que casualmente nos gusta comer. Semejante y desleal competencia en la carrera depredador-víctima no solo es inaceptable, sino que no es enfrenta a la nada deseable posibilidad de una mar que mas que despensa, pase a ser acuario. En este caso, lograr sustentabilidad solo es posible desde la óptica del exterminio: O acabamos con todos los peces León (que por cierto son comestibles y bien sabrosos) o nos quedamos sin alimento. Extraño aliado le surgió a la fauna marina.

A la tercera arista del problema nos enfrentamos cuando hemos tocado los límites y, de no tomar cartas inmediatas en el asunto, tenemos que agregar una línea mas a la lista de especies extintas. Un caso que ejemplifica lo complejo que puede llegar a ser la veda absoluta, lo tenemos con el tiburón y su hijo predilecto el cazón. Todos los entes especializados saben que de no establecerse una veda absoluta en la pesca de tiburones para darle tiempo a su población de recuperarse, a la vuelta de la esquina nos enfrentaremos a avistamientos (la palabra-eufemismo preferida por la humanidad cuando arrasa); pero por otro lado una prohibición de este tipo puede tener consecuencias importantes tanto para la economía artesanal como para la economía de comunidades que tienen en el guiso onotado de cazón una de sus banderas de mercadeo importantes. Es triste decirlo, pero no sería la primera vez que la afición golosa a un plato ha llevado a la desaparición de una especie animal.

Finalmente, la cuarta arista del problema de la sustentabilidad proteica es aquella que tiene que ver con los productos de cacería o pesca. Es un caso bastante más fácil de manejar gracias a nuestra forma científica de encarar la muerte en masa. Basta que entendamos las condiciones de hábitat, psicología, costumbres y ciclos de reproducción de aquello que queremos matar, y rápidamente estaremos en capacidad de generar los manuales y el marco legal para hacerlo de forma correcta. Casi siempre la única pared a la que nos enfrentamos en estos casos es la erigida por nuestra propia cultura: Nos da grima matar lo que nos parece bonito (no es casual la alharaca ecologista que se arma con el consumo permitido de chigüire en nuestra semana santa), consideramos necesario hacerlo con bichos feos como el pulpo y nos es indiferente si el animal es lejano como un jabalí.

A la hora de matar, todo es cuestión de orden. No queremos que nos recuerden que somos una especie que para dominar a el fuego, tuvo que dominar primero lanza y cuchillo.

La cirugía plástica en exceso puede ocasionar trastornos de identidad 

La cirugía plástica se define como una especialidad médica cuya función principal es corregir deformidades o deficiencias funcionales, mediante la transformación o intervención de un área afectada del cuerpo humano.

Sin embargo, los especialistas sugieren que las razones que deben motivar una intervención de ese tipo deberían estar avocadas al mejoramiento de la autoestima del sujeto que decide practicársela, puesto que muchas veces esa zona o detalle corporal que genera inconformidad suele deprimirlo dramáticamente.
No obstante, se ha descubierto que las personas que entran a un quirófano desconociendo claramente las implicaciones de esa acción a largo plazo, tienden a sufrir alteraciones emocionales vinculadas al rechazo o poca aceptación de su nueva apariencia física.
Crisis de identidad y baja tolerancia a las modificaciones estéticas realizadas son algunas de las complicaciones que pudiesen presentarse. Además, varios psicólogos estadounidenses revelaron recientemente que “los hombres tienden a pasar por alto el apego a sus características faciales originales”, volviéndose más propensos a vivir esos trastornos.
En efecto, el especialista en psicología, Vivian Diller, reseñó en el portal BuzzFeed que luego de una operación quirúrgica que persigue la “perfección”, existen grandes probabilidades de que el individuo reconozca que ese desperfecto que decidió corregir constituía una parte importante de su personalidad.
“Un ligero detalle en la nariz o el tamaño de los ojos puede influir en cómo alguien se define a sí mismo sin darse cuenta, y cuando esas condiciones únicas desaparecen, esa auto definición puede sufrir muchísimo”, precisó.
Adicionalmente, numerosos estudios han descubierto que los procedimientos en el rostro son los principales desencadenantes de estados severos de depresión y alejamiento social, debido a que los pacientes reniegan de su “nueva cara” porque ya no la sienten como suya.
Evitar cambios idealistas
“Esa imagen que las personas ven en el espejo y toman por sentado es realmente más profunda de lo que se piensa”, afirmó el doctor. No obstante, las últimas investigaciones en la materia han arrojado que sólo un pequeño grupo de la población que ingresa a una sala quirúrgica para esos fines, experimenta tales situaciones de duda y disconformidad.
A su vez, su colega Paul Lorenc, añadió que la raíz del problema es que muchos de ellos no desean simplemente verse mejor, sino que se apegan al deseo de lucir como determinados actores o prominentes figuras del mundo del espectáculo, obviando la premisa de que cada anatomía humana es única e inigualable.
Igualmente, mencionó que ese idealismo de alcanzar el máximo estado de belleza acarrea efectos psicológicos negativos, porque en algunos casos el intervenido se da cuenta de manera tardía que “la identidad que estaba buscando no es tan perfecta como imaginaba”.
Fuente: entornointeligente.com

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